Uno entra en el hospital de la mano del miedo. Por más ventanas que haya, siempre será un lugar gris y lúgubre. Los hospitales nos recuerdan que somos débiles y que aunque muy rodeado, acompañado y querido, frente a la enfermedad uno está a solas… o casi.
A la soledad de las dos horas y media junto a una máquina de quimioterapia, Virginia Castelló quiso acercar guitarras, melodías, voces y palmas. El propósito era que los pacientes estuvieran conectados a la máquina, pero desconectados por la música. Vestir con colores al gris hospital.
“Estuve cuatro años acompañando a mi mejor amiga, ella tenía sarcoma –cáncer en la sangre- e ir allí era puro dolor, un calvario. Cuando falleció, hace cuatro años, del desconsuelo y la pena, me brotó el ansia de hacer algo para llevar alientos de esperanza a las clínicas, me propuse regalarles conciertos.” Jesús García-Foncillas, director de oncología de la Fundación Jiménez Díaz, cree que la música en directo es un soplo de vida para los pacientes durante el tratamiento de quimioterapia.
Nosotros somos un medicamento más, vamos entregados, a cantarle a la alegría. La gente lo precisa
Virginia es el motor de la asociación Música en Vena. Ricardo Cubedo, el oncólogo de su mejor amiga, le puso el nombre y le ayudó a llegar hasta el gerente del Hospital Puerta de Hierro para pedir permisos. “Los dos primeros años llevé músicos solo a oncología, bajaban médicos y pacientes de otras plantas a pedirme que, por favor, llevase música y alegría a otros departamentos”, cuenta Virginia. Firmó un acuerdo con Atención al Paciente de SERMAS – Servicio Madrileño de Salud- que le valió para que la música sonara en todos los hospitales públicos de la Comunidad de Madrid.
Cuatro años, 520 voluntarios, amor y voluntad. “Hemos estado en psiquiatría, en la UVI politráumica, en cardiología, neonatología, en trauma, en infantil... El traumatólogo de Puerta de Hierro, Javier Hernán dice que la música, lo que hacemos, sana a los pacientes. Es increíble ver mover las caderas al compás a gente que casi no puede caminar”, lo explica mientras enseña un vídeo de dos pacientes ingresadas –con el pijama del hospital- bailando un pasodoble.
Cantarle a la alegría
Música en Vena, de manera altruista, programa 15 conciertos al mes en hospitales de la Comunidad. Los músicos se acercan a los pacientes y al personal sanitario en pequeño formato, en salas o habitaciones, pero también han montado grandes eventos como llevar a Dvicio al auditorio del Hospital del Niño Jesús o el festival Flamenco en Vena, en el auditorio del 12 de Octubre.
La cantante Sandra Carrasco y el guitarrista Melón se suman una vez al mes. Aunque estén preparando el nuevo disco y muy atareados con bolos, se toman las actuaciones en el hospital como un ineludible compromiso social. “Nosotros somos un medicamento más, vamos entregados, a cantarle a la alegría. La gente lo precisa. Y yo necesito venir aquí para darme cuenta que la salud es lo primero. Para sentirme útil y priorizar en la vida”, dice Sandra.
Les canto mirando a los ojos y algunos lloran y lloramos juntos. Las máquinas pitan, a veces parece que siguen en compás
Recuerda las primeras veces que fueron a tocar, muy nerviosos. Tiene grabada la imagen de la sangre corriendo por la diálisis y los enfermos siguiendo el ritmo con sus dedos. “Les canto mirando a los ojos y algunos lloran y lloramos juntos. Las máquinas pitan, a veces parece que siguen en compás. El mes pasado una mujer con cáncer de garganta que no podía hablar, me hacía aspavientos y me tiraba besos”.
Cuando Sandra Carrasco arremete con su chorro de voz por Fito Páez (Yo vengo a ofrecer mi corazón), a Ana Ortíz, una luchadora insaciable contra el cáncer de pulmón, se le empañan los ojos y le grita: “¡Gracias, gracias, gracias!”, mil veces. Dice Ana que la música entra fuerte a la persona que está hundida, que no hay mejor manera de evadirse.
Luz musical
Para María África Múñoz es el primer día de quimioterapia. Entró aterrada y, pese a todo, dice que va a salir de allí sonriendo. “Señora, ha visto el detalle tan bonito, que vengan a cantarle tan cerquita, pero esto no es todos los días, no se crea”, le dice la enferma a María África. En la sala se han apagado las teles y sólo se oyen los pitidos de las máquinas, las cuerdas de Melón y la emoción que Sandra saca por la boca.
Antes no sabía diferenciar un saxofón de un violín, ahora, además de ayudar a los demás, estoy aprendiendo música
Inmaculada Santiago suma 69 sesiones de quimioterapia. Cada 15 días se acerca al Gregorio Marañón para seguir batallando el cáncer de páncreas. “En el hospital nos tienen en un rincón, no hay luz, es un auténtico zulo, yo me quejo muchísimo. El lugar no es nada amable. La luz se hizo cuando aparecieron un día cuatro miembros del Coro Ruso, no me podía creer lo que estaba pasando”. Cuando acabó la actuación y Virginia Castelló se acercó a saludarle, a preguntarle si le había gustado. Inma le dijo que quería ayudar en Música en Vena.
“Antes no sabía diferenciar un saxofón de un violín, ahora, además de ayudar a los demás, estoy aprendiendo música”. Desde octubre del 2013, Inmaculada acompaña a los músicos a los hospitales, los lleva a dónde tienen que tocar y anima a los pacientes a acercarse. “Los salones de actos de los hospitales tendrían que servir para eventos pensados en el bien del paciente. Hay que tratar de hacer cosas para deshacer el lío horroroso que es un tratamiento”.