"Imagina cómo se puso la pobre Natalia Figueroa (85 años) cuando le contaron -el susto de salud de Raphael (81)-. Angustiadísima", cuenta a EL ESPAÑOL una amiga del matrimonio cuando se la contacta para conocer cómo está la familia Figueroa Martos después del accidente cerebrovascular que sufrió Raphael el día 17.
De la incredulidad inicial pasó al shock, después a la honda preocupación y la desesperación. No podía creer Natalia que algo así estuviera pasando. La vida cambia en cuestión de segundos. A Natalia, de acuerdo a la información que maneja este medio, se la calmó: todo estaba bien y controlado.
Iba a ir todo bien, como finalmente parece que ha ido. Raphael está "bien", estable y consciente. En planta y en familia. "Está bien y las pruebas están bien. Él está como si nada hubiera pasado", deslizó un informante a este diario al mediodía de este pasado miércoles, día 18. La familia, como siempre, está unida: son una piña en lo bueno y en lo malo.
"Venimos a verlo. Todo bien", expresó uno de los hijos del matrimonio, Manuel Martos (46), este pasado día 18, a su llegada al centro médico en compañía de su progenitora y una de sus sobrinas, Manuela. Por su parte, Natalia, siempre educada, siempre discreta, siempre en la sombra del gran artista, esbozaba una tímida y brevísima sonrisa.
Un gesto que denotaba su tremenda cortesía hacia los reporteros y medios de comunicación agolpados a las puertas del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. Todos -toda España-, muy pendiente de Raphael. Porque el cantante es un poco, en efecto, de todos los españoles: es patrimonio nacional.
Figueroa, pese a su educación, no podía ocultar su rostro atribulado. Sus ojos, preocupados. Las horas posteriores a la dolencia son clave, decisivas, y ella lo sabe. Este artículo está centrado en la gran -e increíble- historia de amor de Raphael y Natalia. Ambos llevan 54 años juntos, ahí es nada. Unidos, sin separarse más que lo que el trabajo impone.
Fruto de este imperecedero amor nacieron los tres vástagos de Miguel Rafael Martos Sánchez -nombre real de Raphael- y su mujer, Natalia. Pero antes de adentrarnos en la familia, renglón aparte merece la historia de Raphael y Natalia. "Raphael era una de las personas que más curiosidad me producía", explicó, hace un tiempo, Figueroa.
Y añadió: "No creía en esas historias de dos personas que se conocen y son buenos amigos y se convierte en otra cosa". A ellos les pasó. Se conocieron a finales de los años 60. Fue durante una entrega de premios auspiciada por la -entonces- poderosa locutora de radio Encarna Sánchez. Eran dos jóvenes, se puede decir, en la eclosión de sus vidas.
Él, ya una estrella de la música y a las puertas de consagrarse definitivamente. Ella, una figura destacada del periodismo y la literatura -ha publicado la obra Tipos de ahora mismo, con ilustraciones de Antonio Mingote-. Conviene subrayar, además, que Natalia proviene de una familia aristocrática. Su padre era Agustín de Figueroa, marqués de Santo Floro, hijo del conde de Romanones.
Agustín presidió varios Consejos de Ministros en el reinado de Alfonso XIII. "Natalia entró en mi vida porque hubo una entrega de un premio y ella fue la encargada de dármelo", ha manifestado, en algún momento, Raphael. Cuenta el de Linares que tras aquella gala, él se acercó a la que estaba llamada a ser su esposa y la madre de sus hijos: "Me llamo Raphael, ¿a ti se te puede llamar por teléfono?".
Natalia era una mujer abierta, con una mente expansiva, que rompía moldes: tan pronto tocaba la guitarra, como escribía y presentaba programas. Una mujer comprometida, con un vasto mundo interior. Raphael entró en su vida y lo arrasó todo. Se enamoraron, aunque no lo tuvieron fácil: hubo una férrea oposición por parte de la familia de ella.
Los marqueses de Santo Floro, al principio, no vieron con buenos ojos aquel amor entre su niña y el cantante de Linares. La familia de Figueroa no era tan avanzada: todavía había clases: cómo una aristócrata iba a contraer matrimonio con el hijo de un obrero, por más artista emergente que aquel joven llamado Miguel fuera.
A principios de los años 70, la dupla se vio obligada a desmentir su amor y toda posible boda. "Desmiento rumores de boda. Sólo somos buenos amigos", aseveró -mintió- él, Raphael, al medio Pueblo. La boda fue poco menos que un secreto de estado.
"Hará apenas un mes que Natalia me había escrito: Me caso con Raphael. Quiero que seas mi testigo. Pero para evitar un jolgorio tendremos en secreto absoluto la fecha y el sitio", explicó en Abc José María Pemán, y añadió: "Lo cumplieron: y empezó una especie de película policíaca, con las fintas y estrategias más enrevesadas para despistar agencias y fotógrafos".
El 14 de julio de 1972, Raphael y Natalia sellaron sus vidas ante los ojos de la alta sociedad española que se desplazó allí. Ambos se dieron el 'sí, quiero' en la iglesia de San Zacarías. Ella, Natalia, lució un impresionante vestido de volantes, en clara referencia a España.
Es muy probable que por aquella oposición inicial por parte de la familia de ella, el matrimonio ha resultado inquebrantable. "Me di cuenta de que nunca iba a encontrar un hombre mejor que Raphael, que me apoyara, respetara mi trabajo, que me estimulara... que me hiciera sentirme libre", dijo Figueroa.
Desde hace cinco décadas, el matrimonio ha formado un equipo imparable. De hecho, fruto de su relación llegaron al mundo sus tres hijos, Jacobo, Alejandra y Manuel Martos. Jacobo Martos Figueroa, el primogénito, ha enfocado su carrera en el mundo del cine y la televisión. Alejandra, por su parte, está vinculada al área de la educación y la psicología.
Finalmente, el menor y el más mediático, Manuel Martos, ha continuado los pasos de su padre en la industria musical. Se ha convertido no en cantante, pero sí en un exitoso productor musical y director artístico. Hoy, todos, mujer, hijos y nietos, están a la vera de Raphael, esperando y deseando su pronta recuperación.