No hay signo más claro de provincianismo cultural para un país que la necesidad de sus periodistas de trufar los artículos sobre fútbol con referencias cinematográficas, literarias o filosóficas. En España hemos pasado del intelectual altivo, que despreciaba el fútbol –porque estaba atado a la alta cultura o porque adscribía a la perorata militante sobre la “alienación” de las masas-, a un intelectual populista futbolero, quizás (¡proeza!), más repelente aún que su antepasado, el elitista.
Hoy por hoy, antes y después de los partidos, las páginas deportivas de los periódicos se llenan de columnas de escritores y ensayistas que para hablarnos de la continuidad de Paco Jémez en el Rayo o de la recuperación lenta de la lesión de Cristiano citan a Woody Allen, García Márquez, Shakespeare, Marx o Jünger. La idea que los guía, me temo, no es la de que el fútbol es un tema tan digno para escribir o pensar como la ópera, el cine, la filosofía o el teatro, sino que el único modo de dignificar un artículo sobre fútbol es regándolo de “cultura”.
Para hablarnos de la continuidad de Paco Jémez en el Rayo o de la recuperación lenta de la lesión de Cristiano, ahora se cita a Woody Allen, García Márquez, Shakespeare, Marx o Jünger
Pero no se puede echar la culpa de todo a los intelectuales. Ha sido un movimiento desde dentro del mundo del fútbol el que ha habilitado esta culturización pseudo filosofante del fútbol. Personajes como Menotti, Valdano, Cappa, y últimamente sobre todo Guardiola, han construido una metafísica dogmática basada en un supuesto compromiso del aficionado al fútbol no ya con su equipo, sino con “La Belleza”. No se trata sólo de que estos entrenadores citen a poetas, o de que aparezcan fotografiados saliendo de la ópera en Nueva York.
No sabemos si Guardiola leyó a Platón o a Hegel, pero en una rueda de prensa es capaz de hablar de “compromiso vital con la Belleza” o de que “la IDEA no se negocia”.[El tufo ideológico, moralizante de esta tendencia llega a su paroxismo cuando no sólo se la identifica con ciertos consumos culturales más o menos refinados, sino incluso con ciertas tendencias políticas: la absurda relación entre el culto al “juego bonito” con el ser de izquierdas. ¿Cómo se puede identificar el “ser de izquierdas” con una ideología que alaba por encima de todo el talento individual? ]
Frente a la hegemonía de esta ideología valdanista babosa, nuestro héroe, el Cholo Simeone, entró en escena hace unos años como un escéptico triturador de supercherías; un rebelde, un antisistema. No ya sólo por decir abiertamente (y con menos estridencia que Mourinho) que él no tiene ningún compromiso con “La Belleza”, sino por limitarse en general a hablar del juego, de fútbol, sin pretensiones culturales o filosóficas “elevadas”. Ir partido a partido, no negociar el esfuerzo, privilegiar al colectivo sobre las individualidades, aspirar a ganar teniendo peores jugadores que el adversario, todo lo que viene diciendo Simeone en estos últimos años desbarata el barroquismo culturalista, no sólo por el tipo de juego que propone, sino por no estar pretendiendo más que ser un gran entrenador de fútbol.
Frente a la hegemonía de esta ideología valdanista babosa, nuestro héroe, el Cholo Simeone, entró en escena hace unos años como un escéptico triturador de supercherías; un rebelde, un antisistema
Pero el propio éxito deportivo de Simeone y su capacidad para influir en el hincha fue propiciando un deslizamiento que quizás él mismo no haya notado, pero que nos ha llevado a verlo (momentáneamente) hincar las rodillas frente al poder simbólico establecido. En efecto, a la par que los triunfos del Atleti se acumulaban (desde 2013 más o menos), se empezó a hablar del “Cholismo” como si esta fuera otra “filosofía de vida”, una alternativa perfeccionada al lado de la metafísica valdanista.
Decenas de artículos bajo el nombre de “Cholismo” convirtieron al Cholo en una especie de gurú de la autoayuda, de la autosuperación, en un guía espiritual de las masas extraviadas por la crisis. Todo bajo el supuesto espurio de que la meritocracia funciona tan bien en nuestra sociedad como en un campo de fútbol y sólo necesitáramos alguien que nos lo subrayara: “creer es poder” y otras infamias. Y el Cholo, hay que decirlo, un poco se dejó envenenar.
El momento más importante para los inventores del “Cholismo” y -al mismo tiempo, el más triste para nosotros, los hinchas del Cholo-, fue ese en el que lo vimos pasarse al otro lado momentáneamente, al terminar la eliminatoria de Champions con el Barça, perorando que lo importante de la victoria no era el fútbol sino la transmisión de unos valores para los niños que veían el partido; erigiéndose en una especie de sacerdote brújula de la multitud que nadie pide.
Si el “cholismo” tiene algún sentido filosófico, este es el de un escepticismo pragmático y orgulloso, que desbarata toda pretensión culta rimbombante en el fútbol: no hay nada más lindo que ganar siendo peores que el rival. He aquí el único axioma que podría fundar un “cholismo” no traidor. Algo muy futbolero, que cualquier niño sabe cuando pachanguea: cuánto más bonito es que te toque el equipo donde no están los cracks de la clase y lograr ganarle (por poco) al equipo de los cracks.
Si el “cholismo” tiene algún sentido filosófico, este es el de un escepticismo pragmático y orgulloso, que desbarata toda pretensión culta rimbombante en el fútbol
Los hinchas del Atlético no necesitamos ningún tutor moral para nuestras hijas, sólo queremos un héroe que el sábado nos conduzca a la victoria y nos permita ir otra vez a Neptuno para que se enteren los vikingos quién manda en la capital.
¡Aguante Cholo!
* Santiago Gerchunoff es filósofo y librero