Es un hecho que algo le está pasando a Operación Triunfo 2018. El tinglado que montan cada miércoles Gestmusic y TVE no levanta cabeza; la audiencia no responde como debería y los chavalines no emocionan. El formato está pasando sin pena ni gloria por el ente público, la jodienda está en que cuesta lo mismo ponerlo en pie con éxito o sin él. Semana tras semana el concurso hace lo que puede y se engancha como un clavo ardiendo a cualquier polémica fabricada a la desesperada para reflotarlo, pero con escasa suerte. O ninguna. Ni siquiera las estrategias feministas de marketing que se marcan a golpe de mariconez dan oxígeno a un espacio entre estertores. Diría que ya está en la UCI, entubado.
Si es que, ya lo reza el dicho: las comparaciones son odiosas. Pero, claro, estamos en un país acostumbrado a pontificar con el dedo, y que nos pone como ejemplo al vecino desde que somos niños. A OT 2018 le ha pasado lo mismo: se le pide insistentemente que repita el mismo éxito que en 2017 y que todos los concursantes sean Amaia Romero (19 años) y tengan su misma magia y luz. Pues, mire usted, no; milagros a Lourdes. La crisis se percibe tras el plasma, en los rostros de los profesores y directores, y nadie puede desmentirla entre bambalinas públicas. No, segundas partes nunca fueron buenas.
El punto de inflexión del concurso fue cuando la semana pasada Mamen Márquez, coach vocal de OT 2018, interrumpió la grabación semanal del disco con las canciones de la próxima gala y se plantó antes los concursantes para cantarles las cuarenta y hacerles ver que no podían seguir por ese camino de apatía. Les echó en cara que llegaban al estudio cada mañana sin saberse la letra de las canciones, que apenas conocieran la melodía de las mismas y, lo que es peor, que acudían a su cita musical con desgana y sueño. Como si aquello les aburriera soberanamente y no fuera con ellos. Uno, que no es tonto, ve en estos sermones alusiones veladas de que la cosa no va tan fluida como debiera y que, en parte, la culpa la tienen los chavales, que no conectan con ese público que, hace solo unos meses, aupó a Amaia y Alfred García (21) a Eurovisión. Cabe recodar que la edición de 2017 llegaba batiendo récord históricos y, sobre todo, después de su batacazo seis años antes. Pero de esa operación a vida o muerte, revivió.
Se conoce que querían repetir en cuestión de meses el mismo pelotazo, pero el globo ha pinchado de mala manera. Y, claro, no se puede enmendar una vez explotado. ¿Qué está pasando en esta edición? ¿Cuál es el fallo para que OT 2018 no goce de tanto brillo? JALEOS ha hecho un repaso por las cinco razones más destacables por las que este Operación Triunfo debería llamarse Operación Fracaso.
1- La insultante desgana
Sinceramente, la desgana que demuestran los concursantes es una auténtica falta de respeto. Algunos no creen en lo que hacen y otros, que es aún peor, se creen que ya han tocado el cielo. ¡Chavales, hay miles de personas a las que les encantaría estar en vuestro lugar! Deberíais dar las gracias eternamente por tener la inmensa suerte de apoyar vuestra carrera musical en un pilar tan importante como la academia de Operación Triunfo. No todo el mundo tiene acceso a una educación de élite a nivel musical y, por supuesto, pocos, muy pocos cantantes que comienzan desde abajo llegan a conseguir vuestra proyección mediática después de asomaros al mundo tras la cámara de un programa de televisión.
Por eso creo que la cara de malas pulgas de Mamen Márquez -y la posterior de la directora Noemí Galera (51)- es más de decepción que de enfado propio. Algo que, si fueron avispados los chavales, les partiría el alma. Pero casi siempre les pilla mirándose el ombligo. Los jefes se han dado cuenta de que, a estas alturas del concurso, si no han llegado al público, no lo van a hacer. Los pupilos tienen una situación de privilegio que no valoran, por eso Galera les montó la de San Quintín y les dijo a bocajarro: "Si seguís así, la hostia va a ser guapa". De hecho, les desinfló las expectativas de que pudieran, incluso, grabar un disco: "Una vez salgáis por esa puerta, ya veremos quiénes de vosotros puede grabar un CD, porque a lo mejor salís y no os conoce nadie, ni siquiera a los que estén aquí tres meses. Tener una carrera musical es dificilísimo". Unas palabras que no han surtido mucho efecto en los triunfitos. Más bien se las sacudieron como caspa. Siguen cantando sin alma, sin arrojo. ¡Imperdonable!
2- Poca humildad (van de listos)
En la actitud apática de los concursantes se esconde la crisis que vive el interés del concurso. No son conscientes de que a veces tener voz no es poseer esa carisma necesaria para gustar. Puedes cantar como los ángeles y no emocionar un ápice. Puedes tener miles de fallos, pero conjugarlos con ilusión y salir a hombros. Si no hay ganas y solo voz, mal camino. Lo que les pasa a estos concursantes es que están de vuelta de todo, o eso se creen ellos. Están estancados, no evolucionan, pero se creen los dueños de la música y los que mejor lo hacen.
Un dato: es curioso verlos sobre el escenario tan calmados y tranquilos, sin un solo nervio aparente. ¡Cualquiera diría que se están jugando una carrera! En definitiva, tienen poca humildad, van de listos y todo apunta a que se darán de bruces con una realidad muy dura a su salida del programa. Parece que no han aprendido que no se puede ser un grande en el conformismo y en la planicie a la hora de cantar. A veces, queridos, venden y enamoran más tres gallos en directo que una actuación irreprochable que te deje impasible.
3- Escándalos que (precisamente) no favorecen
Hay muchos que opinan que, dada la baja audiencia que está cosechando el concurso, las mentes pensantes están fabricando polémicas para que cada miércoles la gente se quede pegada. Mal augurio si tienen que hacer eso. La última vez que pulsaron el botón de la polémica se llevaron por delante a Itziar Castro (41) con su despido fulminante. Se la cargaron de mala manera el mismo día en que había gala. Claro, la carnaza estaba asegurada, se creían. ¡Ja!, ilusos.
Pues no, pan para hoy y hambre para mañana; hubo la misma audiencia de siempre. ¿No se dan cuenta que, precisamente, ese tipo de comportamientos, más que ganar adeptos, los alejan? ¿Qué necesidad hay de dejar cadáveres por el camino de esa talla? Lo que no se dan cuenta es que hacerle la cama a Itziar para meter a Los Javis no es una obra maestra. Creo que recuperarlos de la edición anterior -para, por efecto contagio, que vengan con algunas décimas de share sobre los hombros-, no es garantía de nada. Repito: la culpa no es del entorno, es que nadie de allí es Amaia Romero. ¡Asumidlo ya!
4- Desinterés del espectador
Puede que por estas causas que uno está exponiendo -o por el conjunto de las mismas-, el espectador que está en su casa esté cada vez más alejado del formato. Los muchos seguidores de la edición de 2017 se fueron y, los que están, están cansados y un tanto resabiados. Aunque el canal de Youtube del programa mantiene con fidelidad muchas visualizaciones diarias -hay que decirlo: gracias al efecto rebote del año pasado-, lo cierto es que no existe, y no creo que vaya a existir, esa hermandad contagiosa que hubo el año pasado.
La gente no ve los momentazos épicos que había en 2017; la gente no se emociona; la gente no comenta por la calle las grandes actuaciones de los triunfitos; la gente no se echa a las calles, y los gags en redes están deslucidos y se publican sin fuerza. En otras palabras, a las personas que no siguen cada semana, o cada día, el concurso les cuesta horrores dar con un vídeo de la academia. Ni qué decir ponérselo adrede en la web de RTVE. No, claramente la gente está desinteresada. Señores, ¡el público no es tonto!
5- El formato está quemado
Muchas veces, para entender el presente hay que viajar al pasado. El caso de Operación Triunfo es el fiel ejemplo de ello. El formato acabó más que quemado, chamuscado, hace seis años, cuando lo presentó durante un telediario y medio Pilar Rubio (40). Ya entonces, sin la acidez de Risto Mejide (43) ni la frescura de Àngel Llàcer (44), el espacio cayó en picado. Muchos lo consideraron como el batacazo definitivo del programa, pero seis años más tarde, en 2017, volvió y arrasó por todo lo alto.
¿El motivo? Muy sencillo: había interés por un espacio que se había tomado un descanso largo, nuevos ingredientes tanto en la dirección como en la presentación con Roberto Leal (38) al frente, y seres con tanta luz como Amaia, Aitana Ocaña (19) y Ana Guerra (24), entre otros. Se puede decir que el año pasado bajó Dios a ver a TVE y a Gestmusic hasta el punto de que hubo quien llegó a comparar la edición con la originaria en la que se dieron a conocer Rosa López (37), David Bisbal (39) y David Bustamante (36), entre otros.
Qué caprichoso es el espectador y qué puntillosas las circunstancias. Ni siquiera un año después del boom acompaña el éxito. Lo mismo, quién sabe, ha llegado el momento de que le den un garbeo al formato. Solo lo mismo, y, en caso negativo, aquí un servidor ofrece su opinión. ¡No será porque no se les da ayudas!
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