Un humilde camarero llamado Maxim Gaillard abrió hace 130 años, el 18 de octubre de 1893, en el VIII distrito de París un pequeño bistrot a escasos metros de la iglesia de la Madeleine, donde han tenido lugar algunos de los funerales más mediáticos como los de Chopin, Marlene Dietrich, Johnny Hallyday o los estrambóticos gemelos Bogdanoff. Los grandes acontecimientos históricos a veces empiezan por casualidad, como ocurrió cuando la cortesana Irma de Montigny entró en el local: "Haré de este lugar el más conocido de París". Quedó impactada en plena efervescencia de la Belle Époque.
A pesar del boca-oreja, Gaillard tuvo problemas para afrontar los gastos, falleció de cáncer y el negocio pasó al restaurador Eugene Cornuche, quien tuvo la idea de decorarlo con el estilo Art Nouveau seis años después de su apertura. Maxim’s se convirtió en un centro de operaciones de las cocottes o mantenidas más famosas de la época como La Bella Otero, Cléo de Mérode o Mata Hari que lucían igual de elegantes que las grandes señoras de la alta sociedad con vestidos de Vionnet y Poiret y joyas de Cartier o Lalique.
Uno de los primeros clientes del restaurante, Jean Cocteau, quedó tan impactado por estas mujeres que las describió como "un cúmulo de terciopelos, encajes, cintas, diamantes y todo lo demás que no podría describir. Desnudar a una de estas mujeres es como una salida que requiere tres semanas de anticipación, es como mudarse de casa". Se dice que uno de los maîtres tenía una libretita donde apuntaba en clave ciertas observaciones. Por ejemplo, a la mantenida Liana de Pougy se refería como R.A.F. (ríen à faire, es decir, "nada que hacer"). El zar Nicolás II, Eduardo VIII de Inglaterra y Joséphine Baker también fueron otros de los primeros clientes.
Cuando a finales de los años cincuenta empezaron a reemplazarse los característicos sillones de terciopelo rojo, los obreros no dieron crédito a sus ojos porque al desmontarlos encontraron diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas o colgantes de oro que décadas atrás se les había caído a aquellas cocottes a quien sus amantes llamaban bellezas horizontales. No les importó perder aquellos tesoros ya que sabían que iban a ser reemplazados con celeridad.
No fue hasta que Octave Laudable lo adquirió en 1932 cuando el who is who del ámbito mundano y elegante encontró en Maxim’s el principal centro neurálgico para charlar, cotillear o hacer negocios. De hecho, fue uno de los pocos locales que logró el favor de los nazis ya que oficiales de la talla de Hermann Göring solían cenar allí gratis. Tras la liberación de París, todo cambió.
Cuando la columnista norteamericana Elsa Maxwell organizó un evento en 1957 en honor de María Callas no fue consciente del rumbo que iban a tomar los vericuetos de la prensa rosa tras presentársela formalmente a Aristóteles Onassis. Por aquel entonces ambos estaban casados. Ella con el industrial Giovanni Battista Meneghini, que también ejercía de agente, y él con Tina Livanos, hija de una de las grandes fortunas navieras griegas. No importó. Vivieron su amor sin importarles las encorsetadas normas sociales y, por ello, solían azuzar su amor en espacios públicos como Maxim’s.
En una pequeña mesa reían y se besaban a la par que brindaban con los mejores caldos de la casa y, en algunas ocasiones, les acompañaba Evangeline, la controladora madre de la diva de la ópera. No les importaba que se les fotografiara. El milmillonario naviero sentía orgullo de mostrar sus conquistas. Algunas noches, la pareja gozaba de la compañía de otros ilustres amigos como Marlene Dietrich o Max Ophüls.
Centro de las altas esferas
A partir de mediados de los cincuenta, Maxim’s fue un hervidero de celebridades de todos los estratos sociales unidos por abultadas cuentas corrientes. A mediados de la década de los sesenta, Brigitte Bardot hizo gala de su rebeldía cuando se presentó totalmente descalza a cenar con su segundo marido, Gunter Sachs, famoso empresario, playboy y nieto del fundador de Opel. Al símbolo sexual francés le encantaba quitarse los zapatos a menudo, como también hizo en la calle San Miguel de Torremolinos. No le llamaron la atención. A Bardot se le perdonaba todo. Al igual que a Elizabeth Taylor quien acudió en repetidas ocasiones a Maxim’s junto a Richard Burton.
Durante la celebración del 75º aniversario del local en 1968, la diva hollywoodiense acudió con un look tan exótico como estridente porque Alexandre le había hecho un recogido con plumas de avestruz blancas mezcladas con hojas de diamantes. Como joyas lució el espectacular parure de diamantes y esmeraldas de Bvlgari que le había regalado Burton y que, tras la muerte de la protagonista de La gata sobre el tejado de zinc, se subastó en Christie’s en 2011 por 19 millones de euros. Aquella noche, la actriz se asustó porque uno de sus pendientes desapareció durante el baile. Afortunadamente, otra de las damas asistentes a la velada encontró la pieza. Durante una de las ediciones de los desfiles de moda, Taylor y Burton acudieron con sus hijos que se comportaron adecuadamente.
Sin duda, una de las parejas más fieles al restaurante fueron Eduardo VIII y Wallis Simpson, duques de Windsor, convertidos en la pareja más aclamada en los circuitos de la jet set internacional. Como vivían en una espléndida mansión en el Bois de Boulogne del distrito XVI de Paris, era frecuente verlos para comer o cenar. Nunca quisieron ningún trato especial, hablaban con todo el mundo que se les acercase y la duquesa siempre hizo gala de una extremada elegancia con su joyero a medida de Cartier. Curiosamente, tras la muerte de ambos, el histórico edificio lo alquiló durante cincuenta años el millonario Mohamed Al-Fayed, que se lo había cedido a su hijo Dodi para que viviera con la princesa Diana de Gales unos días antes de su fallecimiento en el túnel del Alma en 1997.
Siempre en busca del hedonismo, el simpar playboy Porfirio Rubirosa marcó toda una época cuando acudía con algunas de sus esposas como la millonaria heredera del tabaco Doris Duke o la actriz Odile Rodin. En La Grande Salle, el principal salón de Maxim’s, se gestó parte de la leyenda del tamaño del miembro viril del dominicano ya que los maîtres denominaban coloquialmente a los grandes molinillos de pimienta Rubirosas. De hecho, Truman Capote también se ha referido a su pene como una macana café con leche de once pulgadas tan gruesa como una muñeca de hombre.
En 1981, François, nieto de Octave Laudable, sorprendió a Pierre Cardin durante una cena al comentarle que le quería vender Maxim’s. El prestigioso y visionario diseñador aceptó de inmediato ya que era un apasionado coleccionista del estilo Art Nouveau. Muchas de sus piezas personales aún siguen en las diferentes estancias del que es, sin duda, uno de los restaurantes más famosos del mundo.
En su historia más reciente, en una de las fiestas de fin de año organizada por un emir y su familia, se repartieron entre todos los asistentes numerosas joyas como relojes con pavés de diamantes. Y de puertas para adentro aún continuarán numerosas aventuras, sobre todo, cuando se festeje el 130º aniversario de Maxim’s.