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Fabiola Martínez (52 años) se ha desnudado como nunca. Se diría, incluso, que se ha vaciado por completo; que ha volcado sobre el papel aquellos pasajes duros y desgarradores que vivió en su infancia y adolescencia. Aquellas vivencias que su mente, para sobrevivir, intentó borrar, arrinconar y minimizar.  

En la vida de Fabiola, como en la de muchos, ha ocupado demasiado hueco el silencio. Lo decía su padre, Julio: de lo que no se habla, no existe. Y ella, hoy, a sus 52 años, ha hecho todo lo contrario: enfrentarse a sus miedos en su libro, Cuando el silencio no es una opción, editado por Espasa. En la obra, Fabiola hace un repaso por su vida.

Relata cómo fue su infancia -con una madre que tenía "la mano muy suelta"-, aborda los abusos sexuales que sufrió por parte de un familiar, ahonda en la enfermedad de su hijo mayor, Kike (18), y también reflexiona sobre la difícil relación que ha tenido con sus padres. En JALEOS de EL ESPAÑOL analizamos los pasajes más importantes de su vida. 

"He perdido la cuenta de las veces que he escuchado 'Qué fuerte eres, Fabiola'. (...) Lo oigo, sonrío y lo agradezco. (...) Fácil no ha sido, desde luego. Especialmente desde que nació mi hijo Kike. Cierto es que la llegada de mi primer hijo marcó un antes y un después en mi vida", arranca el libro Fabiola. 

"No soy una roca. No lo he sido nunca. Supongo que nací con cierta predisposición a superarme", apostilla. 

1. La infancia: tonto el último

La portada del libro 'Cuando el silencio no es una opción'.

Fabiola vino al mundo en Maracaibo, ciudad de Venezuela. Lo hizo en el seno de una familia con escasos recursos económicos. "Maracaibo es una tierra regia. Mi familia siempre ha sido muy humilde, con pocos recursos económicos. Mi madre se llama Francis y mi padre, Julio. Soy la mayor de dos hermanos: cuando tenía cuatro años, llegó al mundo Julio, mi hermano, que heredó el nombre paterno", escribe. 

"A pesar de la diferencia de edad, siempre se me inculcó la responsabilidad de su cuidado. Esto hizo que me tuviera que comportar como una adulta desde bien chiquita, haciendo las veces de madre cuando, en realidad, lo suyo era que me hubiera pasado los días jugando con él y soñando como cualquier otra niña".

Especial mención merece en el libro Ida, la abuela de Fabiola. "Aunque la casa de mi abuela Ida era nuestro 'fortín' familiar, lo cierto es que vivimos mudanzas constantes durante mi infancia. (...) Puedes imaginar que, con tanta gente en casa, el día a día era pura supervivencia. No había tiempo para mimos o cariños", recuerda. 

"Mi abuela Ida tenía sus preferidos, una predilección que iba variando en función de las posibilidades económicas que tuviera cada uno de sus hijos. (...) Su actitud provocaba discusiones y enfrentamientos entre sus propios hijos y, por ende, entre sus nietos. Esto hizo que entre nosotros se instalase una máxima para sobrevivir: tonto el último". 

Francis, la madre de Fabiola, tenía genio y lo solucionaba todo del mismo modo. "¡Verga, muchacha el coño, que no habéis lavado los platos!. Cuando mi madre se arrechaba, se enojaba, que era con frecuencia, se despachana a grito limpio y amenazaba con darnos una paliza. '¡Qué vaina! Mirá, te voy a dar con la cotiza", relata la exmujer de Bertín Osborne (70). 

"Mi familia materna era muy de zurrar. Tenía la mano muy suelta. No hacía falta que hubiéramos cometido ninguna trastada importante: cuando discusión cotidiana se zanjaba con un bofetón, una colleja. (...) Hoy pienso en los azotes, las marcas en las piernas... y lo veo con horror, pero confieso que en aquellos momentos me parecía un modo de vida normal". 

2. Abusos a los cinco años 

Fabiola Martínez en una imagen de archivo. Gtres

"Perdí la inocencia a los cinco años. La misma noche en la que el padre de mi padre falleció en un accidente de tráfico. (...) En aquella época mis padres, mi hermano y yo vivíamos en casa de mi abuela materna, Ida. (...) Recogieron a mi tío, el que menos daños había sufrido para que pasara la noche con nosotros. (...) Y entonces sucedió. Como no había camas suficientes, a mí me tocó domir con mi tío". 

"Y en mitad de la noche me despertó su mano, que tomaba con firmeza la mía para ponerla en sus genitales y allí moverlamarcando el ritmo macabro de sus más bajos instintos. Y yo, que no entendía absolutamente (...), me hice la dormida".

"No tenía más que cinco años. Supongo que me quedé paralizada y aturdida. (...) Aquella noche acabó mi infancia y comenzó una etapa en la que aquel hombre abusó de mí en las visitas de los fines de semana, en las reuniones familiares. Cada vez que tenía ocasión. No fue de manera rutinaria ni violenta, pero sí repetidamente. Y este juego siniestro se intensificó cuando cumplí 15 años". 

"En esa época empezaba a gustarme un chico, mi vecino Leonel. (...) Todo saltó por los aires cuando tuve la primera relación sexual consentida. (...) Y lo que tendría que haber sido una vivencia emocionante y romántica se convirtió en un recuerdo que aún hoy me provoca amargura. 'Pero... tú no eres virgen'. '¿Cómo que no? Es la primera vez que estoy con alguien'. 'No, tú no eres virgen. No has sangrado'". 

Fabiola Martínez en una fotografía tomada en su etapa como modelo.

"El abuso sexual se transformó en una relación a escondidas. Entre los recuerdos aparecen frases como 'Te quiero mucho, Fabiola. Y si cuentas esto nos van a separar'. Me callé porque hacía que me sintiera responsable, terminé pensando que no era él solo quien hacía algo inapropiado, sino que yo colaboraba".

"Cuando estallé, reuní el valor para contárselo a Taryn, mi prima. (...) Mi prima se lo contó a su madre. Y su madre a la mía. Mi padre también lo supo. Y su reacción me dolió casi más que todos aquellos años de abuso. Mis padres nos enfrentaron a mi tío y a mí. Un cara a cara macabro en el que aquel hombre se refugió en la mentira para negarlo todo".

"Mi madre entonces, presa de la frustración y de la rabia, perdió los nervios y se le fue la mano conmigo. Mi padre, por su parte, optó por callar. Supongo que pensó que de lo que no se habla no existe y eso fue lo que hizo: intentar borrarlo de la historia familiar por la vía del silencio. Lo único positivo de aquel enfrentamiento fue que desde ese día no volví a ver a mi tío". 

3. Único objetivo: ser madre

Fabiola siempre quiso ser madre. Por encima de todo lo demás. "Ser madre llegó de la mano de mi segundo matrimonio. O, para ser más exacta, ese segundo matrimonio llegó por mi deseo ferviente de ser madre. Bertín Osborne, el padre de mis hijos, apareció en mi vida gracias a mi trabajo como modelo. Y gracias también, ahora que lo pienso, a su carrera como cantante".

"Cuando iba a sacar su segundo disco de rancheras se organizó un casting para rodar el videoclip de uno de los temas. Mi agencia me seleccionó como una de las candidatas, ya que daba el perfil que se requería, y yo acepté". 

"No voy a decir que fue un flechazo. Más bien diría que sentimos química. (...) Con él conseguí bajar la guardia en cierto modo, pero siempre cuidándome de caer en el otro extremo y cerrar los ojos ante lo que no me gusta y hacer como que no existe".

"Me sentía amada hasta el extremo. Ese corazón que latía en mi vientre era una especie de recompensa sagrada por todos mis desvelos. A la infancia que no fue, a la juventud que no viví, a la coraza que tuve que mostrar tantos y tantos años". 

4. La llegada al mundo de Kike 

Kike nació con una lesión cerebral. "Durante el embarazo de mi primer hijo sufrí una listeriosis no diagnosticada que me provocó un parto prematuro y muy complicado, por cesárea. Al niño, una septicemia que desembocó en lesión cerebral y en un mal pronóstico con respecto a la duración de su vida". 

"En mi caso es posible que fuera un queso sin pasteurizar. En aquellos años a las embarazadas se nos advertía de los riesgos de la toxoplasmosis y, de hecho, las pruebas para detectarla ya formaban parte del protocolo de control en el embarazo. Pero no te hablaban de los quesos no pasteurizados. Y yo comí mucho queso estando embarazada porque me encantaba". 

Bertín junto a su hijo mayor, Kike.

En este punto del relato, Fabiola cuenta una escena dura y difícil con su madre, en el hospital. "Un día vino mi madre a visitarnos. Se sentó freno a nosotros y empezó a llorar. Al principio, lo noté como algo normal: la imagen de su nieto, desde luego, era impactante. (...) Pero el llanto no cesaba. Y, con él, los lamentos. 'Ay, Fabiola... ¿cómo puedes estar tan entera, tan fuerte?'. Aquellas palabras me parecieron puñales en el corazón y me rebelé. (...) La rabia me hizo estallar. Lloré de ira". 

"No me salían las palabras. ¿Era posible que incluso entonces tuviera que seguir apoyándome en mí misma? (...) ¿Que ni así encontrase en mi madre un lugar seguro para mí y que me dijese 'venga, hija, palante, que aquí nos tienes'? 'Mami, si vienes a llorar, prefiero que no vengas', fue lo único que acerté a responderle". 

5. Carlos, amor hasta el infinito

"Si Kike me enseñó la grandeza de la vida y la fortaleza que es capaz de desarrollar hasta el ser más pequeño y vulnerable, Carlos llegó poco después para demostrarme que el amor puede multiplicarse hasta el infinito y de formas muy diversas. (...) En esta ocasión todo fue muy distinto: un parto natural, sencillo (...) y bastante rápido", ha escrito Fabiola en su libro. 

Remacha: "Mi gran reto era cómo criar a Carlos sin descuidar a Kike y, al revés, cómo seguir con toda la atención que necesitaba mi hijo mayor sin resultar ausente para el pequeño. (...) Carlos, por su parte, ha sido siempre un motivo de felicidad y de alegría para su hermano mayor".