Nadie conoce el origen exacto del Manneken Pis, la famosa estatuilla de un niño orinando en la pila de una fuente que se ubica en la esquina de la Rue de l’Etuve con la Rue du Chêne, en el corazón del casco histórico de Bruselas. La leyenda habla de un muchacho llamado Juliaanske que, en el siglo XIV, evitó el sometimiento de la ciudad haciendo pis sobre la mecha de una carga explosiva que pretendía volar por los aires las murallas medievales durante un asedio. Otras versiones incluyen niños meando sobre tropas enemigas, niños extraviados y encontrados e incluso niños convertidos en piedra por una bruja. Esta última no parece muy probable.
La estatua original, esculpida en piedra, data al menos del propio siglo XIV —la primera referencia a la misma en los archivos de la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula es del año 1388—, pero fue robada algún tiempo después. En el año 1619 ocupó su lugar una réplica construida en bronce por el escultor Jérôme Duquesnoy y, aunque logró sobrevivir a alguna guerra y al paso de los siglos, de nuevo fue sustraída en 1960. Se sustituyó entonces por la copia que actualmente corona la fuente, tomándose la decisión de que la figura del siglo XVII, una vez fue recuperada, se conservase en el Musée de la Ville (Museo de la Ciudad), que se halla en el edificio denominado Maison du Roi (Casa del Rey) en la bellísima Grand Place de Bruselas.
Y allí es donde, hasta hoy, se podían visitar tanto la estatuilla original de bronce como los cientos de trajes que la han venido vistiendo en su fuente desde que en el año 1698 Maximiliano II Manuel de Baviera, gobernador de los entonces Países Bajos españoles, regalase a la villa de Bruselas una túnica para vestir al Manneken Pis. El ejemplo cundió y se convirtió en tradición, llegando a acumularse en el Musée de la Ville más de mil trajes diferentes, de los cuales133 se exponen desde el pasado 5 de febrero en un nuevo museo íntegramente dedicado al armario de la criatura. No en vano su nombre es “La garde-robe de Manneken-Pis”: el guardarropa del Manneken Pis.
En sus vitrinas se podrán contemplar algunos de los atuendos más celebrados con los que se ha engalanado históricamente la estatuilla, a la que se viste con un traje nuevo aproximadamente unas veinte veces al año. Algunos son vestidos regionales de diferentes zonas del mundo, otros son disfraces de personajes de ficción como Obélix el galo, otros son prendas históricas, como la vestidura que el propio Luis XV donó para el Manneken Pis después de que sus soldados intentasen robarlo. También hay diseños de célebres modistos, equipaciones de clubes de fútbol y homenajes a diferentes profesiones que se han concretado en el Manneken Pis policía, el Manneken Pis médico o el Manneken Pis bombero. Les basta añadir un albañil y un vaquero y ya pueden homenajear también a los Village People.
El conservador del museo, Gonzague Pluvinage, explica que cada año reciben unas sesenta solicitudes de asociaciones y gobiernos pidiendo que la estatuilla se vista con sus trajes típicos
El conservador del museo, Gonzague Pluvinage, explica que cada año reciben unas sesenta solicitudes de asociaciones y gobiernos pidiendo que la estatuilla se vista con sus trajes típicos. Algo que aplaude la concejala de cultura de Bruselas, Karine Lalieux, quien entiende que cada vez que el Manneken Pis se pone un traje nuevo asume una nueva identidad, por lo que lo considera un símbolo del carácter hospitalario de la ciudad: “Esa es la imagen de Bruselas, una ciudad pluricultural, abierta y rebelde que acoge con gusto a cualquier tipo de persona”. Sólo faltaría, señora.
De hecho, la idea siempre ha consistido en tratar de dar visibilidad a todas las culturas que fuese posible. Así, entre muchos otros, el Manneken Pis se ha vestido de torero, de charro mexicano, de beduino, de gaucho argentino y de casteller. Un simbolismo idílico en cuanto a su planteamiento que, sin embargo, ha chirriado en el momento en el que Pluvinage se ha puesto a explicar que, a pesar de todo, existe un veto para los ropajes con motivos políticos o religiosos. Un dato que ha apoyado con la afirmación de que el Manneken Pis es “el símbolo de toda la población de Bruselas y su diversidad, y tiene que seguir siéndolo”. Toma multiculturalismo a la carta.
La declaración ha pasado por la inauguración del museo-ropero sin pena ni gloria, pero tal vez sea lo más significativo de todo el asunto. Para que Bruselas siga siendo símbolo de diversidad, su principal icono, que tiene más trajes que Tino Casal, rechaza todo lo que tenga que ver con la política o la religión. O dicho de otro modo, se considera que la imagen aperturista de la ciudad se vería amenazada si se mostrasen alegremente vestimentas relacionadas con diferentes religiones o ideologías políticas, fuesen estas todo lo democráticas que fuesen.
Es una idea retorcida. Que se note que “acogemos con gusto a cualquier tipo de persona”, pero no vistamos al crío de monje budista ni le pongamos una kipá porque el Manneken Pis es “el símbolo de toda la población de Bruselas y su diversidad” y se conoce que dar cabida con naturalidad a todas las opciones religiosas es mucho más perjudicial para esa diversidad que no dar cabida a ninguna. Por si acaso.
El Manneken Pis es una alegoría de la tolerancia “y tiene que seguir siéndolo”, y para que quede claro que en Bruselas caben todos, lo mejor es no representar a ninguno
El Manneken Pis es una alegoría de la tolerancia “y tiene que seguir siéndolo”, y para que quede claro que en Bruselas caben todos, lo mejor es no representar a ninguno. No se invoca la laicidad ni el carácter apolítico de la iniciativa. Se habla de preservación del pluralismo cultural. Ahora me entero de que la mejor forma de defender un ideal es esconderlo.
En el fondo no es más que una anécdota. Al fin y al cabo, se trata sencillamente de un museo dedicado a los trajes que un par de veces al mes le ponen a la estatuilla de marras. Pero no deja de ser una pequeña metáfora de la propia Bruselas y, por extensión, de todo Occidente. Que se note que aquí acogemos a todo el mundo. Que nadie dude de que somos gente abierta que apostamos por la heterogeneidad y la multiculturalidad. Pero si aquello que es diferente a lo nuestro nos hace dudar, la opción más sencilla siempre es mirar para otro lado. Con respecto a lo ajeno y con respecto a lo propio. Antes de correr el riesgo de que algunos se sientan menospreciados, lo mejor es no dar la cara por ninguno y cerrar la puerta por dentro. Porque conformarse con no fallar es más cómodo que intentar acertar. Aunque sea el colmo de la indolencia.