Adicta al sonido, Otra vez, Vodka Redbull y Es lo que hay son los cuatro temas que componen las siglas del último proyecto discográfico de Samantha Hudson (23 años), un EP titulado AOVE y repleto de sonidos electrizantes y timbres maquineros dispuestos a hacer que retumbe el suelo de las pistas de baile.
Hudson nació como una inocente tarea de instituto cuando la mallorquina apenas tenía dieciséis años. Desde entonces, no ha dejado de ganar seguidores (y haters) gracias a su divertido contenido en redes sociales, sus singulares espectáculos musicales y un reivindicativo discurso que la ha llevado a convertirse en referente de la generación Z.
Estos días, la artista se mantiene ocupada promocionando sus nuevas canciones y preparando los bolos que próximamente la llevarán hasta lugares como el Sónar de Barcelona (17 de junio), el festival Vive Nigrán (1 de julio) o el Festival Sónica (15 de julio). "Creo que soy una persona bastante privilegiada, porque me dedico a algo que me gusta mucho y que me hace ilusión", asegura a EL ESPAÑOL.
Define AOVE como una oda a la fiesta y el ocio nocturno. ¿Se considera una persona especialmente juerguista?
Soy muy disfrutona. Si salgo, salgo. No soy de medias tintas. Sigo la misma filosofía de los empresarios de Silicon Valley con el LSD: microdosis. Además, soy una persona que lo hace todo por la anécdota. Necesito nutrirme del hecho de que me pasen cosas divertidas, y las cosas divertidas no suelen sucederte estando en el sofá de casa. Como mis amigas también son muy dicharacheras, podría decir que se juntaron el hambre y las ganas de comer.
He sido muy fiestera, sobre todo cuando llegué a Madrid. Ahí me movía en un entorno más transformista y del club. Me di cuenta de que todo mi entorno eran djs y transformistas con los que compartía el horario laboral. Gracias a Dios, la pandemia nos hizo a todas parar y reflexionar. Ahora me corro una juerga de tanto en tanto pero, contra todo pronóstico, estoy en un momento muy profesional y sensato. Si tengo un show, nada de dormir mal, salir de fiesta el día anterior o coger un avión sin haber pasado por casa.
Se ha vuelto más disciplinada en todos los sentidos.
Bastante. Es cierto que nunca he sido de salir borracha ni de tomar nada antes de cantar, aunque en el imaginario popular haya quedado esa imagen de la rock star que antes de actuar se fuma ochenta cigarros y se bebe tres copas de whisky. De hecho, en el hospitality que ponemos en los contratos nunca especificamos ni cervezas ni nada; somos más de humus y crudités. Además, después de un bolo me voy a dormir. Ahora bien, te estoy hablando del ámbito laboral. Si tengo un fin de semana libre y hay un buen plan, ¿por qué no hacerle el amor a los estrobos?
Adicta al sonido es, por encima de todo, una canción de amor. ¿Es usted más romántica de lo que pudiera parecer a simple vista?
Sí. Creo que soy una Virgo empedernida. Eso quiere decir que soy muy frígida, a pesar de esta apariencia de ninfómana y ramera babilónica totalmente lujuriosa. No le doy mucha importancia al terreno sexual en mis relaciones. Pero soy una persona muy entregada a las pasiones de la Julia Roberts de los órganos, que es el corazón. Me gusta mucho ser detallista y soy muy fiel, lo que no quiere decir que sea monógama. Tampoco soy muy enamoradiza.
¿Con lo de que no es monógama se refiere a que es más leal que fiel?
Sí. Creo que hay muchos tipos de relaciones y yo no me quiero ceñir a una en concreto. Entendiendo el contexto y los parámetros sobre los que se ha construido esa relación, bien sea una relación abierta o una poliamorosa, creo que hay ciertos códigos que dependen mucho de la relación interpersonal y que yo respeto. Si hay algo pactado, hay algo pactado, y si tú quieres cambiar las normas, tendrás al menos que comentarlo. En ese sentido, soy una persona muy pragmática. Creo que hay que entender quién eres tú, quién es la otra persona y en qué circunstancias estáis. A veces yo prefiero unos cuernos al uso que estar tragando con una relación poliamorosa que me genera mucho más estrés y me hace mucho más daño a la larga.
A mí que me pongan los cuernos me da igual, porque creo que todos tenemos derecho a errar, y que tire la primera piedra la que esté libre de pecado. Lo que más valoro es que haya comunicación y uno sea una persona asertiva. Pero, como digo en Adicta al sonido, siempre que voy a bailar me quedo sola. No sé si será que impongo demasiado o si es que soy una persona muy complicada. Yo presumo de ser bastante sencilla. No es que sea conformista, pero si me entrego, me entrego. Tampoco necesito salir con Indiana Jones y vivir intrépidas aventuras. Busco estar a gusto y tranquila y, a veces, la forma más óptima de estar así pasa por la soltería, por no tener ningún tipo de atadura y bailar hasta caer desfallecida.
¿No anhela entonces una pareja?
No te voy a mentir. A veces es frustrante sentirse sola en esos términos, pero creo que se trata de un dolor generacional y un síntoma de que las cosas están cambiando. Veo que ya no hay esa desesperación por encontrar algo y conformarse a la mínima, tragando un malestar detrás de otro con tal de haber alcanzado ese prototipo aspiracional. Sí me siento sola a veces, pero me da bastante igual. Sé que a lo mejor es un dolor que no voy a poder paliar, pero he aprendido a vivir con ello. De cualquier manera, mi generación ha conseguido emanciparse de esos vínculos sexo-afectivos y tiene muy interiorizado que existen otras formas de amor, como puede ser una buena amistad. Al final, tener una amiga implica compartir con ella el mismo tiempo que con una pareja al uso, nutrirse la una de la otra, compartir intereses,... La única diferencia que puede haber es el motivo sexual o ciertos comportamientos como puede ser un beso.
Hablando de esto, ¿ha besado muchas bocas con sabor a vodka Redbull?
Me habría gustado, la verdad. Solí besarme más con lenguas húmedas, bocas que sabían a Malboro y personas indeseables.
¿Quién le dio el peor beso que recuerda?
Dios mío, no lo sé. Cuando vivía en Barcelona me acostaba con gente un poco turbia. Recuerdo mucho lo de la lengua húmeda, que es algo que no me había pasado nunca. Resulta que tu organismo está caliente, o al menos tiene una temperatura decente, y de pronto notas ese músculo totalmente gélido... Pero más que el beso, lo desagradable fue la pareja sexual que escogía en ese momento.
Este verano hará unos cuantos bolos por el país. ¿Le da pereza trabajar?
Los dos años anteriores sí estaba en una etapa más disociativa y fue la primera vez que me encontraba con un trabajo tan distinto, con ese nivel de exposición y siempre teniendo que ofrecer una opinión. Me vi teniendo que exprimir de alguna manera ese personaje polémico y reivindicativo en el que me habían encasillado. Lo pasaba mal y sufría cuadros de estrés pero, en definitiva, ahora estoy bastante contenta. Este año lo he vivido con más ilusión y de una manera más sosegada, quizás porque ya estoy acostumbrada a ese nivel de producción de contenido. Me siento muy contenta con la propuesta musical de AOVE, con el sonido que he conseguido y con la puesta en escena que hemos llevado en los shows. Me siento más evolucionada y satisfecha, y habito el momento de una manera más saludable para mis emociones.
Ayuso ha comentado alguna vez que a los chavales españoles les falta "cultura del esfuerzo". ¿Son los jóvenes una panda de vagos?
Para nada. Creo que sucede todo lo contrario. Lo que la llamada cultura del esfuerzo hace es castigar de alguna manera a todas esas personas que viven en sus carnes la tragedia que supone tener aspiraciones y expectativas de futuro que constantemente se ven truncadas por motivos externos. Ya no solo pasa por una cuestión de género o raza, que son factores que condicionan bastante la manera en la que tú puedes ir desarrollándote tanto a nivel profesional como personal, sino también por el hecho de venir de una familia de clase trabajadora, por no tener recursos suficientes para poder llevar a cabo tu propuesta, por estar continuamente fustigada por tener que pagar un alquiler de precio desorbitado sabiendo que esa casa jamás te va a pertenecer, etc.
Mucha gente joven está pluriempleada, y ni así puede costearse una vida digna. No creo que la gente no se esfuerce, sino que nos han metido en la cabeza un concepto de éxito y esfuerzo y una idea aspiracional que muy poca gente puede conseguir. La gente joven se esfuerza mucho, pero el esfuerzo da igual. Para conseguir lo que te propones lo que prima es la herencia, tu posición social y tu poder adquisitivo.
Siempre reivindica el derecho "a ser una fracasada y a no tener ningún talento". ¿Experimenta el síndrome del impostor?
Fíjate, eso es algo que he sentido ahora. Como antes estaba tan disociada, no me daba tiempo a sentir cosas [risas]. También es cierto que antes tenía una estética más trash y ahora siento que, de alguna manera, mi música está adquiriendo un aire más serio, entendiendo lo de serio dentro de unos parámetros, porque yo siempre me he tomado muy en serio lo que hago. Ahora entran ya en juego códigos más establecidos y por eso quizás pueda tener ciertas inseguridades, pero pienso que es algo que le ocurre a todo el mundo. Vivimos en un mundo donde un día tienes éxito y estás bien considerada y luego, de pronto, das un traspié y se desmorona todo. Veo que con los personajes públicos, en España, pasa que se exprimen y luego se desechan sin ningún tipo de miramiento.
¿Le molesta la superioridad moral desde la que se pronuncia sobre usted cierto sector de la izquierda?
A mí se me tacha mucho de analfabeta y de posmoderna, aunque con esto último no sé muy bien a qué se refieren. No sé, creo que por mucho que señales al cielo, un imbécil siempre te va a mirar al dedo. No he venido aquí ni a demostrar lo que valgo ni a encajar en cierto prototipo para que así me ofrezcan un trato digno. Que cada uno saque sus propias conclusiones. Siempre me he respetado mucho, y respetarse también implica concederse el lujo de ser una tía ridícula, estridente y chabacana, de no encajar en ese prototipo académico al que parece que tienes que aspirar para ser una persona de renombre.
Durante la pandemia me comentó que era una compradora compulsiva. ¿Ha mejorado la cosa?
Sí. También es cierto que en ese momento empezaba a ganar dinero por primera vez en mi vida. En mi adolescencia, nunca tuve ocasión de seguir las tendencias, aunque sea algo muy frívolo y banal. Pasé toda mi vida reutilizando la ropa de mi hermano y sufriendo las críticas mordaces de todos esos adolescentes que sí podían comprarse las últimas zapatillas deportivas o los abrigos que estaban en tendencia, mientras yo me veía obligada a llevar aquellos polares del Quechua que tan poco me representaban. De pronto, verme con cierto poder adquisitivo y poder configurar mi estética como a mí más me apetecía me llevó a vivir una etapa algo shopaholic. Ahora ya estoy más comedida, sobre todo porque no me cabe más ropa en el armario.
Ahora que gana más dinero, ¿se sigue considerando una chica de clase obrera?
Creo que siempre voy a tener ese filtro puesto en la cabeza. Es algo con lo que yo me siento comprometida, al margen de las contradicciones que puedan surgir por estar desenvolviéndome en ciertos circuitos. Nunca voy a abandonar el prisma de contemplar mi entorno desde una realidad de clase y saber que lo económico es indispensable a la hora de desarrollarte, y desde las vivencias que puedan surgir como consecuencia de ser una persona pobre.
¿Soy de clase trabajadora? Creo que sí, porque tampoco tengo ninguna herencia, ni estoy invirtiendo en ningún tipo de negocio, ni en bolsa ni en comprarme pisos para alquilarlos a guiris. Ahora mismo estoy bien, pero quizás en un año se pueda tambalear todo. Mi padre es albañil y mi madre es limpiadora en un hotel, lo cual supone un contraste raro. Yo vivo mucho mejor y gano mucho más dinero que la mayoría de jóvenes, pero eso no se ve reflejado en mi entorno. Ni mis amigas más cercanas están igual que yo, ni mi familia está igual que yo. Tengo los pies en el suelo y soy muy consciente del sitio del que vengo y de cómo funcionan las cosas.