Sergi Arola (50 años) es un hombre que no se rinde ante las adversidades. Asume sus errores, pero también analiza los de la sociedad. Aquellos boyantes años de las vacas gordas en los que la bonanza era el sino de todo español que se preciara fueron, sin saberlo, el origen de la debacle para él, sí, pero también "para muchos empresarios responsables". No es el único que se dejó arrollar por su pasión sin escatimar, "eran unos estándares diferentes, sin miramientos". Sin embargo, la crisis estaba acechando y dio su peor golpe.
Ahora, el chef mira al pasado solo para no repetir los errores, para mejorarlo. Cuando JALEOS se pone en contacto con él, se percibe la entereza de quien se rehace a sí mismo. Se ha caído muchas veces en su vida, pero se levanta cada día por su familia y por "aquellas personas que creyeron en mí desde el principio". Mientras se busca la vida lee cómo los medios hablan de su ruina y de su aspecto desaliñado. "La desnoticia más allá de la verdad", apunta.
¿Cómo es su vida en Portugal?
Precisamente, ahora me pillas de camino. En estos momentos estoy a caballo entre España y Portugal. En Portugal paso tres o cuatro días por semana, al frente de mi restaurante LAB by Sergi Arola. Es duro porque en España tengo a mis amigos, a mis hijos, a Silvia. Lógicamente, hay cosas que a mi edad es complicado decir adiós, pero ahora mismo mi actualidad profesional a primer nivel está en Portugal. Estoy encantado, me tratan muy bien y me voy acostumbrando a esa dualidad.
Volvamos al principio, ¿por qué se cerró su restaurante de Madrid?
Se cerró porque no era viable y porque la relación con mi exmujer no favorecía encontrar soluciones. Se trataba de un restaurante en el que deposité todos mis sueños y mis esperanzas. Estaba condicionado por la España de 2006 en la que se tomaban decisiones que en aquel momento parecían lógicas y viables, pero que el tiempo demostró que no. Todo eso, que le puede pasar a cualquiera, te lleva a una situación patrimonial y económica complicada, pero no significa que esté arruinado.
Todo eso abocó al cierre.
Totalmente. Cerré por las circunstancias, era una situación económica holgada y yo compré el local, di carta blanca al arquitecto y a todo el mundo. Comparar esos valores de 2006 con los de 2018 es una frivolidad absoluta. Aquellos años venían orquestados por dos mandatos consecutivos en los que se nos dijo que íbamos a ser más grandes que Francia y que nuestros bancos estaban estupendamente. Confié en mi país, que era y es de poco emprendimiento. Cuidé todos los detalles, la cubertería, la vajilla, era el proyecto de mi vida, de mis sueños. Todo eso en menos de doce meses se vino abajo, se fue al garete.
Seguramente, ahora haría las cosas de otro modo.
Así es, ahora lo que hago es trabajar como puedo, desesperado, en lo que haga falta para mantener el local abierto. No lo hago solo por el sueño de mi familia y mío, sino por todas las personas que han confiado en mí en este tiempo. Por no fallarles viajo 230 días al año buscándome la vida. Eso se nota en la salud y en el desarrollo de tu vida personal y familiar, como padre. Lo que me ha pasado a mí es para tener deudas, es lógico y normal.
Lo anormal sería lo contrario.
Si yo no tuviera deudas, sería un sinvergüenza. Es de una lógica aplastante, si no tuviera deudas no habría cerrado el restaurante. ¡Eso no es como comprarse un coche! Era el sueño, mi proyecto, mis tres estrellas. Muchos me preguntan que por qué lo hice todo con esa calidad y lo hice por devolverle a Madrid lo mucho que me había dado desde que llegué en 1997. Lo monté como lo monté porque en aquel momento era lo que se esperaba de ese Sergi Arola. Si lo hubiera montado en mitad de la crisis, mis estándares habrían sido otros. Habría alquilado en vez de comprar y lo habría abierto en otro barrio más humilde que Chamberí.
¿Hizo replanteamiento vital entonces?
Absolutamente. Lo cerré con deudas y pérdidas y entonces pensé que mi trayectoria me avalaría, pero no fue así y me vine a Portugal. Aquí he seguido cocinando con mi personalidad, como siempre he hecho. Que quede claro que quiero pagar todo lo que debo. ¿A quién le gusta deber? Yo viví la crisis de los 80 y claro que no me gusta que mis hijas pasen por malas situaciones. En la medida de lo posible, pagaré pero solamente ha pasado un año y pico y recuperarte de una hostia así no es fácil. A día de hoy sigo levantándome a medianoche preguntándome qué he hecho mal, en qué me he equivocado y cómo puede seguir adelante. He tenido que espabilar y buscarme la vida, pero he pasado un luto.
¿Qué le pasó en su salud para ir al hospital?
Ahí empezó todo realmente. Cuando vi lo que se publicó de mi visita al hospital, no lo creía. Tuvo un susto, pero ¡como para no tenerlo! Solo en casa se me durmió el brazo izquierdo. Fue un ataque de ansiedad propio de la presión a la que estoy expuesto, las cosas que tengo que solucionar pesan demasiado. Estoy fenomenal de salud. A nivel estético también se habló mucho. Yo quería ser a los 16 años como Neil Young y ahora sigo queriendo ser como él y eso lleva a que la gente piense que soy un dejado o estoy desaliñado. Yo gente que habla por hablar, desde la impunidad de las redes sociales. Ya lo decía Andy Warhol, todo el mundo en el futuro tendrá sus quince minutos de gloria. Fue su manera de vaticinar las redes sociales.
Para terminar, se ha convertido en un principal apoyo para su ex, Silvia Fominaya, que está pasando un mal momento con su exmarido.
Es un tema complicado que me recuerda a ETA. Cuando estaba la banda, el Estado no escatimó en recursos para combatirla, ¿verdad? Se creó una gran macroestructura y yo pregunto: ¿cuántas mujeres han muerto de la mano de sus maridos? La violencia de género es otro terrorismo, mucho peor, el doméstico. En el terrorismo doméstico no hay un perfil determinado, la víctima puede ser cualquiera. Sin embargo, sigue habiendo retrasos en los juzgados.
Nunca ha ocultado su cariño y amor por Silvia
Sé por donde vas y solo tengo que decir que ella fue muy clara y concisa sobre ese aspecto. Nunca hablaré mal de ella porque por el hecho de ser ex no hay que hacerlo. Jamás he abierto la boca hablando de una ex. Con Silvia todo es bueno, sí, me gustaría que las cosas fueran de otro modo, pero hay que aceptarlas como son.