Como cada verano, Rappel (78 años) está pasando sus vacaciones en Marbella, en una una calle que evoca el glamour del Hollywood más puro. En las placas está inscrito el nombre de Deborah Kerr, legendaria protagonista de De aquí a la eternidad (1953) y El rey y yo (1956), que solía cultivar nísperos en el jardín de su mansión. Hace ya 55 años que el adivino, futurólogo o "vidente", como a él le gusta denominarse, goza de la tranquilidad de la Costa del Sol.
Este domingo 20 de agosto ha cumplido 78 años. Y lo ha celebrado de una forma sencilla: "Por la mañana fui a desayunar unos churros con chocolate al centro del pueblo, luego fui a la playa y a la piscina de casa y por la noche organicé una cenita con los amigos más íntimos, entre los que se encontraban la hermana de Margit -esposa de Jaime de Mora y Aragón-, una señora sueca encantadora de casi 100 años que tiene mucha energía. Fue una velada tranquila para dar gracias a Dios por tener salud después del sustito del pasado invierno".
Ya recuperado, Rappel sigue haciendo lo que más le gusta, tirar las cartas, los horóscopos o leer las manos. "Estoy bien de la cabeza, tengo una gran memoria y con ganas de actividad. El día que no sepa quién es quién o dónde estoy me retiraré", confiesa a JALEOS de EL ESPAÑOL. Cerca de él está José María, su pareja, que escucha atentamente la conversación y de tanto en tanto refuerza las declaraciones de Rappel con algún detalle.
[Rappel recibe el alta hospitalaria tras su ingreso a causa de una neumonía]
Lejos queda ya aquel joven llamado Rafael Francisco Payá Pinilla que con 26 años ya estaba frente a un negocio de alta costura en el madrileño barrio de Salamanca donde acudían personalidades tan conocidas como la condesa de Barcelona, "a quien le hacía hasta las batas de estar por casa" -confiesa-, la aristócrata y socialité Niní Montián, Tita Cervera (80) o Carmen Polo, esposa de Franco. Una vida tan apasionante que está intentando plasmar en una biografía y de la que una productora está realizando una docuserie. Antes de salir a cenar con unos amigos, responde a nuestras preguntas.
Cuando se habla de la Marbella clásica no nos podemos olvidar de la ex emperatriz Soraya, ¿cómo era en las distancias cortas?
Siempre fue muy amable, tenía una memoria prodigiosa y me saludaba cariñosamente. Yo la había conocido en Madrid porque vino a mi taller para que le hiciera unos trajes de noche. La última vez que la vi fue en la gran fiesta que dio en su casa de Río Verde el año antes de fallecer. Aquella velada la amenizaron Los del Río y ella quiso abrir el baile con una rumba conmigo alrededor de la piscina. Dijo a todos los presentes que quería hacerlo porque le había cosido el traje de noche más bonito que había tenido.
De repente, me dijo que no me había regalado nada, le dije que no hacía falta porque me honraba con su amistad, pero echó mano a su escote, se entretuvo un rato, no sabía lo que buscaba y tiró de una cadena de oro de la que pendía una especie de enorme escapulario cuajado de brillantes que tenía una inscripción en su interior. "Esto me lo dio el Sha cuando me casé con él, lo que está inscrito significa la bendición de Alá. Mi esposo me dijo que me iba a hacer muy feliz, pero no fue así. Fracasé en mi matrimonio, no fui madre…" y le contesté: "Pero señora, es usted una de las mujeres más admiradas y respetadas del mundo". No me hizo caso. Me lo regaló con tanto amor que estaba segura de que me daría la felicidad auténtica.
¿Qué otro regalo guarda con gran cariño?
Tendría unos 18 o 19 años cuando mi padre me llevó a ver a Raquel Meller, que vivía en una casa de salud porque estaba muy delicada. "Por favor, dígale que está aquí Rafael Payá", dijo mi padre a la entrada, y tras esperar unos minutos vi a una mujer que caminaba lentamente con su batita de guatiné cogida con un imperdible, unas alpargatas y el pelo con bigudíes. Estaba muy mayor y enfermita.
Me dijo que mi abuelo le había hecho unos sombreros y unas capas de pieles maravillosas que había pasado por el mundo entero, y en señal de agradecimiento se fue a su habitación para buscar un regalo para mí. Cuando abrí aquella caja de cartón con una rosa roja pintada a mano me quedé petrificado porque había como 11 o 12 peinetas y peinecillos de carey con piedrecitas que se ponía en las mantillas cuando actuaba cantando cuplés (La Violetera se escribió para ella, pero Sara Montiel la popularizó). En Madrid compré una abaniquera antigua en una casa de subastas, las puse dentro con cuidado y desde entonces preside mi despacho.
Es muy difícil que grandes mitos se conviertan en amigos, ¿cómo lo ha conseguido?
Siempre con mucho respeto y cariño. Los más grandes son en el fondo los más sencillos. Yo nunca les he visto como dioses, leyendas o mitos. Simplemente eran personas que se convirtieron en alguien más de mi familia. De algunos de ellos tengo también obsequios excepcionales. Doña Concha Piquer me regaló un mantón de manila de seda con cabezas chinas bordadas en marfil que pesa bastante, de un mantón de Lolita Sevilla me hice una túnica...
No se olvide de la Begum Yvette.
¡Por supuesto! ¡Qué mujer, qué elegancia, qué porte! Todas las mujeres se la quedaban mirando cuando entraba en cualquier lugar. Su marido era el Aga Khan III, el hombre más rico del mundo a quien su pueblo daba su peso en oro. Era una tradición ancestral. La conocí a través de Balenciaga en París. Me regaló una especie de casaca que transformé en blusón. Era una señora impresionante que medía casi 190 cm, había sido musa de Christian Dior, y con aquel pelo gris cardado imponía mucho más. Me impresionó igual que la reina Victoria Eugenia, a quien visité en Vieille Fontaine en Lausana (Suiza). Tenía una forma de caminar con tanta distinción y señorío que parecía que volaba. Poco tiempo después vino a Madrid para ser madrina de bautismo de Felipe VI.
Pocas personas vivas pueden hablar con propiedad de Balenciaga, que salvó a su familia de la ruina, ¿no es cierto?
Cuando acabó la guerra, mi abuelo y mi padre se quedaron en la calle porque quemaron su floreciente negocio de tejidos y pieles. La peor desgracia de un país es matarse entre hermanos y espero que esto no vuelva a ocurrir en ninguna parte del mundo. Sin un techo en el que cobijarse, a mi abuelo se le ocurrió llamar a Cristóbal Balenciaga porque eran amigos desde los 17 años. Les dijo que fueran a París a vivir a su casa. Cuando les explicó en qué situación estaban, Cristóbal comentó: "Vuelve a España y te haré rico". A mi abuelo le dio el dinero suficiente en 1939 o 1940 para que montara en una planta baja en la calle Lagasca de Madrid una casa de modas con las telas exclusivas que él enviaba desde París. El primer camión lo pagó él. Era muy generoso.
¡Vaya relación!
Estuvo en la boda de mis padres y también en mi bautizo. Era como mi abuelo. Gozaba con la comida que guisaba mi madre y me animó cuando dije que quería ser modisto. Cuando salía del cole y también algunos fines de semana iba a la Casa Balenciaga en la Gran Vía para ver cómo funcionaba todo. "Te voy a enseñar", recuerdo que me dijo de forma cariñosa. Y ahí estaba yo, en probadores, junto a él, con los alfileres recogiendo los bajos de los vestidos de las señoras de la alta sociedad. Fui su aprendiz.
Gracias a él conoció a Edith Piaf, ¿cómo fue aquel encuentro?
Estaba con mis padres en París y nos dijo que íbamos a ver el show de despedida de Edith Piaf porque estaba muy malita. Recuerdo perfectamente que estábamos sentados frente al escenario en la fila dos. Era un mocoso. Durante la actuación, la Piaf no podía caminar, sufría una artrosis deformable, la sacaban como si fuera un muñeco con luz apagada, la dejaban de pie en el escenario y cuando se metían dentro los acomodadores, encendían las luces y ella aparecía vestida de negro, quieta ante el micrófono, con los pies doblados, y empezó a cantar La vie en rose.
Las señoras, las más importantes de la sociedad de París, se volvieron locas, saltaban de pie en las butacas, aplaudían, se la querían comer. Como Cristóbal era su amigo fuimos a saludarla al camerino. Lo primero que le dijo fue "Edith, te presento a mi discípulo, es como mi nieto, él va a ser mi heredero". Noté las caricias de sus dedos sobre mi cara al tiempo que me decía "mon petit" (mi pequeño). Lo tengo grabado en mi mente.
Ha echado las cartas y leído las manos a Franco, La Pasionaria, Jaime de Mora y Aragón… pero me interesa Christina Onassis. ¿Qué veía en la mujer más rica del mundo en aquel momento?
Siempre me decía que no le hablara de dinero ni de negocios. Estaba más preocupada por las relaciones amorosas, ya que había sido bastante desgraciada en su vida. No le interesaban nada los negocios de su padre, Aristóteles Onassis, pero tenía que hacer grandes sacrificios para ir a los consejos de administración, que para ella eran un martirio. Te diré que odiaba a su madrastra, Jackie Kennedy. Decía de ella que era una bruja (risas).