Cuenta el escritor Jean-Claude Carriére en Las palabras y la cosa (Blackie Books) que Luis Buñuel entrenaba a diario a sus hijos en la imaginación. Decía que era como un músculo que ejercitar contra la mediocridad. "Imagina que eres un mejillón. ¿Cómo pensarías? ¿Cómo te enamorarías? ¿Qué visión del mundo tendrías?", proponía el cineasta a su hijo Rafael. Un día, Buñuel invitó a Carrière y a Rafael a confeccionar una lista de sinónimos o eufemismos de la palabra polla, cada uno en su lengua materna. Es decir, Rafael en inglés, Luis en castellano y Carrière en francés. Ganó este último, claro, pero sin ningún mérito, porque, como él mismo reconoció, "mi lengua en este terreno es inagotable".
Pocos días después de la creación del catálogo de obscenidades, Carrière se encontró con una vieja amiga actriz que, para subsistir en Nueva York, se veía obligada a trabajar como dobladora de películas porno. Le explicó, agobiada, que lo peor de su tarea no era la hiperventilación ni la gama de gemidos, jadeos ni respiraciones entrecortadas de falso éxtasis. Lo peor era repetir hasta el hartazgo las mismas palabras manidas, los mismos términos sexuales manoseados y ordinarios.
Un día, Buñuel invitó a Carrière y a Rafael a confeccionar una lista de sinónimos o eufemismos de la palabra polla, cada uno en su lengua materna
Relacionando estos dos episodios, el escritor parió Les mots et la chose, un texto en el que ha trabajado unos 25 años. La historia pasó a ser obra teatral, y a punto estuvo de convertirse en película -David Trueba comenzó a guionizarla para una versión cinematográfica protagonizada por el fascinante Fernando Fernán Gómez, pero el genio pelirrojo murió antes-.
Ahora este clásico en Francia llega a España gracias a la adaptación de Ricard Borrás. No es sino una constatación de que nuestro idioma es hermoso, amplio, ambicioso, lúbrico, punzante, divertido, sugerente... y, cómo no, penetrante. La lengua es de quien la usa, de quien la inventa y de quien la respeta. De quien se deja llevar por sus posibilidades y no se avergüenza. De quien se libra del decoro, el recato y la mojigatería y pronuncia a pecho descubierto. Qué tendrá que envidiarle la palabra coño a la palabra amistad, como dice Borrás. El vocabulario -bien entendido- no limita. Ensancha la vida.
Al clítoris por sus nombres
Al clítoris, según Carrière, puede llamársele "alubia", "lengüeta", "perlita". "Pepitilla", "boca de abajo", "morros". O "botón secreto", que decía Vicente Alexaindre. "El bollo de crema"- "que se puede comer como 'la rosca' o 'el roscón', resulta apetitoso, sobre todo cuando está un poco tibio", sonríe Carrière-, el "bello sexo", "el chumino", "la boca de metro", y, si es de pago, "el peaje". "El tesorito", "la eterna cicatriz", "la grupa del Papa" -en referencia a las grutas vaticanas donde entierran a los pontífices-, entre otros. Valle-Inclán escribió: "¡Turbulenta avispa / que vuela en tu flor!".
En cuanto al acto sexual, es importante saber que "follar", en un principio, significaba "pisar la uva". Más allá de "endiñar", "mojar" y "empujar", está "deshollinar", "encañutar", "enlodar", "regar el perejil", "dar pienso", "meter al niño Jesús en el pesebre" -si se ponen navideños-, "ponerla al abrigo de los mosquitos" -como se dice en algunos países cálidos- o "menear". En Senegal, en vez de decir "mi cuñado", dicen con simplicidad: "Mira, este es el hombre que menea a mi hermana".
"Llegar al summum", "sentir la titilante cosquillita" -así lo decía Samaniego-, "asar el tocino en el horno", "regar el patio" o hasta la expresión suburbial -y bastante desagradable- de "perforar a la pava hasta matarla de gusto". También lo llaman "el pan de los pobres": casi romántico. Salvador Dalí lo mentaba como "usar la máquina de coser" y García Lorca, "montar la potra": "Aquella noche corrí / el mejor de los caminos / montado en la potra de nácar / sin bridas y sin estribos".
En cuanto al pene, hasta el mismísimo Lope de Vega escribe en Fuenteovejuna: "Soy, aunque polla, muy dura para su reverencia". Hay vida más allá del aburrido "falo": ¿qué tal "el jilguero", "el cipote de archidona", "la garrota", "el dedo sin uña", "el pitorro para beber sin sed" o "la morcilla castellana"? En su versión más triste, se le puede llamar "la jeringa con peluquín", "el espárrago" o "el pepinillo entre dos aceitunillas". Con "un buen filete", la cosa se pone seria. "Butifarra blanca", "la verga de buey", y "el puro con bigote" hasta desembocar en "la que se hace grande". "La antorcha olímpica" suena ya a fanfarronada.
Felación y cunnilingus
Al sexo oral se le puede llamar -por cambiar- "sorber el aperitivo", "lamer el chupa-chups", "tragarse el humo", "engullir la pescadilla", "montar la clara a punto de nieve". En la antigua Roma se decía "tomar un hombre en forma líquida". El cunnilingus suena más divertido si se "dan mordisquitos en el botoncito del amor", "hacerse rizar el bigote", "ablandar la habichuela" o -si nos metemos en regionalismos- "paladear la almeja gallega cerca de las Rías Bajas" o "comer patata alavesa en la feria de Valdegovía".
A todo esto, ¿qué decir durante el sexo, si es que se gusta de decir algo? Carrière recomienda utilizar las expresiones "mírame" y "háblame", porque "la mirada y la palabra son elementos sin los cuales al erotismo le falta algo esencial". Luego propone "reviéntame", "mátame", "me muero", "te siento en todas partes", "dame fuerte", "pero ¿qué me estás haciendo?", y un eterno etcétera. Ah, le petite mort, como llaman los franceses al orgasmo.
No sería de recibo terminar este artículo sin referirnos a la masturbación. "Tener las manos ocupadas", "hacerse una silenciosa", hacerse una gayola o un alemanita", "lustrar el minarete", "abrillantar los cobres". Viva el amor propio, el éxtasis egoísta. Cuenta el autor que conoció a un hombre de pueblo que, cuando se disponía a "machacársela", decía "Voy a estrechar la mano al padre de mis hijos".