María Lejárraga, la feminista sumisa
Defendió con intensidad la igualdad entre hombres y mujeres, pero publicó gran parte de su obra con la firma de su marido, el empresario teatral y dramaturgo Gregorio Martínez Sierra.
30 julio, 2016 02:28En demasiadas ocasiones, las lecturas que se hacen de los comportamientos de las personas, y más de los personajes históricos, suelen caer en las etiquetas fáciles. Pero en la vida real, como es fácil comprobar, las cosas acostumbran a ser más complicadas, y las contradicciones se convierten en lo más frecuente.
Uno de los casos más evidentes que lo prueban quizá sea la vida de María Lejárraga (o María de la O Lejárraga, como era su nombre completo de soltera), una de las voces más clamorosas de la Segunda República en favor de los derechos de la mujer. Pero que, sin embargo, aceptó un sometimiento tal a su marido, el famoso dramaturgo y empresario teatral Gregorio Martínez Sierra, que llegó a escribirle gran parte de la producción que luego sólo aparecería firmada por él.
María Lejárraga era una de las voces más clamorosas de la Segunda República en favor de los derechos de la mujer, pero aceptó un sometimiento total a su marido
María Lejárraga había nacido en San Millán de la Cogolla (La Rioja), en 1874, pero muy pronto su familia se trasladó al madrileño barrio de Carabanchel. Allí, la joven se esforzó por acceder a una educación que no era habitual, ni mucho menos, entre las mujeres de su época, y llegó a obtener el título de profesora de idiomas. Cuando tenía 23 años de edad, conoció a Martínez Sierra, seis menor que ella (una diferencia por entonces significativa), y tres años después se casaron. Comenzó entonces una relación que tuvo una enorme trascendencia en el mundo literario de la época: ambos fundaron las revistas Helios y Renacimiento, en las que escribieron nombres fundamentales como los de los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, Pérez de Ayala, Unamuno, Rubén Darío y muchos otros.
Una labor intelectual que tuvo también su vertiente comercial: novelas como Tú eres la paz, obras de teatro como Canción de cuna (llevada al cine en cuatro ocasiones) o Primavera en otoño. También los libretos de El amor brujo y el argumento de El sombrero de tres picos para el compositor Manuel de Falla, se convirtieron en rotundos éxitos que hicieron de Gregorio Martínez Sierra, el único que firmaba las obras, un autor de renombre internacional. Sin embargo, hoy sabemos que, como mínimo, en todas ellas intervino profundamente su esposa aunque, para muchos biógrafos, en realidad la autoría habría que atribuírsela prácticamente a ella.
La situación, de hecho, se convirtió en aún más dolorosa para María Lejárraga desde el momento en el que su esposo comenzó una relación con la actriz de su compañía Catalina Bárcena, con la que llegaría a tener una hija. Bárcena acaparó los papeles principales de las obras producidas por el matrimonio, dándose la circunstancia de que Lejárraga escribía los textos que luego Bárcena representaba. El nacimiento de la hija en 1922 llevó a que el matrimonio se separara, pero María Lejárraga mantuvo una cordial relación con Martínez Sierra, e incluso continuó escribiendo para él hasta su muerte en 1947.
El feminismo quiere sencillamente que las mujeres alcancen la plenitud de su vida, es decir, que gobiernen el mundo a medias con los hombres, ya que a medias lo pueblan
Lo paradójico es que, mientras María Lejárraga aceptaba ese sometimiento y oscurecimiento de su papel como autora de las obras que tanto éxito daban a su marido (llegaría a escribir que "pues que nuestras obras son hijas de legítimo matrimonio, con el nombre del padre tienen bastante”), su militancia socialista la llevó a una gran labor feminista. Labor que la involucró en multitud de iniciativas en la lucha por el sufragio de la mujer (ella misma saldría elegida diputada por Granada en 1933, en las primeras elecciones que contaron con la participación de las mujeres) y la búsqueda de la igualdad en todos los órdenes entre los sexos.
Así, llegaría a escribir que "el feminismo quiere sencillamente que las mujeres alcancen la plenitud de su vida, es decir, que tengan los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres, que gobiernen el mundo a medias con ellos, ya que a medias lo pueblan, y en perfecta colaboración procuren su felicidad propia y mutua y el perfeccionamiento de la especie humana. Pretenden que lleven ellos y ellas una vida serena, fundada en la mutua tolerancia que cabe entre iguales, no en la rencorosa y degradante sumisión del que es menos, opuesta a la egoísta tiranía del que se cree mas”.
Sin embargo, María Lejárraga (que con el estallido de la Guerra Civil se exilió a Francia, y que terminaría su casi centenaria vida en 1974 en Buenos Aires) sólo hizo una reivindicación de la autoría de sus obras con Gregorio Martínez Sierra (tras la muerte de éste comenzaría a publicar con el nombre de María Martínez Sierra) cuando la hija de aquél con Catalina Bárcena pretendió cobrar los derechos de autor de su padre. En su libro de memorias Gregorio y yo relató cómo lo que había entre ellos era una coautoría, pero documentos hallados en su legado de Buenos Aires permiten afirmar que, en realidad, se trataba de algo que iba mucho más allá: era la historia de una total sumisión.