Hace ya casi 7 años, en 2011, Edurne Pasaban (44 años) y Juanito Oiarzabal (62) rompieron su amistad por un episodio en el Everest. Entonces, la alpinista y su equipo se encontraban ascendiendo la montaña más alta del mundo cuando tuvieron que formar parte del equipo de rescate de otro grupo de montañistas que descendía el vecino Lhotse, un equipo en el que se encontraba su amigo y mentor Oiarzabal.
El alpinista vitoriano y dos de sus compañeros tuvieron que ser socorridos por Pasaban y el resto de su expedición, imágenes que dieron la vuelta al mundo y que provocaron el enfado de Oiarzabal. “Se publicaron un montón de fotos sin mi permiso. Daban a entender que no habían subido al Everest por ayudarme a mí. Las formas no fueron las adecuadas. Tenía que haberme sosegado”, explicaba este domingo Oiarzabal en Planeta Calleja en el que Jesús Calleja consiguió que ambos alpinistas se reencontraran para volver a hacer cima juntos en el Corredor de las Agujas, en el macizo de Peña Ubiña (León).
“Dos gallos no pueden estar en el mismo corral. Él tiene su carácter y yo el mío. Fue una cosa que se nos fue de las manos a los dos”, decía por su parte Pasaban. “Tú sabes que las fotos que salieron no tengo nada que ver. En el campo base teníamos periodistas y querían el titular, que les vino de puta madre. Hubo gente que puso en mi boca que no había subido al Everest por haber ayudado a Juanito. No subimos por mal tiempo”, añadía.
"No pude ver su rueda de prensa porque le quiero demasiado. No pensaba que esas cosas pudieran salir de su boca. Me la han querido poner 50 veces y no la quiero ver porque estoy harta de que nos enfademos por terceros", comentó Juanito.
Además de este reencuentro, el programa también sirvió para conocer más de cerca a estos dos referentes del alpinismo mundial. Y así antes de abordar el objetivo final, Calleja pasó un día con cada uno para descubrir cómo son sus vidas. Primero viajó a Vitoria, lugar de residencia de Juanito, para hacer una ruta en bici y compartir risas y confidencias con su familia.
Y así, Oiarzabal contó, por ejemplo, que no le ha afectado psicológicamente el que le hayan tenido que cortar todos los dedos de los pies. “Esto es lo que hay. Son heridas de guerra. Lo primero que se me pasa por la cabeza es si podré volver a subir un 8.000”, contó el alpinista, que no se echa atrás en su idea de conseguir volver a subir 14 ochomiles a pesar de haber sufrido una embolia pulmonar.
“¿No es un peaje muy caro?”, le preguntaba Calleja. “No. Desgraciadamente hay compañeros que han perdido la vida. Las circunstancias son las que son”, confesaba Oiarzabal. “Bueno, no te tienes que cortar las uñas, no te salen bolas, te huelen la mitad los pies…”, bromeaba el leonés.
Por su parte, con Edurne pasó un día en el Valle de Arán, donde vive con su pareja y su hijo. Juntos se subieron a un trineo tirado por perros y descendieron las pistas de Baqueira Beret. Allí contó que con 31 años tuvo una depresión que casi le cuesta la vida. “El amor no ha sido mi fuerte en la vida. Cuando tuve depresión fue por algo existencial. Quería ser madre. Eso me llevó a estar muy enferma. Eran duros los domingos en el sofá de mi casa haciendo zapping, esa soledad. Y mira que vivía cosas”.
“Siempre diré que no he visto la muerte cerca en el Himalaya sino aquí en tierra. Fue una depresión muy bestia. Los médicos a veces no se lo creían”, explicó la alpinista, que contó que es imposible ganarse la vida escalando 8.000. “Yo no me ganaba la vida de esto. Tenía un restaurante y cuando no estaba de expedición estaba sirviendo mesas y haciendo camas en el hotel”.