Este sábado el torero vasco Iván Fandiño perdía la vida en plena faena en la plaza de toros francesa Aire Sur L'Adour por una cornada de 15 centímetros. El matador dijo adiós con tan solo 36 años y dejaba al mundo del toro y los aficionados entristecidos. Entre los familiares y amigos que han llorado la muerte del torero en estas últimas horas está su viuda, Cayetana García Barona con la que llevaba casado desde 2014.
Y es que son muchas las mujeres de toreros de renombre que viven en sus carnes la incertidumbre del qué pasará cada vez que sus maridos se enfrentan al toro y con el miedo a un posible desenlace fatal como el de este fin de semana. La propia Isabel Pantoja (60 años) sufrió en primera persona el adiós a su querido Paquirri el 26 de septiembre de 1984 en la plaza de Pozoblanco. La tonadillera lloraba desconsoladamente y las lagrimas cubrían su rostro de lágrimas al ver a su marido ser corneado frente a ella. No escondió su dolor y las portadas de las revistas mostraron su largo luto que se extendió al resto de medios de comunicación.
De hecho, minutos antes de comenzar la famosa corrida Paquirri telefoneó a la centralita del hotel donde se alojaba para que llamasen a su mujer, pero no la pudieron localizar. Insistió en un par de ocasiones más, incluso vestido de luces y a punto de salir del hotel, ya en la recepción, volvió a llamar a su casa, pero no contestó nadie. Al cabo de unos minutos llamó Isabel preguntando por Paco. Una última llamada que le hubiera gustado coger a la cantaora que, pese a la calma que mostraba el torero en cada faena y sus continuos "véis cómo no me pasa nada" que decía al público, ella vivía en una angustia incesante por ser la mujer de un torero.
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Ese mismo nerviosismo vive Eva González (36) cuando ve torear a su marido, Cayetano Rivera (40). Inquieta, asustada, nerviosa, y tapándose la cara, la modelo se agarra en todo momento a un amuleto que guarda debajo del pecho para dar suerte a su pareja. Desde que comenzó su relación con el matador en 2009, suele acudir a los encuentros más especiales del hijo de Paquirri y, aunque cada vez va más segura, nunca es capaz de mantener la mirada durante todo el tiempo que dura la faena.
La mujer de Manuel Díaz 'El Cordobés' (48) se ha adaptado mejor a la faceta de ser mujer de torero. Virginia Troconis (37) declaró que iba tachando los días en el calendario para que su marido se jubilara, tal y como él le prometió que haría. En 2012 le aseguró a su esposa que solo torearía tres años más, por lo que cada vez que pasaban los días ella se decía "ya queda menos". Virginia reconoció que sufría "antes, durante y después de cada corrida" y por eso tenía fe en que se cumpliera la promesa de Manuel.
Lo cierto es que el torero se ha alejado bastante de las plazas desde 2014 y solo pisa la arena para citas especiales. En ellas le brindaba a menudo los toros a su esposa, que se levantaba sonriente a recibir el detalle de su marido ante el aplauso cálido del público que les acompañaba en la plaza.
Pero si hay una auténtica mujer de torero convencida de ello es Lourdes Montes (33). La esposa de Fran Rivera (43) es consciente del lugar que ocupa y de lo que supone estar al lado de un hombre que cada día se juega la vida.
Estando embarazada de su hija Carmen en 2015, el diestro sufrió una cornada con un gran desgarro de 25 centímetros que fue uno de los peores momentos en toda la carrera del hermano mayor de los Rivera. Cuando todo quedó en un susto y ya se recuperó, fue la propia Lourdes la que animó a Fran a volver a ponerse delante de un toro. Un hecho que demuestra lo que muchos de su entorno afirman, que "entiende lo que es ser mujer de torero y sabe serlo". Pues ya, nada más conocerle, mostró desde el principio una gran afición por entender y aprender de la fiesta taurina.
Y es que mientras el torero recibe el aplauso y los calificativos de "valiente" o "luchador", pocos se acuerdan de la figura que camina a su lado y que, pese a no vestir un traje de luces, sufre tanto o más que quien tiene un toro delante, pues a lo que se tiene que enfrentar en cada corrida es, nada menos, que a la posible pérdida de su ser más querido.