A punto de cumplirse un año desde que comenzó la pandemia, hay quienes piensan que aún queda mucha labor por hacer para concienciar a la sociedad del trabajo que hacen los médicos. De cualquier rama. También de los sacrificios que realizan para poner su dedicación al servicio de los demás. Entre ellos, Enrique Moreno (81 años), conocido como el médico de los famosos y que se ha lanzado a la aventura de escribir un libro al que ha dado nombre con su profesión: El cirujano (La esfera de los libros).
Él fue quien coordinó el trasplante de hígado a Raphael (77) en el año 2003. También en cuyas manos se puso Cayetano Martínez de Irujo (57) tras varias intervenciones intestinales para frenar esos problemas. Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 1999 y académico de la Real Academia Nacional de Medicina de España desde 1995, ha decidido mostrar al mundo su larga experiencia profesional a través de un relato, en tono de ficción, que tiene como propósito que se valoren los sacrificios que hacen sus colegas de profesión al servicio de la ciudadanía (por vocación pura).
JALEOS ha conversado por teléfono con el facultativo sobre esa obra, pero también sobre la relación que mantiene con esos personajes a los que, en palabras de los protagonistas, ha salvado la vida. También reflexiona sobre esos momentos en los que se ha convertido en titular, precisamente, por haber tenido entre sus manos a rostros conocidos, y no por las intervenciones en sí, que son su día a día desde hace más de medio siglo.
¿Qué le lleva a escribir este libro?
Por un lado, la necesidad de expresar en un hospital todo lo que sucede en la medicina. Lo que uno ha vivido sin ser ninguna biografía. Y, por otro lado, el ver en los medios audiovisuales que no se refleja la realidad de lo que ocurre en los quirófanos, de la dureza de la cirugía, de los avatares que esta tiene, la ilusión por curar... Eso hace pensar que, tal vez, estos medios audiovisuales, excelentes por otro lado, no están asesorados por médicos en general o investigadores.
¿Por qué decidió darle ese toque de ficción en vez de hacerlo quizás, a modo de autobiografía?
Yo, como lector, prefiero algo que tenga una trama interesante y te invite a seguir leyendo, y no siempre la vida de los médicos es interesante, porque tienen su vida normal, con su familia.
La obra tiene 600 páginas escritas a la antigua usanza: a mano.
Es que yo siempre escribo a mano, aunque luego me lo transcriban a ordenador. También los trabajos científicos. A mí, personalmente, el ordenador me parece un invento extraordinario, pero me distrae mucho la pantalla. Prefiero que la mente esté centrada en una mesa pequeña, con una luz delante. Que no haya nada que me aparte de la trama. Creo que el autor tiene que introducirse dentro de la trama, entre los personajes.
Sigue siendo necesario, después de lo que llevamos viviendo desde hace un año, se siga recordando a la gente lo importante que es el servicio médico.
Indudablemente. La gente importante, que no solo son los médicos y las enfermeras, sino también los propios enfermos, tienen que ser recordados constantemente. Dentro del hospital, muchas veces, se olvida uno de las enfermeras, y su papel es importantísimo. Se busca al cirujano o al internista, pero se olvida del investigador, a los expertos en laboratorio, anatomistas, fisiólogos... Todos tienen un papel esencial y por eso están dentro de esta novela. Uno se da cuenta de que, a veces, se está entregando a los enfermos y también debería entregarse a la sociedad que sufre y que no tiene unas posibilidades de desarrollo.
¿Cuál ha sido el momento más complicado de su carrera?
Especialmente el trasplante de órganos. Y muy especialmente la cirugía y tratamiento de los tumores y cáncer en general avanzado. Más que difícil, me ha absorbido mucho tiempo el tema de las reintervenciones de enfermos que nos llegan intervenidos dos, tres, cuatro veces y que hay que volver hacia atrás y encontrarse con la obra y tirar paredes, encontrar los cimientos y empezar de otra forma.
¿Y el más gratificante?
Cualquiera de los postoperatorios de los enfermos.
Se le ha presentado como 'el cirujano de los famosos'. ¿Cómo se abstrae uno, por ejemplo, de que a quien tiene en la mesa de operaciones, es Raphael?
Con una sencillez absoluta. Yo siempre digo que, al entrar en el quirófano, las luces están iluminando al enfermo y al equipo que va a realizar la cirugía. Cuando el enfermo se coloca encima de la mesa, las luces lo iluminan a él. Y en el momento de empezar la intervención, las luces solo iluminan a la enfermedad. Por lo tanto, nos encontramos con una enfermedad. Si pensamos que estamos operando a un presidente del gobierno, a un financiero o a un gran artista, como es el caso de Raphael, pues estamos perdidos. Hay que hacer lo que hay que hacer, pero con la humildad suficiente que debe tener un cirujano para saber que puede ir bien o mal, pero que haremos lo posible para que sea lo primero. Se dice: "El cirujano de los famosos". Es que, los llamados famosos o personas con una gran influencia mediática, se ponen enfermas como un señor que esté allí en la esquina o el pobre que no tiene ningún tipo de patrimonio. Aunque de forma mediática tenga más importancia, por ustedes, por los medios.
¿Cómo ha llevado su relación con la prensa después de intervenir a esas personas, como usted dice, con influencia mediática?
Quiero recordar una anécdota que me permite contar la familia de José María Ruiz-Mateos. Al salir del ascensor, sin bata y ya con mi abrigo, me encontré con un periodista excelente que, de repente, me mira y me pregunta: "¿Es usted el doctor Moreno, que ha operado a Ruiz-Mateos?". Le respondí que no y le pregunté que qué necesitaba. Me dijo que venía a hacerle una entrevista y, automáticamente, me volví y le dije: "Es ese señor que está entrando en el ascensor". El periodista, supongo que me habrá perdonado. Tratamos lo mismo cuando se operó a Raphael. Se le dijo a los medios, porque son importantes. Se convocó y se dijo en qué condiciones se había operado y lo que había pasado. Se advirtió que se daría toda la información, pero se pidió que no anduvieran por los pasillos buscando una fotografía en cuidados intensivos. Entendieron que íbamos todos en el mismo equipo. El periodismo es importantísimo, lo mismo para llevar a la sociedad las consecuencias de la pandemia, los resultados de una vacuna
Usted fue uno de los encargados de acompañar a Cayetano Martínez de Irujo en la presentación de su libro. ¿No le ha pedido que le devuelva el honor? ¿De dónde viene su relación con él?
Lo que ocurre es que, ahora, con la mascarilla, no se nos iba a reconocer. Bueno, a don Cayetano, que es tan atractivo y simpático, se le conocería perfectamente, pero a mí no. Cuando presentó él su libro, De Cayetano a Cayetana, me lo pidió y yo encantado.
Tanto uno como otro, han confesado en más de una ocasión que le deben la vida.
Yo creo que no nos debe la vida nadie. Somos piezas que actuamos dentro de un equipo. Entonces se podría decir que deben la vida al anestesista, al inmunólogo... Siempre cuento que, una vez, tenía que coger un avión en San Francisco porque si no las conexiones me hubiesen ocasionado un desastre, y me subí a un taxi y le dije al taxista que yo pagaba la multa, pero que tenía que llegar al aeropuerto. No se me olvidará nunca y, desde entonces, digo que la del taxista es la figura más importante en el mundo. Nuestro nivel dentro de la sociedad no es más alto ni más bajo que el de otros, es de responsabilidad.
Se entiende que tiene usted una relación de amistad tanto con Raphael como con Cayetano?
Sin duda. Y una admiración ninguna. Yo no he tenido tiempo en la vida para ir al teatro o a un espectáculo de algún artista al que admirara. En cambio, alguna vez nos ha invitado, a mi mujer y a mí, Raphael a uno de sus conciertos y he ido encantado. Y algo avergonzado, porque el que se sienta a mi lado, tiene menos edad que yo y se puede permitir bailar al ritmo de la música. Y Cayetano es un hombre encantador. Es una persona estupenda, culta y, en cambio, de lo más sencillo. Si yo saliera del hospital al lado de alguno de ellos, que no salgo para nada porque no tengo por qué acompañar a los enfermos, a mí no me miraría nadie. Las firmas se las pedirían a Raphael. Y con Cayetano, yo quedaría en décimo término. Yo haría lo mismo en el lugar de esas personas.
¿Tiene pensado, a corto plazo, guardar el bisturí?
La verdad es que, de momento, no. Me mantengo. Estoy muy bien y recuerdo a una persona encantadora, humildísima y extraordinaria, que fue don Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate. Le operé de una hernia inguinal que había vuelto a aparecer, y falleció con 101 años, con la cabeza perfecta. Le operé un viernes y al llegar el sábado por la mañana a visitarle, no estaba. Pregunté a la enfermera y me contestó que se había ido a la cafetería. Efectivamente, allí estaba desayunando. Le dije que era la primera vez que una persona recién operada me obligaba a pasar visita en la cafetería. En vez de reírse se encogió de hombros, pidió perdón y me dijo: "Las enfermeras me han llevado el desayuno a la cama y yo nunca he desayunado en la cama".
Usted lo que tiene que hacer es escribir un libro de vivencias con personajes célebres.
Pues si usted considera que la gente lo leería, ayúdeme a desarrollar esa idea y lo hago encantado. Hacemos el negocio.
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