“Las mujeres no pintan muy bien. Es un hecho. Como siempre, el mercado tiene razón”, con estas palabras despachaba el pintor Georg Baselitz la historia de las mujeres en el arte. La mayoría de lectores no estarán de acuerdo con una declaración así y la recibirán con sorpresa, escándalo o incluso horror. Y sin embargo, tanto a nivel colectivo como individual, desde las instituciones privadas y los estamentos públicos, la cultura de la que formamos todos parte muestra cada día la vigencia de esta afirmación.
Así lo demuestran los datos. Por ejemplo, según los informes de MAV (Mujeres de las Artes Visuales), a pesar de que las mujeres constituyen desde la década de 1960 la mayoría del alumnado en los estudios artísticos en España, la colección permanente de los 22 museos españoles de arte contemporáneo más destacados se compone de un 82% de obras firmadas por hombres y un 18% por mujeres. El porcentaje de mujeres en la pasada feria de ARCO fue del 25 %.
Pero es que tampoco debemos saber escribir o dirigir. El seminario “Mujeres y hombres en la industria cultural española” señala que en literatura, y a pesar de que las mujeres firman un 45,5% de las obras publicadas, las galardonadas con los premios más importantes constituyen únicamente el 22%. Así bien puede Jesús García Sánchez, Chus Visor, enunciar que en el siglo XX no hay poetas destacables de género femenino.
En el campo del cine y de acuerdo con el informe anual de CIMA, en 2015 sólo un 19% de las películas españolas estrenadas fueron dirigidas por mujeres; las guionistas representaron un 12% y las directoras de fotografía un escaso 9%. Y no hay más que echar un vistazo a las nominaciones en los Premios Goya de este año para ver la proporción.
¿Azar machista?
Ante estos datos podemos tomar dos posiciones. Podemos afirmar, como hacía Javier Marías hace pocas semanas en El País, que el talento es “azaroso”, o podemos investigar esta tendencia del azar a cebarse en las mujeres y buscar soluciones. Y lo que estas investigaciones nos muestran es que a pesar de lo que creamos tenemos interiorizado un sistema de valores y un funcionamiento social por el que otorgamos menos valor artístico y social a las obras producidas por mujeres.
En los años setenta y ochenta, y ante el poco número de mujeres en las orquestras, en Estados Unidos se instauró la práctica de realizar “audiciones ciegas”. El intérprete se colocaba detrás de un panel, por lo que los miembros del comité de selección no sabían si era hombre o mujer y juzgaban únicamente por su valor artístico. Mediante este sistema, la presencia de mujeres en las orquestras aumentó en un 30%. Esta es una muestra de los prejucios que tenemos todos a la hora de juzgar una obra, pero también de cómo desde las instituciones culturales pueden llevarse a cabo iniciativas para romper con las dinámicas de siglos de injusticias y discriminación.
Las feministas llevamos años luchando por ello. Desde las Guerrilla Girls, que con sus caras de gorilas denunciaban la ausencia de artistas mujeres en los muesos americanos, hasta mujeres que con menos impacto mediático luchan día a día por una cultura que sea realmente diversa y representativa.
Actualmente, las redes sociales se han convertido en una buena arma para el activismo cultural, y cada año celebramos pequeñas victorias en el páramo de la acción institucional. En otoño de 2015 el Teatro Nacional de Irlanda, el Abbey Theatre, lanzó un programa que conmemoraba la rebelión de 1916 titulado Waking the Nation (Despertando la nación). Sólo una de las diez obras programadas estaba escrita por una mujer, y sólo tres contaban con una mujer a la dirección.
Rápidamente surgió un movimiento en Twitter y Facebook con el hashtag “#WakingTheFeminists” (Despertando las feministas). La campaña fue un éxito y el Abbey Theatre anunció la implantación de criterios para asegurar la igualdad de género en las futuras programaciones.
Pasar a la acción
El activismo es necesario. En España, las asociaciones de mujeres artistas de diferentes disciplinas y LGTBI llevan años realizando diagnósticos y propuestas valiolísimas. Pero desde las instituciones debemos asumir nuestra responsabilidad, ser receptoras de estas luchas y poner todos los elementos necesarios para conseguir la igualdad real que promulga nuestra legislación. Y debemos hacerlo con tesón, pero también con optimismo, pues la experiencia de otros países nos muestra que a pesar del ninguneo y la ridiculización con los que se reciben a menudo nuestras propuestas, las políticas públicas por la igualdad en la cultura pueden tener efectos postivos a muy corto plazo.
Muy alentadora es por ejemplo la experiencia de Suecia. Hasta el 2012, las mujeres solo dirigían el 26% de los largometrajes. Después de la implantación de un plan por la igualdad en el cine, en 2015 el 50% de las películas fueron dirigidas por mujeres, y, lo que es también importante, sin que la calidad se viera mermada: las películas de mujeres representaron el 70% de la presencia sueca en los festivales internacionales y un 60% de los premios Guldbagge (los Goya suecos) recayeron en mujeres.
Desde Podemos-En Comú Podem-En Marea proponemos un plan de choque por la diversidad de género en la cultura, un plan que dé voz a las mujeres y personas que se han visto discriminadas por cuestiones de género o identidad sexual. Nuestro objetivo es tan lógico y ambicioso como conseguir que la diversidad de género sea una cuestión de interés cultural y social, de forma que se garantice la participación y el retorno social de la cultura a toda la sociedad.
Tenemos un plan
Este plan de choque incluye medidas educativas destinadas a fomentar la coeducación y el cuestionamiento de las dinámicas heteropatriarcales en el ámbito cultural, y la implementación de acciones que permitan el descubrimiento o la recuperación de obras invisibilizadas por cuestiones de género.
Estas medidas afectarían tanto a la memoria como al presente, donde se incluirían aquellas creadoras que ejercen su trabajo desde una posición invisible y precarizada. Además, se prestaría un interés especial a la promoción de obras de personas con discriminaciones múltiples, como las mujeres con diversidad funcional o migrantes.
Pero más allá de la implementación de medidas que se han demostrado efectivas en el pasado y en otros países, como las polémicas cuotas, un objetivo fundamental del plan de choque es el cuestionamiento del sector cultural tal y como lo conocemos. Pensamos que más allá de recuperar o redescubrir mujeres artistas debemos reelaborar la narrativa en la que se insertan, cuestionar el canon pero también las relaciones de poder profundamente desiguales que lo han construido. Debemos investigar y tender hacia formas más democráticas y horizontales de entender la cultura.
Decía la escritora Nadine Gordimer que “la falta de medios de distribución es un tipo de censura”. No exageramos en lo más mínimo si decimos que el mercado y las instituciones culturales nos censuran, a las mujeres y a todas aquellas personas que no encajan en el sistema sexo género normativo. El debate es pues muy amplio, y todo lo urgente que la palabra censura sugiere.
Desde el Congreso, por justicia y por progreso, debemos trabajar para que la cultura tenga razones más democráticas, de fomento de la diversidad y verdaderamente igualitarias. Las mujeres y las personas discriminadas por razón de género saldremos ganando, pero sin duda lo hará también nuestra cultura. Porque perdernos puntos de vista, ideas, maneras de entender el mundo nos empobrece a la sociedad en su conjunto y porque ya son muchos siglos de tener a las voces disidentes, a las voces fuera del canon, silenciadas. Es el momento de hacer posible que en nuestra cultura hablemos todas y hablemos de verdad.
* Sofía Castañón, diputada de Asturies por Unidxs Podemos; Mar García Puig, diputada de Barcelona por En Comú Podem.