Pese a tener sus negocios cerrados, a medio gas o bajo mínimos, los jueces de MasterChef -Pepe Rodríguez, Jordi Cruz y Samantha Vallejo-Nágera– son de los pocos cocineros que se salvan de la ruina dentro de un sector, la gastronomía, que está siendo uno de los más vapuleados por la pandemia.
"Si solamente tuviésemos los restaurantes estaríamos hablando de otra cosa y sufriríamos de otra forma. No lo quiero ni pensar. Hemos tenido suerte", cuenta a Efe Pepe Rodríguez (53 años), dueño del restaurante El Bohío (Illescas, Toledo, una estrella Michelín), en un encuentro con un grupo de periodistas.
Aunque en este año ha logrado "surfear" el temporal y ha conseguido abrir algunos meses, todavía teme no poder mantener el negocio que fundara su abuela en 1934. "No las tengo todas conmigo. Estamos ahí en ese límite. Yo voy a dar todo lo que pueda para mantenerlo hasta que diga 'señores, hasta aquí hemos llegado'. Ojalá que no llegue ese momento, pero no descarto nada porque cada uno tiene un límite", apunta el cocinero.
Desde finales de abril de 2020, cuando los números rojos se hacían dueños de los libros de contabilidad de la mayoría de los restaurantes y bares de España, Rodríguez, Cruz y Vallejo-Nágera encadenaban grabación tras grabación de las distintas ediciones del programa (niños, famosos, personas mayores…) producido por Televisión Española y Shine Iberia.
El programa los ha salvado de vivir la hecatombe que otros muchos están viviendo. "Yo doy gracias a Dios todas las mañanas, soy un privilegiado por tener curro", añade Rodríguez.
Según datos de la patronal Hostelería de España, tras el año de pandemia de coronavirus el sector ha registrado pérdidas por valor de 70.000 millones de euros, con una caída media en la facturación del 50% (80% en zonas donde el peso del turismo es mayor), una situación que ha llevado al cierre a 100.000 negocios.
Entre ellos está el restaurante AbAC de Jordi Cruz (42) (Barcelona, tres estrellas Michelín), que lleva meses cerrado y con "ciento y pico personas en ERTE" y que no abrirá hasta que la hostelería de Barcelona pueda abrir a media noche.
"Dentro de lo mal lo estamos viviendo con serenidad. Nuestro negocio es un barco grande que tiene que hacer todas las paradas. Si solo hace la mitad del trayecto, no nos sale a cuenta. No quiero abrir con medio menú, ni dándole prisas a los comensales. Quiero abrir donde lo dejé, con el mismo nivel", explica.
Él y su socio tienen la suerte de "ser propietarios de los locales". "Estoy tranquilo porque no estamos ganando dinero pero no estamos perdiendo mucho. Hay mucha gente que paga un alquiler y eso es muy complicado", añade el chef.
Los negocios de Samantha Vallejo-Nágera (51) también se han visto fuertemente afectados por la situación. Sobre todo la empresa de catering que regenta hace más de 25 años. "Nos ha afectado bastante más que a los demás. La pandemia al sector del catering nos ha fulminado porque no se pueden reunir personas. Nosotros somos expertos en bodas y fiestas de empresa y ahora los cáterin han desaparecido de todos los sitios", asegura.
Para este año ya tiene "muchas bodas cerradas" y espera que puedan celebrarse porque "si nosotros lo sufrimos como empresarios ellos lo sufren como novios, que llevan queriéndose casar hace meses", apunta.
Pese a la fuerte crisis, en diciembre decidió dar el paso y abrir un nuevo hotel-restaurante en Pedraza (Segovia), Casa Taberna. "Por números hubiese sido más rentable no abrirlo todavía pero por otro lado está la ilusión que tienes por un negocio nuevo", añade la empresaria, que sueña con que acaben los cierres perimetrales y "la gente de Madrid pueda venir a ver el pedazo de negocio que he montado".
Este también es el principal deseo y la esperanza de Pepe Rodríguez, que termine "la locura" de las fronteras. "A mí lo que más me molesta son los cierres perimetrales. Nosotros somos un restaurante que vivimos de toda España, pues un sábado cualquiera recibíamos a gente de La Coruña, Cádiz, Barcelona... ahora nos cuesta horrores sobrevivir", cuenta.
Todos se quejan del poco apoyo recibido por el Gobierno, que ha llevado a que unos 2.000 hosteleros hayan presentado reclamaciones patrimoniales a las administraciones públicas en los últimos meses.
"Somos víctimas y sí se nos tendría que haber mimado un poco más porque somos un valor que necesita ser ayudado para que cuando esto pase sigamos siendo un motor", apunta por su parte Cruz, quien recuerda que "la gastronomía es un pilar", uno de los más sólidos de la cultura española.
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