El fallecimiento de Carlos Goyanes, el pasado 7 de agosto, ha provocado un tsunami de desconsuelo en la alta sociedad española. Desde que se casara, el 20 de septiembre de 1975, con Cari Lapique (72 años), su nombre estuvo ligado al de los más ricos, poderosos e influyentes. Por línea de sangre, Carlos pertenecía a la realeza del cine español. Pero vayamos por pasos.

Hay que retroceder hasta enero de 1945, fecha en la que nació Carlos Goyanes Perojo, para empezar a enmarcar sus primeros pasos. Su padre era Manuel Goyanes, descubridor de Pepa Flores (76) -artísticamente, Marisol-, quien años después se convertiría en su nuera.

Pero hasta llegar a ese momento previamente Manuel Goyanes había dejado sus estudios de medicina para adentrarse en el mundo del celuloide como ayudante de Benito Perojo, su suegro, ya que se había casado con su única hija, Carmen, a quien cariñosamente llamaban Nena, fallecida a los 99 años en 2020.

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Carlos Goyanes junto a su primer amor, Marisol, Pepa Flores. Gtres

A Benito le debemos la dirección de Malvaloca (1926), El barbero de Sevilla (1938) o La casta Susana (1944); la producción de Morena Clara (1954) y Pan, amor y... Andalucía (1958) y como guionista, La verbena de la Paloma (1934) o Suspiros de España (1938).

Posteriormente, Manuel fue director de producción de Cifesa, Aspa y Suevia Films -productoras y distribuidoras afines al régimen-, y en 1953 decidió establecerse de manera independiente al fundar Guion Producciones Cinematográficas.

Con esta empresa produjo las mejores obras de Juan Antonio Bardem, como fueron Muerte de un ciclista (1955), primer filme en nuestro país de Lucía Bosé, que le permitió conocer y casarse con Luis Miguel Dominguín. Luego llegaron Calle Mayor (1956) y La venganza (1958). Dos años después les cambiaría la vida a todos, especialmente, a Carlitos.

En 1959, Manuel Goyanes descubrió a una niña llamada Pepa cuando actuó con el grupo Coros y Danzas de Málaga en la capital madrileña. Enseguida vislumbró el éxito. El productor estaba entusiasmado con el guion de Un rayo de sol que a priori tenía que haber protagonizado Conchita Goyanes, otra niña prodigio que a la sazón era hija de su querido primo carnal, el doctor José Goyanes Capdevila, médico personal del rey Alfonso XIII.

Carlos Goyanes junto a Cari Lapique, en sus primeros años de relación. RRSS Carla Goyanes

Sin embargo, por mucho que quisiera a su primo, se decantó por Marisol, a quien habían acogido en su casa, esquina con la Castellana, donde la tutelaron y la enseñaron a vestirse, comportarse en la mesa y hablar correctamente. En 1960 nació comercialmente Marisol, quien con Un rayo de sol se transformó en la niña prodigio más famosa de la historia del cine patrio.

Para resarcir a su primo por el disgusto que le había dado, le ofreció un rol a otra de sus hijas, María José Goyanes, que interpretaba a Polola, amiga de la protagonista. El filme fue un pelotazo. Aquellas primeras alegrías se vivieron de forma calmada en el hogar de los Goyanes, donde Marisol y Carlos se divertían de lo lindo porque tenían edades similares.

Uno de los biógrafos más reputados en el ámbito cinematográfico, José Aguilar, destaca que "Carlos y Marisol crecieron juntos. Él la ha visto de niña, adolescente y mujer, y todo eso crea unos vínculos familiares fortísimos que después se transformaron en amor. Es una doble vertiente de afectos, el de la convivencia y luego el de la relación romántica".

Carlos y Marisol empezaron a encariñarse sin que nadie lo supiera. Ella estaba a punto de cumplir 14, y él tenía 17. A partir de ahí, debido a la inmadurez de ambos, rompieron ocho o nueve veces hasta que con 20 años recién cumplidos, la estrella desveló en 1968 en Lecturas que "fuimos felices mientras la relación fue secreta, después el amor se enfrió. Estoy segura de que la mujer que se case con él será feliz". 

Carlos Goyanes junto a sus dos hijas, Caritina y Carla.

Unos meses después se reconciliaron, como así lo confesó Marisol al mismo medio: "Fue durante una cena a la que asistimos toda la familia Goyanes, mi madre y yo. Carlos y yo nos sentamos, o nos sentaron, enfrente el uno del otro y después de mirarnos varias veces comprendimos que teníamos que arreglarnos de nuevo". 

Ese comentario de "nos sentaron" puede sonar a que todo estaba orquestado por Manuel, como se ha dicho durante décadas, pero Aguilar sostiene que "si hubiera sido así, no se hubiera producido la separación. Hubieran intentado mantener el matrimonio a costa de lo que fuera".

Antes de Carlos, la malagueña se había fijado en algún chico, "pero ella no podía hacer lo que quisiera, ya que Manuel dirigía su vida al no interesarle que ella se distrajera de su carrera. No importaba si le gustaba alguien o no. Estoy seguro de que toda aquella situación derivó en algo natural que fue un enamoramiento entre Carlos y Marisol, que estaba muy enamorada", asegura Aguilar.

El escritor también afirma que Carlos y Marisol "tuvieron idas y venidas y probablemente en otras circunstancias hasta su matrimonio hubiese sido distinto". Carlos se comportó como un señor. Cuando el compromiso se hizo firme no dudó en abandonar el hogar familiar para que no sonara tan extraño que los novios habían convivido durante una década y se fue a vivir a un piso alquilado.

Llama la atención lo que publicó Vanity Fair hace varios años al recuperar una cita de Carlos: "En una especie de extraño noviazgo y en un momento de alza decidimos casarnos para ver lo que pasaba". Finalmente, la despedida de soltero se hizo en la sala de fiestas Gitanillos donde el novio trabajaba como relaciones públicas. El enlace tuvo lugar en la iglesia de San Agustín y posteriormente lo celebraron en El Pavillón, ubicado en El Retiro.

Entre los invitados se encontraban Lola Flores, Massiel (77) y Concha Velasco. Los Goyanes estaban felices porque su gallina de los huevos de oro se había casado con uno de los suyos. Para hacerse una idea de lo que eso significaba, José Aguilar explica que "la manera de vivir de los Goyanes siempre ha sido como la de la alta sociedad, eran la realeza del cine, tenían muchísimo dinero. Una gran fortuna que gran parte de ella provenía gracias a Marisol".

Cari Lapique y su marido, Carlos Goyanes, en una fotografía tomada en enero de 2016. Gtres

Y añade Aguilar: "Que Manuel dejara de hacer todas las películas importantes, que no peliculitas, y se centrara en Marisol es más que suficiente para saber el volumen ingente de ingresos que la estrella generaba en todo el mundo en todos los niveles. Millones de dólares, sería imposible de cuantificar. Imagínate lo que sería cuando Manuel Goyanes no la cedió a los estudios Columbia de Hollywood. Era un cheque al portador". 

En su matrimonio hubo momentos tristes, como las dificultades de Marisol para quedarse embarazada y, cuando por fin lo consiguió, tuvo un aborto. Debido a este incidente la actriz cayó en una profunda depresión. Lo llevaron lo mejor que pudieron en su fabuloso piso de 400 metros cuadrados en María de Molina, donde casualmente su vecina de enfrente era Isabelita Garcés, que había protagonizado seis películas con Marisol.

La veterana intérprete siempre la consideró como una hija. Y su vecina de abajo era Lola Flores, que por aquel entonces ya tenía a sus tres hijos, Lolita (66), Antonio y Rosario (60). Por ello, rota de dolor, Lolita recordó a su amigo Carlos con una emotiva carta en Instagram. Empieza así: "Me acuerdo de ti desde que tenía 7 años. He vivido a tu lado mi niñez, mi adolescencia, mis amores, mis matrimonios, mis alegrías y mis ausencias. Te voy a llevar en mi corazón toda mi vida". 

Era indudable que Carlos y Marisol eran una pareja de cine. Sólo hay que ir a la hemeroteca para dar fe de ello. Sin embargo, se les acabó el amor y se separaron en 1972. Diferentes medios aseguran que el detonante fue una infidelidad de él con una casi aristócrata. Durante esos años, Carlos había tenido diferentes trabajos en el sector del cine gracias a la empresa de su progenitor y también había ejercido como productor musical.

Cari Lapique el día de la Primera Comunión de su hija pequeña, Carla.

En 1975, Carlos conoció en una piscina de Marbella a Cari Lapique, quien junto a su hermana Miriam eran las jóvenes más bellas de la alta sociedad española. Ambas procedían de una aristocrática y millonaria familia, ya que el padre fue el abogado Manuel Lapique y su madre, Caritina Fernández de Liencres y Liniers, a quien erróneamente los ecos sociales y la prensa del corazón se referían a ella como vizcondesa de Villamiranda.

Para empezar, el título oficial era el vizcondado Villa de Miranda que el rey Carlos III otorgó a mediados del siglo XVII a un antepasado de Cari, y luego tal distinción quedó vacante y no se pudo rehabilitar a pesar de todas las intentonas de Manuel. Lo que sí es cierto es que por las venas de Cari corre sangre de postín porque en su árbol genealógico figuran los marquesados de Casa Real de Córdoba, de Nájera y de Donadío.

Entre Carlos y Cari hubo una química instantánea. No les dio prácticamente tiempo a tener un noviazgo. El 20 de noviembre de 1975, se casaron, en régimen de separación de bienes, en la parroquia de la Virgen Madre de Marbella ante 400 invitados. Entre ellos, se encontraban Pitita Ridruejo, Lola Flores y Carmen Franco, que ejerció como madrina porque los marqueses de Villaverde eran íntimos amigos de los Lapique.

Sin duda, fue la boda del año, aunque no tan multitudinaria como la anterior porque en las calles se congregaron 4.000 curiosos. En noviembre de 1976 nació Caritina y en mayo de 1983 lo hacía Carla. Su presentación en sociedad mostraba que eran una familia de postal.

A partir de ese momento hubo un gran cambio en la vida de Carlos. Tal y como afirma Rosa Villacastín, que conocía a nuestro protagonista desde principios de los setenta cuando estaba en el diario Pueblo, "Carlos empezó a frecuentar Marbella tras el enlace con Cari, que era íntima de Lolita".

El matrimonio vivió la segunda gran época de Marbella cuando árabes multimillonarios como Adnan Kashoggi controlaban la Costa del Sol. El municipio no tardó en convertirse en el lugar perfecto para desconectar, por lo que se compraron una bonita mansión en Guadalmina, la misma donde falleció el empresario. Ambos se movían como peces en el agua en las fiestas de la jet set donde Carlos era objeto de atracción por su galantería y sentido del humor.

El malogrado Carlos Goyanes junto a su mujer, Cari Lapique, en 2017. Gtres

Un estado de ánimo que no tardaría en desaparecer momentáneamente cuando el empresario empezó a tener graves problemas judiciales. De ser protagonista en la prensa rosa pasó a ocupar los titulares de sucesos cuando en 1987 fue procesado como presunto cómplice de un delito de tráfico de drogas sin ánimo de lucro.

Eso sí, al año siguiente el juez le absolvió de la acusación de tráfico de cocaína, ya que tal y como figuraba en la sentencia, "es muy evidente la notable contradicción y anormal desarrollo de las versiones testificales que lo acusaban, en contraste con el relato inmutable de los hechos ofrecidos desde el principio por el procesado. Resulta revelador -añade- el giro de aquellas, hasta acomodarse a ésta en todos sus extremos".

Lo peor estaba por venir porque en 1989 el juez Baltasar Garzón (68) le procesó por tráfico de drogas, asociación ilícita, contrabando y delito contra la hacienda pública. Por un lado, Carlos estuvo metido, supuestamente, en la compraventa de 10 kilos de cocaína en la sala de fiestas valenciana Le Moulin Rouge que controlaban Manolo 'el Catalán, Ricardo Portabales y José Manuel Padín

El segundo problema judicial de Carlos estaba relacionado con Hacienda porque en 1989 había presentado una declaración de la renta donde constaba que tenía bienes gananciales, cuando en realidad no era así. Declaró 29,8 millones de pesetas (179.000 euros) en vez de los 40,8 millones (algo más de 245.000 euros) que tenía que haber declarado.

Cari y Carlos, uno de los matrimonios más sólidos del panorama nacional, en un acto público. Gtres

Todo ello sacudió los cimientos de la jet set y aún lo haría más cuando en 1990 estuvo cinco meses en la cárcel como presunto implicado en la Operación Mago contra el narcotráfico. Con dos niñas pequeñas, Cari pasó un tiempo muy nerviosa porque no sabía qué decirles con respecto a la ausencia de Carlos y tampoco tenía el dinero suficiente para sacarlo bajo fianza.

"La única entrevista que dio tras salir fue para televisión, en Antena 3, y se la hice yo", comenta Rosa Villacastín, que la obtuvo por la relación de cariño que tenían. Una de las fuentes consultadas por EL ESPAÑOL comenta que cuando Cari iba a verle a la cárcel "llevaba insecticida porque la celda estaba infestada de cucarachas" y también nos confirmó que como Carlos tenía pasión por Carla, "su madre se inventó que papá estaba trabajando en Australia, su país favorito, y que volvería pronto".

Fueron tiempos muy duros para todos. Cari removió Roma con Santiago para conseguir el dinero, hizo una especie de colecta entre amigos y familiares para conseguir los 30 millones de pesetas (180.000 euros) y cuando los consiguió Carlos salió en libertad el 5 de noviembre de 1990. 

Desde que en 1986 Carlos Goyanes fundara Agencia A Promociones Inmobiliarias, dedicada a la compraventa de bienes inmuebles de lujo, estuvo al frente hasta que en la primera década del 2000 su hija Carla empezó a tomar las riendas del negocio. Según el Boletín Oficial del Registro Mercantil (Borme) consultado por este medio, Cari Lapique fue nombrada presidenta en 2009, mientras que su esposo ocupaba el cargo de consejero. Según las últimas cuentas presentadas en 2022, la empresa tenía un activo de casi 1,5 millones de euros y unos beneficios de 173.000 euros.

En vida Carlos arregló todos los papeles para que Cari, Caritina y Carla no tuvieran problemas como herederas universales. El finado no tenía ninguna propiedad a su nombre, ni tan siquiera figuraba como copropietario de la mansión madrileña donde habitaba el matrimonio, ni tampoco de la de Marbella. Lo único que poseía, a tenor de lo publicado por Vanitatis, es un 18 por ciento de un local comercial en Madrid compartido por sus hermanos.

Desde que fuera cediendo cotas de poder en la empresa, Carlos decidió disfrutar mucho más de su familia. Estaba enloquecido con sus cinco nietos, Pedro (13) y Cari (10) -hijos de Caritina y Antonio Matos-, y Carlos (11), Santiago (9) y Beltrán (4), descendientes de Carla y Jorge Benguría.

Lapique, totalmente destrozada, tras la muerte de Carlos Goyanes. Gtres

Aunque quería a todos con locura, sentía especial debilidad por Pedro, quizás porque había sido el primero en nacer. Según ha confesado Rosa Villacastín a EL ESPAÑOL, "Carlos siempre llevaba un collar de cuero del que colgaba algo redondo que no sé lo que significaba y eso se lo ha quedado Pedrito, su nieto mayor". En las distancias cortas, Villacastín describe al empresario como alguien "muy querido, muy cariñoso, tranquilo y siempre dedicado a su familia".

En cuanto saltó la noticia de su fallecimiento, los amigos que estaban en Marbella y alrededores no dudaron en acudir al tanatorio San Pedro de Alcántara. Entre ellos destacan José María García (80), Ana Botella (71), Nuria González (53), María Zurita (48), Álvaro Falcó (39) e Isabelle Junot (33), Pepe Barroso, Rosauro Varo (45), etc.

Se echó en falta a Isabel Preysler (73), íntima de Cari desde la adolescencia, pero se encontraba en la otra punta del mundo y no pudo viajar, aunque estaba previsto que se quedara unos días en casa de los Amusátegui. El pasado jueves, tuvo lugar el funeral en la capilla de la Inmaculada Concepción de Guadalmina. Carla, en un acto de gran fortaleza, destacó que "era el mejor padre y abuelo que se pueda tener".