Desde su aparición en la legendaria La máscara del zorro, allá por 1998, el nombre de Catherine Zeta-Jones (50 años) dejó de ser desconocido para el gran público. Atrás quedaban unos años en el Reino Unido donde sus comienzos se vio el gran talento para la interpretación que poseía. De hecho, desde edades muy tempranas se ganó el derecho a actuar en el West End londinense.
Pero además de grandes condiciones, en la vida siempre conviene tener una pizca de fortuna. Esta le llegó a la galesa a través de un jugoso premio en el bingo ganado por sus padres.
Nada menos que 100.000 libras permitieron a toda la familia mudarse a la zona noble de Swansea, pudiendo además darle a Catherine el capricho de dejar sus estudios para volcarse en la formación de teatro musical, una inversión que, a la postre, quedó patente que había sido más que fructífera.
En 1991 ya se gana un nombre en Reino Unido gracias a su aparición en la serie The darling buds of may, que le abrió las puertas de otras producciones más potentes hasta desembarcar en Hollywood a finales de esa misma década.
Como hemos dicho anteriormente, el hecho de ser incluida en el reparto de ‘La máscara del zorro’, con protagonismo de Antonio Banderas (59), fue su particular trampolín para aparecer en otros largometrajes como Entrapment, Traffic, The haunting o La boda del año.
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Todo parecía ir sobre ruedas en la vida de Catherine Zeta-Jones, incluso a nivel personal, ya que en el año 2000 se casaba con Michael Douglas (75), uno de los grandes galanes de Hollywood. Pero no es oro todo lo que reluce y, en algunas ocasiones, especialmente en el caso de los personajes famosos, también hay algunos aspectos que sufren de puertas adentro que impiden que su vida sea plenamente feliz.
En el caso de la actriz galesa, todo se dio a conocer públicamente en 2011. Fue entonces cuando su marido reconoció que Zeta-Jones permanecía ingresada para tratarse de un trastorno bipolar. En aquel momento, algunas fuentes apuntaban a que la británica llevaría un año luchando contra una fuerte depresión, lo que podría haber desembocado en ese trastorno mental.
De hecho, en una entrevista concedida en 2010, la actriz reconocía que "trato de ser optimista, ser negativa no es bueno para mi personalidad. Es como una nube negra... 'oh, allá vamos' y tengo que intentar animarme".
Mucho más claro fue su marido. Michael Douglas alabó la actitud de Catherine Zeta-Jones al reconocer un problema de este calibre en un contexto poco favorable: "Ella fue valiente para asumir lo que le pasaba... Mi hijo mayor está arrestado, mi exmujer demandándome y yo tenía cáncer. Era difícil para ella decirme 'tengo una depresión'.
De este modo, parecía que la pareja se sentía liberada al dejar de esconder un asunto tan importante. De hecho, nada más conocerse el ingreso de Zeta-Jones, ella misma hizo unas declaraciones muy elocuentes: "Este es un trastorno que afecta a millones de personas y yo soy una de ellas. Si la revelación de tener trastorno bipolar II ha alentado a alguna persona a buscar ayuda, entonces vale la pena. No hay necesidad de sufrir en silencio y no hay vergüenza en pedir ayuda".
Pero, ¿de qué estamos hablando en realidad? Con el trastorno bipolar, al igual que con otras enfermedades mentales se han generado muchos falsos estereotipos entre la población. Se trata de un problema mental con un origen biológico y genético, y que tiene su punto de partida en el sistema límbico, el encargado de regular los estados emocionales.
En el caso de las personas que sufren el trastorno bipolar ese sistema funciona de forma errónea, por lo que pueden cambiar bruscamente su estado de ánimo sin que haya una justificación previa. De hecho, hay casos en los que estos episodios maníacos pueden desencadenarse tras situaciones que a priori son positivas, como el ascenso en un trabajo o iniciar una relación sentimental.
El único método eficaz hasta la fecha para diagnosticarlo es una entrevista con un psiquiatra. A partir de ahí daría comienzo un tratamiento en el que los recursos serían una combinación de fármacos, apoyo psicológico y unos hábitos saludables alimentarios y de sueño.
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