“Pensar la literatura como una práctica social y ver qué función tiene en la sociedad”, escribió Ricardo Piglia en Años de formación (Anagrama), la primera parte de la trilogía de las memorias de Emilio Renzi, alter ego formado por el segundo nombre y segundo apellido de Ricardo Piglia, fallecido este viernes a los 75 años. El escritor argentino padecía de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). “El tiempo es una necesidad de pensamiento”, apunta Renzi -personaje que transita por la trama de sus novelas- también en esos cuadernos rescatados, con los que deja un testamento rico en reflexiones eternas.
“Por eso estoy transcribiendo mis diarios, porque quiero que sepan que hoy, a los setenta y tres años, sigo pensando lo mismo, criticando las mismas cosas que cuando tenía veinte años”. Piglia se desnuda y se convierte en el reportero de su propia vida, que comenta lo que le ocurre mientras busca una poética personal en el desorden de los sentimientos cruzados y abocetados en centenares de cuadernos. Piglia prefirió narrar la vida a vivirla. A fin de cuentas, la literatura es un modo de volver a vivir el presente: “Lo memorable no es el gesto aburrido de sentarme a escribirlos: sólo los justifica el porvenir”.
El porvenir de Ricardo Piglia será verdadero y literario, como el destino de quien anda preguntándose cómo se convierte alguien en escritor. El autor de Blanco nocturno, hablando de Faulkner, llegó a decir que “la literatura se construye con las ruinas de la realidad”, avanzando que debemos entender una novela como un documento propio de lo creíble, con certificado de falso y verdadero.
Por eso su escritura es impermeable al tópico, porque ni siquiera el argumento criminal de Blanco nocturno puede reducirse al género negro. “Las novelas policiales resuelven con elegancia o con brutalidad los crímenes para que los lectores se queden tranquilos”, explica el narrador al final de un libro que se salta todas las normas propias de la novela policíaca. Piglia prefería lecturas problemáticas para lectores alterados.
Por las páginas que recuerdan su vida aparecen sus amigos Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Juan José Saer, Daniel Moyano, David Viñas, entre otros, con los que discute de adolescente sobre Perón, Vietnam y el papel de la literatura ante las alteraciones políticas. También recuerda los diarios de Cesare Pavese en el descubrimiento de la intimidad de la vida aparentemente épica de un escritor, con sus estrecheces económicas, su entrega, sus amigos, novias y borracheras. Y Mar de Plata de fondo.
Junto a César Aira y Roberto Bolaño, Piglia pasará a la historia como salvador de la narrativa en castellano a la deriva. Pero a diferencia de ellos, para el autor de El último lector y profesor en Princeton (EEUU) durante 15 años, toda gran literatura es política. Porque la literatura permite discutir cuestiones políticas y la realidad tiene estructura de melodrama.
Pero la poética creada por Piglia - “cierto silencio debe estar en el texto y sostener la tensión de la intriga”- le permite jugar sin pancartas, a pesar de creer que “la política ocupa el lugar del destino” (escribe en el libro de cuentos La invasión). Si la lectura y la escritura comparten silencio y oscuridad, el viaje de Piglia le hizo inmortal.