'El desafío': 45 minutos de proeza en la cuerda floja
El filme de Robert Zemeckis sobre el hombre que cruzó las Torres Gemelas en 1974, tiene una parte magistral, pero el resto es rutinario.
25 diciembre, 2015 01:14Noticias relacionadas
Robert Zemeckis, señor que ya no tiene que demostrar nada, sigue fascinado por el cine. Sigue explorando las posibilidades del medio para tocar la maravilla, para crear imágenes en movimiento deslumbrantes y provocar a través de ellas nuevas experiencias en el espectador. Ese empeño pone la piel de gallina. Da igual si El desafío (The Walk) es irregular. Da igual que media película sea rutinaria, incluso que flirtee de vez en cuando con el desastre. De golpe llega la secuencia de las Torres Gemelas y todo cobra sentido. Son 45 minutos sencillamente prodigiosos.
Al director de Regreso al futuro (1985) parece importarle poco Philippe Petit, el personaje real en el que se inspira su película. Es un experto en personajes enzarzados en desafíos difíciles o imposibles: del viaje en el tiempo a la búsqueda de la vida extraterrestre (Contact) o la supervivencia en las condiciones más duras (Náufrago). Y siempre ha demostrado entusiasmo por ellos.
Una secuencia increíble
Sin embargo, la vida de Petit y su condición de soñador enzarzado en un ideal absurdo parecen darle un poco igual. Lo único que le interesa es recrear de la manera más alucinante posible la acción más loca del mediático funambulista francés: caminar, en 1974, sobre una cuerda floja tendida entre las dos Torres Gemelas de Nueva York, la misma hazaña que James Marsh recogió en su documental Man on Wire (2008).
Para Zemeckis, la historia de Petit (por otro lado, un personaje bastante repelente) es la excusa para concebir una de las secuencias más increíbles de su filmografía, quizá la más increíble de todas. Es el pretexto para ofrecerle al espectador una experiencia alucinante y llevar el espectáculo a una dimensión casi sobrenatural. Por eso la parte del paseo sobre el vacío es tan buena… y el resto, tan poquita cosa.
La presentación del protagonista y el relato de los acontecimientos anteriores a su acción artística-filosófica-vital son bastante discretos. Por un momento, por el tipo de personaje y por el tono y la estética de la primera parte de la película, parece que Zemeckis se va a marcar una especie de Amelie (2001). Afortunadamente eso nunca sucede. El arranque de la película tiene un toque de cuento colorista y optimista algo irritante, a lo que no ayudan las disertaciones a cámara de Petit, encarnado por un disfrazadísimo Joseph Gordon-Levitt. Pero se agradece que el director, también coautor del guión, no idealice al protagonista: El desafío (The Walk) no es, por suerte, ni una película de superación personal ni un canto a la persecución de los sueños.
Ritmo y tensión
El filme de Zemeckis es perezoso y poco cautivador durante un buen rato. Pero, cuando Petit y sus cómplices (un equipo que parece salido de una película de Cameron Crowe) empiezan a preparar su performance, El desafío (The Walk) se dispara y lo que ofrece es tan radical y prodigioso que te olvidas de lo visto hasta entonces. Las escenas previas al cruce de las torres, las de los preparativos in situ, están muy bien. El acceso clandestino a los edificios y las maniobras de Petit y compañía para organizar la acción tienen ritmo, gracia y tensión: Robert Zemeckis es un auténtico maestro moviéndose por los espacios y disponiendo a los personajes en ellos. Pero lo realmente increíble es la recreación de la performance en sí. La secuencia del cruce de las Torres Gemelas es una barbaridad, una auténtica experiencia física.
El desafío (The Walk) da vértigo, se agarra al estómago y se siente en las palmas de las manos
Zemeckis lleva al límite las posibilidades técnicas (vean la película en 3D, en IMAX 3D si tienen opción) para hacer que el espectador camine sobre el vacío: El desafío (The Walk) da vértigo, se agarra al estómago y se siente en las palmas de las manos. Pero la eficacia de esa secuencia no sólo tiene que ver con la proeza técnica. Tiene también que ver con la mirada del director, con cómo la concibe y pone en práctica. Tiene que ver con una planificación precisa, con un sentido del ritmo y un manejo de la tensión y del suspense prodigiosos y con una coreografía de movimientos de una belleza impresionante. También con la capacidad de Zemeckis de introducir la poesía, el humor y la emoción en esa secuencia, de no dejar que ese paseo por el vacío sea simplemente una vacilada técnica.