La escena jazzística en la isla que los indígenas bautizaron Manna-hata es riquísima. Los vuelos directos que llegan desde Madrid aterrizan en Newark o en JFK bien a las 12.30 horas, y tienes la tarde libre, o bien a las 20 horas y tienes la noche por delante. Vuele en el que vuele tengo más que comprobado que no hay mejor remedio contra el jet lag que una buena noche de jazz. A mí vencer el sueño trasnochando me funciona.
La oferta es inversamente proporcional a la calidad de la comida en los garitos. Así que o asumes que cenarás como las ratas, o dedícate a escuchar mientras bebes -o a beber mientras escuchas- y luego te vas a cenar, porque te va a dar igual que elijas alguna de las dos sesiones del Blue Note en el Village o el más recomendable Village Vanguard; no pienses que vas a cenar bien. Ni el Birdclub, ni el Smoke, ni el Kitano. Comida barata, entrada al espectáculo razonable y una media por noche de 70 dólares, eso sin que te recrees en destilados que si no despídete de ese billete de 100 dólares que llevas guardado en la cartera.
Ayer me decanté por quedarme en Midtown y me pegué el gusto de ver entrar ante mis ojos enrojecidos por la falta de sueño al hijo del venerado John Coltrane, Ravi Coltrane, bautizado así en honor del maestro indio del sitar Ravi Shankar, por el autor de A Love Supreme y su mujer, la pianista Alice Coltrane. Ravi baja las escaleras con el saxo a su espalda, sacudiéndose la lluvia, entre los que hacemos cola en el sótano del Jazz Standard, y dejar su guest list, la lista de invitados para la mesa reservada para el artista. Qué jodido ser hijo de Coltrane (su padre murió cuando Ravi tenía dos años) y tocar el saxofón, que se lo digan al hijo de Sinatra que también era cantante y murió hace unos días. Que nadie se agobie. Larga vida a Ravi Coltrane (que como su padre también le sopla al clarinete).
Mientras escucho y ceno, rompiendo la regla de que los hombres sólo sabemos hacer una cosa a la vez, ojeo el vocero de la vida jazzística de la ciudad. Se trata de The New York City Jazz Record, editado desde hace 14 años en papel de periódico, dirigido por Laurence Donohue-Greene y con periodicidad mensual. Te lo encontrarás a poco que te muevas en garitos y tiendas de discos con información muy precisa sobre la actividad musical de la ciudad. Es gratuito y ya lleva 168 números, precisamente el que tengo en mis manos, con el baterista panameño Billy Cobham en la portada. Es el propio Cobham quien les ha proporcionado la foto, así que muchos medios no parecen tenerla.
El periódico compite con la más veterana, en la calle desde 1982, guía Hot House, que con portada en cuatricomía cuenta con aplicación propia, y se financia gracias a los módulos de publicidad de los garitos de la ciudad que programan jazz. En el último número la novedad es la ópera, si has leído bien, una ópera que se estrenó el día 1 de abril en el Teatro Apollo, sobre el mismo escenario en el que reposaron los restos de James Brown, sobre la vida de Charlie Parker, coproducida junto a la Ópera de Philladelphia. Propongo esperar a leer las críticas antes de lanzarse a reservar entradas por internet.
Me entero también a través de ambas guías de la existencia de la casa museo de Louis Armstrong en Queens. “Ven y visita a Satchmo” (apodo coloquial por el que se conocía a Armstrong), grita el eslogan desde el tríptico promocional que se reparte junto a los dos periódicos. Se trata de la casa familiar del trompetista de Nueva Orleans y de su mujer Lucille, que fue bailarina del legendario Cotton Club.
La descripción del los archivos de la casa museo habla de grabaciones que dan testimonio de las horas de practica de Armstrong a la trompeta, de sus conversaciones con los amigos y demás fetiches que incluyen incluso la cama del matrimonio, así como el jardín de inspiración japonesa de la mansión en el que a menudo se celebran conciertos.
Muy pronto la casa museo será ampliada con un centro para visitantes para el que ya se han recaudado 15 millones de dólares. ¡Caramba con el jazz¡ Luego habrá el que diga que es una música de minorías.
La sesión llega a su fin y el cronista lleva 24 horas despierto. Es hora de recogerse e intentar no despertarse antes de que Dean and Deluca encienda la máquina de café.