El pequeño Zaid observa confuso pero ilusionado los pasillos atestados de periodistas que esperan a la pareja de refugiados más famosa del momento. A lomos del que parece ser su traductor, aparece por la terminal de Renfe con una sonrisa de oreja a oreja, mientras su padre, Abdul, deja atrás las penurias de la guerra en Siria, su periplo por Serbia, Hungría, Alemania y Francia y, por supuesto, la zancadilla de la periodista Petra Laszlo, que lo hizo avanzar hacia su nuevo destino.
Cuando los reporteros lo entrevistan, Abdul balbucea unas palabras en inglés hasta que el hombre que antes hemos identificado como traductor le sugiere: "en español, venga". Entonces, Abdul suelta un "gracias" dubitativo, con un fuerte acento árabe [“grachias”]. Es el primer contacto con la cultura de nuestro país, y a través de esa interferencia léxica nuestro protagonista comienza un periodo de adaptación lingüística durante el que no sólo el propio Abdul deberá adaptarse al idioma español sino que también nuestro idioma deberá adaptarse a él.
En esta época convulsa y emigrante, con media España haciendo las maletas para buscar trabajo fuera y media Europa preparándose para recibir a los refugiados sirios que huyen de una guerra sanguinaria, los viejos estados occidentales cuestionan sus propias leyes fronterizas. Al castellano le ha beneficiado mucho este flujo migratorio que ha utilizado la península ibérica como pasarela. Este auge de la inmigración en Europa es un capítulo aislado (según Naciones Unidas, en 2013, sólo un 3% de la población mundial habita fuera de su país natal), pero lo cierto es que nuestro país ha sido testigo durante siglos de cómo hombres como Abdul convertían nuestro idioma en uno de los más ricos.
1. Latín eres y en Latín te convertirás
Para lanzarnos a analizar estos movimientos migratorios en el lenguaje, partiremos del léxico patrimonial, es decir, las palabras que desde el latín fueron incorporadas al castellano y que forman la columna vertebral de nuestro léxico. Cuidado, esto no quiere decir que las palabras derivadas de la lengua de Roma sean puramente latinas. Por ejemplo, existe la teoría de que el término "España" viene del latín "Hispania" y éste del fenicio "i-sch phannim" ("isla de conejos”, por la abundante colonia conejil que allí encontraron).
Esto demuestra que, a su vez, el latín también se vio influido por lenguas extranjeras. Entre ellas, dejando a un lado el fenicio, la más importante fue el griego. Estos préstamos se denominarán “helenismos”, y analizándolos podremos comprender, por ejemplo, que “orquídea” nos llega del griego órchis (“testículo”) y fue llamada así por la forma escrotal que adopta, con dos tubérculos contiguos. O también que “morfina” tiene que ver con el dios griego Morfeo y con la facilidad con la que es visitado por quien abusa de ella.
2. Alemania, potencia cultural
Abramos los libros de historia y observemos el trasiego peninsular para ver cuánto han influido las culturas extranjeras en lo que hoy somos lingüísticamente. Precisamente, una de las influencias más notorias es la que ejerce el alemán, bien como germanismo aparecido durante el contacto entre el latín del Imperio y las tribus germánicas, bien como el que emerge durante el siglo XIX, cuando la cultura alemana se muestra en todo su esplendor. Así, aquellos hombres de ciencias que estén leyendo este artículo ahora comprenderán que el níquel se llama níquel gracias a la voz germana “Kupfernickel”, que viene a significar “cobre del infierno”, por su parecido con el metal rojizo y por las dificultades que entrañaba extraerlo.
3. Restaurantes, macarrones y pádel
Llegados desde el provenzal o desde el propio francés, estos términos “galos” han terminado entre nosotros por invasiones, peregrinajes, monarquías o movimientos culturales. Ahora se comprende mejor que el término “restaurante” llegue del francés “restaurant”, pues cuenta la leyenda que un vendedor de pan francés recurría a su producto como forma de “restaurar al comprador”. Lo mismo ocurre con el italiano. Gracias al Renacimiento por un lado y a la conquista de Nápoles, Sicilia, la Toscana o Milán por otro, el contacto entre culturas ha sido permanente. De este contacto nace “macarrón”, del italiano “maccaróne” (y éste, por cierto, del griego “makarios”, que viene a significar “muerto”, ya que con este plato despedían a los difuntos). Para cerrar esta tanda, no podemos olvidarnos del anglicismo, el extranjerismo más “chic”. Aunque también tienen base histórica, los más recurrentes son los que hemos acogido en las últimas décadas, con neologismos que a menudo parecen cuanto menos prescindibles. Ahora jugamos al “pádel”, escuchamos “jazz” y hacemos el ridículo en una “party” (sí, aceptada) para ir de “jipi” (del inglés “hippie”).
4. Ricos en mezcla
He dejado para el final las fuentes léxicas menos reconocibles. La primera tiene que ver con el “americanismo”, es decir, el término que nos llega gracias al contacto con las tribus precolombinas. Así aparecen el “huracán” (Hurankén, el dios que tanto sopla) o el “jaguar” (con raíz en el guaraní “war”, es decir “guerra”). Y, por último, los arabismos. Después de ocho siglos de ocupación peninsular, la huella de su paso todavía perdura en nuestra lengua. Desde cargos militares (“alférez”) hasta términos matemáticos (“álgebra”), pasando por el comercio (“tarifa”) e incluso por los nombres propios de los pueblos, ríos, etc.
Como se puede comprobar, son muchos los “Abdules” que han cruzado por nuestro idioma dejando su huella. Y, como hemos apuntado al principio, es un fenómeno característico de cualquier lengua intentar adaptarse al hablante tanto como el hablante a ella. La etimología del pueblo transforma el léxico, hasta que se convierte en una herramienta útil para el hablante. Esta ola de inmigrantes que se esparce por Europa contribuirá, probablemente, a modificar el idioma de cada país, potenciándolo y enriqueciéndolo.