Más que un comunicado, José Manuel Soria ha dejado como despedida un autorretrato. El texto resume tanto sus maniobras públicas de los últimos días, como sus manejos empresariales de los últimos años. Del entramado societario, al entramado sintáctico. El documento contiene una profunda verdad -digamos- estructural.
Quedará siempre la duda de si esa primera oración de 146 palabras la ha construido el propio Soria, o se trata del último encargo a Mossack Fonseca. Está todo en su andamiaje, subordinada pantalla tras subordinada pantalla. Lo que se ve siempre contiene un eco de lo que se esconde. Desde el comienzo: “A la luz de la sucesión de los errores cometidos a lo largo de los últimos días”. ¿Por quién? No hay tiempo. Sigan, sigan.
Ahí mismo llega el primer inciso de la primera subordinada, donde se aloja la última mentira: “en relación a mis explicaciones de mis actividades empresariales anteriores a mi entrada en política en 1995”. Ayer mismo varios medios publicamos un documento con su firma de una actividad empresarial suya, y offshore, de 2002, cuando era alcalde de Las Palmas. Pero no hay tiempo de detenerse en eso: todavía no concede un punto.
Después del inciso aparece, por fin, el enlace con aquello de los “errores cometidos”, y que presuntamente viene a completarlo: “Debidos a la falta de información precisa sobre hechos que ocurrieron hace más de veinte años”. La pantalla de los veinte años y la imprecisión sobre la falta de precisión (¿sobre qué?) terminan de sepultar esa última falsedad de la despedida, la de que todo es anterior a 1995. Lo tapan esas capas, y el breve respiro del punto y coma, que empuja a seguir con la segunda subordinada: “Sin perjuicio de que ninguna de tales actividades empresariales haya tenido relación ni vínculo de tipo alguno con el ejercicio de tales responsabilidades políticas”. Hasta ahí, las razones por las que no debería hacer lo que está a punto de hacer.
Después, todavía sin un punto, las altas razones por las que, pese a todo, lo hace: “Considerando el daño evidente de que esta situación está causando al Gobierno de España, al Partido Popular…”. Lo prolijo de la enumeración que sigue quizá haga pasar por alto el sintagma pantalla que destila todas las coberturas, ese “esta situación”, en el que a estas alturas, ya sin aire, nadie se detendrá. Circulen.
Más adelante, sólo después de 122 palabras, lo que venía a comunicar el comunicado, la cáscara del entramado: “Presentar mi renuncia expresa a las funciones que como Ministro de Industria, Energía y Turismo tengo encomendadas desde el pasado 21 de diciembre”. 146 palabras. La frase es un material impagable no sólo para los cursos de redacción, sino para el entrenamiento del submarinismo en apnea.
El texto produce en el lector efectos casi físicos. El alivio de coger aire después del atracón inicial, el desconcierto de haber rozado el ahogo, le deja predispuesto a aceptar cualquier cosa que siga. Como la última frase: “Cuando así no ocurre, deben asumirse las responsabilidades correspondientes”. El contraste del asfixiante principio con la cortesía de las frases finales (20, 21, 17, 20 y 9 palabras) le predispone a uno al agradecimiento, si no al aplauso. Encima de todo entramado opaco se sienta un hombre respetable y cortés.