Manuela Carmena imagina un nuevo nombre para el Valle de los Caídos, donde están enterrados Francisco Franco, José Antonio Primo de Rivera y nichos repletos, en su mayoría, por las víctimas del régimen. El monumento que Franco se mandó construir en lo alto de la Sierra del Guadarrama para honrar su propia memoria, se ha mantenido con tales fines durante cuatro décadas de democracia, como un gran mojón franquista en el que tropieza, sin solución, la memoria de la nueva España. Carmena dijo “Valle de la Paz”, y la publicación cultural Le Miau Noir lo recogió. El nombre que lo corregiría todo. También, en vez de Arco del triunfo, “Arco de la democracia”.
“No se le puede poner un nombre amable, sería obviar los hechos y el sufrimiento”, cuenta Fernando Hernández, que acaba de publicar El bulldozer negro del general Franco. Historia de España en el siglo XX para la primera generación del XXI (Pasado & Presente), un libro que cubre los huecos formativos de los manuales del esquema curricular de secundaria. El historiador, investigador, profesor de adolescentes durante tres décadas y, ahora, docente universitario, reivindica la Historia como un aprendizaje cívico que proporciona recursos para formar parte de la sociedad como un sujeto activo y soberano.
Debemos ser más realistas y no tratar de convertirlo en un gran monumento dedicado a la paz mundial
La abogada y militante del PSOE Francisca Sauquillo, que acaba de asumir su designación como responsable de la comisión que decidirá cómo aplicar la Ley de Memoria Histórica en Madrid, sin ánimo de "revanchas", ha explicado a EL ESPAÑOL, de manera escueta, su parecer ante la idea del cambio de nombre que propone Carmena: “No sería conveniente, consolidaría lo anterior. Hay que cambiarlo, pero no puede ser el primero que se nos ocurra. Debemos obligar a cumplir el informe de 2011 de Ramón Jáuregui. Aquel estudio no se puede tirar”.
Sauquillo se refiere al informe que se presentó el 28 de noviembre de 2011. Varios especialistas, a petición del PSOE, investigaron para dar sentido al monumento en la España democrática. Ese día se presentó el plan para que el Valle de los Caídos dejara de ser lo que es. Ese día, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero estaba en funciones, de salida. Así que la propuesta de levantar la losa de granito de 1.500 kilos de la sepultura para exhumar los restos del dictador fueron directamente a la papelera. Sin reciclaje.
Actuar con urgencia
En el estudio, historiadores como Carme Molinero y Ricard Vinyes, proponían construir un centro de interpretación de los acontecimientos que allí tuvieron lugar, antes de llegar a la Basílica. La preocupación de los especialistas es la misma que la de Fernando Hernández, muchos de los que visitan el monumento ya no tienen conocimiento sobre lo que pasó allí. Ni de lo que representa la construcción. Además, deberían identificarse todos los enterrados (cerca de 34.000 cuerpos, más de 12.000 sin identificar). El informe pedía “urgencia” en la actuación.
El “Valle de la Paz” se presenta como una medida que podría, según los historiadores, lavar la imagen de Franco. Olvidarlo. Dejar la memoria en blanco e, incluso, comulgar con su aparato de propaganda -con Manuel Fraga a la cabeza-, que decidió dejar de insistir con el término “victoria” para usar “paz”. Nominaron hospitales, carreteras (hoy M-30, antes Avenida de la Paz), sellos, imágenes… La idea era, en 1965, celebrar “25 años de paz”. Escribió Fernando Fernán Gómez, en Las bicicletas son para el verano (1977): “No ha llegado la paz. Ha llegado la victoria”.
“Habría que explicar qué significado tiene. A nadie se le ocurre cambiar el nombre de Auschwitz, porque son lugares que sirven para el aprendizaje. Hoy son lugares de preservación de la memoria de las víctimas. Cambiar el nombre no conduce a nada”, añade el profesor Hernández. Si acaso, conduce a desmontar esa masa crítica que encara su historia, porque “obviar el conocimiento del pasado conflictivo nos ha varado en el lugar donde estamos ahora”.
“La paz recuerda a los “25 años de paz” del franquismo. No me parece la expresión más adecuada”, asegura José Luis Ledesma, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense. “El término tiene sus connotaciones”. No cree que la resignificación del espacio acabe con un cambio de nombre. “Debe haber un cambio integral. Con “la paz” se despolitiza el pasado y se crea una versión dulce y casi rosa. Debemos ser más realistas y no tratar de convertirlo en un gran monumento dedicado a la paz mundial”.
Tanto el PP como el PSOE no quieren profundizar demasiado. Cambiar los nombres de esto y de aquello es un maquillaje sin importancia
Cinco años después del “informe Jáuregui”, no hay noticias de dicho estudio. Las ocurrencias campan a sus anchas y el interés pierde autoridad en la población. “Tanto el PP como el PSOE no quieren profundizar demasiado. Cambiar los nombres de esto y de aquello es un maquillaje sin importancia. Además, la desmemoria absoluta de la población española ha logrado una sociedad totalmente acrítica, que no encaja ya con ninguna de las propuestas que se hicieron con la Ley de la Memoria Histórica. Lo han conseguido. Todo aquello ha dejado de interesar”, asegura el historiador Francisco Espinosa, para quien un cambio de nombre no es más que una mala broma, un cambio sin importancia.
Contra la exaltación
El autor de Contra el olvido (Crítica) se muestra muy decepcionado con las acciones de la alcaldía de Madrid: “Está encadenando un error detrás de otro en la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica”. “No podemos sorprendernos si salen interpretaciones absurdas, cuando faltan los recursos educativos”, cuenta Fernando Hernández. “Mayor de edad a nivel laboral, penal y sale a este mundo conduciendo un todoterreno sin carné de conducir”, indica para subrayar la falta de preparación de los nuevos votantes.
Los acontecimientos desvelan la tendencia a la marginación de los estudios de humanidades. Los investigadores lamentan que millones de votantes no conozcan la Historia de España y decidan sobre su futuro. Hernández no cambiaría el nombre por “Valle de la paz”, “porque no sirve para nada”. “Hay que cambiar de uso. No se puede permitir que siga siendo un lugar de exaltación de la dictadura. Debería ilustrar las consecuencias de los sistemas totalitarios del siglo XX”. Un nuevo nombre para un viejo monumento, que lo vacía y lo convierte en parte del paisaje serrano.
No puede seguir siendo un lugar de peregrinación y culto. La España democrática no puede mantener esto
Joan María Thomas, autor de Franquistas contra Franquistas. Luchas por el poder en la cúpula del régimen de Franco (Debate), explica que hay que convertir el monumento en museo. “Hay que explicarlo. Es un lugar de la memoria, no un lugar de culto”. Fuera los enterramientos. Critica la tardanza con la que los diferentes gobiernos se han enfrentado a la memoria. Como el resto de los historiadores consultados, no cree que la cruz gigante deba caer. “Hay que explicar que no fue un símbolo de paz, sino una reivindicación de los caídos del franquismo. No puede seguir siendo un lugar de peregrinación y culto. La España democrática no puede mantener esto”, añade.
La Historia está obligada a investigar y divulgar, a hacer que los contenidos calen en los conocimientos. “La memoria cívica debe ser combatiente, no puede complacer a los herederos del franquismo”. Los monumentos no cambian, los manuales tampoco, pasan los años y la memoria da carpetazo: aquí paz y después gloria.