Amancio Ortega (81 años) ha tenido que leer su nombre en los periódicos estos días y no precisamente por aparecer en ningún ranking de los más ricos del mundo o por el aumento de las ventas de su empresa. A principios de año el fundador de Inditex donó 320 millones de euros a la Sanidad Pública española para que pudieran mejorar sus instalaciones de tratamientos del cáncer y estas semanas está recibiendo el rechazo de varias comunidades a las que está llegando su dinero.
Aragón se ha negado a aceptar la donación del empresario gallego, zona a la que correspondían 10 millones de euros. El mismo gesto tuvo el archipiélago canario, que desechó los 17 millones que la Fundación Amancio Ortega les entregó para luchar contra el cáncer en los hospitales de sus islas. Ya cuando se conoció la noticia el 28 de marzo, coincidiendo con el cumpleaños del magnate, se manifestaron los primeros frentes críticos que bajo el mensaje "Amancio, no quiero tu caridad, quiero que pagues los impuestos" reivindicaban que el dinero necesario para la sanidad de todos debería venir de la retribución pública y no del bolsillo de un millonario.
Como era de esperar, Ortega no ha hecho siquiera amago de querer manifestarse ante las críticas y ha permanecido en su sigilosa rutina a la que nos tiene acostumbrados. Jamás sabremos qué opina de las voces que rechazan su altruista gesto, pero podemos hacernos una idea de lo que pasa por su cabeza gracias a un episodio que se narra en el libro Así es Amancio Ortega, el hombre que creó Zara.
La periodista Covadonga O'Shea, autora de la historia personal y profesional del empresario y cuñada de Emilio Botín, señala en su relato un dato indispensable para entender el motivo por el que Amancio está tan involucrado con la causa contra el cáncer. Y es que él mismo tuvo que superar uno en sus propias carnes. El tema quedó plasmado en las siguientes líneas: "Hace unos años, por ejemplo, me operé de algo serio en Estados Unidos. Tuve miedo. En esos momentos de angustia le prometí a mi amigo que, si salía bien la operación, haría el Camino desde Roncesvalles a Santiago".
Ese viaje a Norteamérica, que realizó hace años en una fecha sin concretar, se debió a que el empresario necesitaba que le extirparan un pequeño tumor. Tras la intervención no tuvo que recibir quimioterapia ni radioterapia porque fue pillado a tiempo y actualmente puede presumir de estar totalmente recuperado. Sin embargo, aún resuena en sus adentros el temor a la enfermedad y por ello, en su lucha por negarse a que el cáncer siga aumentando sus víctimas, donará cuanto sea necesario para que la investigación y los tratamientos continúen avanzando hacia el éxito.
Pese a confiar ciegamente en la ciencia, Ortega, según el libro de O'Shea, también se aferró a la fe cuando le dieron el diagnóstico. En el momento previo a la operación, el empresario se encomendó a Dios, algo que no suele hacer, en busca de ayuda: "Me cuesta trabajo pedirle cosas a Dios. Ya lo hice en cierta ocasión, cuando la compañía estaba en una situación complicada, le pedí a Dios que esperara para llevarme. Sí, hace años le pedí a Dios que me diera un poco más de tiempo, porque la empresa lo necesitaba. Lo que espero ahora es salud y luz para que me ayude a hacer las cosas bien hasta el final".
En esas dos situaciones en las que el fundador de Zara pidió 'auxilio' a Dios, todo funcionó a la perfección y por eso, el gallego cumple cada año con la promesa de hacer el Camino de Santiago. Y tal y como ocurre con ese juramento, lo mismo hará con las donaciones a la causa que tanto le preocupa, que los llevará a cabo cada año al igual que cada 365 días llega su cumpleaños.