Lo mejor del polémico reclamo de Podemos pidiendo la retirada del espacio dedicado a la “misa” católica en TVE es que abre la puerta a la poco practicada crítica de la programación de la televisión pública. Pero una vez dispuestos a observar, criticar y evaluar qué contenidos actuales no deberían ser parte del programación de TVE, es muy difícil elegir como objetivo prioritario La santa misa (domingos, 10.30, La 2) y no el programa de Javier Cárdenas: Hora punta (lunes a viernes, 22.05, La 1). A menos que creamos que es cuestionable el estatuto de interés público para una misa católica un día a la semana, pero no para una misa de la estupidez cada día de la semana.
Emotividad y morbo
Aun habiéndome sometido a su visionado en repetidas ocasiones, no es fácil describir con precisión en qué consiste la esencia indigna y altamente repudiable de Hora punta. El formato al que responde sería el de “Magazín” y el despliegue de sus aproximados 45 minutos es al mismo tiempo lineal, amorfo y arbitrario. Su estructura es la mera yuxtaposición deshilada de contenidos con dos temáticas fundamentales: emotividad morbosa y pensamiento positivo.
En efecto, Hora punta consiste básicamente en la exposición de material emotivo o morboso de internet o del archivo de TVE en medio de un caótico ir y venir de invitados alrededor de una mesa presidida por Cárdenas con su inalienable sonrisa espeluznante. Los invitados son individuos semi famosos, o presuntamente talentosos: el enfermero madrileño sexy que fue noticia en la TV de Miami, los aspirantes por España a Eurovisión, ex jugadores de balonmano o waterpolo caídos y recuperados de la droga. O “expertos” (psicólogos, abogados, “investigadores”) que explican en (como mucho) dos minutos alguno de los vídeos de “curiosidades” que emite el programa: robos espectaculares, enfermedades monstruosas, cadenas solidarias en las redes sociales, escándalos televisivos, historias de superación o fenómenos paranormales.
Pero no se trata tampoco de Ripley o Fellini y el gusto ácido y retorcido por lo freak. Cárdenas es especialista en ostentar momentánea indignación moral o pena y emoción ante las imágenes (alternativamente morbosas o edificantes) que enseña. “Piel de gallina, tía, buah, qué emoción, tía”, es la frase más repetida por la 100 % positiva troupe de Cárdenas después de cada vídeo que presentan.
Durísimas imágenes de niños pobres hindúes con una enfermedad rara que les hace crecer hongos enormes con forma de caparazones en la espalda: “Buah, tía, qué tremendo vivir así, piel de gallina, tía”. El testimonio de amor de un síndrome de down: “Buah, tía, qué emoción, piel de gallina, eh, tía”. La primera actuación en blanco y negro de una vieja estrella de TVE invitada al programa: “Piel de gallina, tía, buah, qué recuerdos, pelos de punta, tía”.
Asertividad y estupidez
La esencia del combo amorfo en el que consiste Hora punta podría sintetizarse como “deshilada asertividad morbosa”. Aunque quizás una sola palabra menos rimbombante alcance para revelar el secreto del programa: estupidez. De hecho, el programa es una buena oportunidad para ver claro el escabroso vínculo entre ese mito dominante de nuestra época, la asertividad (el pensamiento positivo, lo “100% benéfico”, la falsa superación de todo conflicto o duda por la mera voluntad positiva) y la estupidez y la vileza humana.
Leyendo a Dostoievski en Los demonios desarrollar la (entonces, 1872, novedosa) conexión filosófica entre nihilismo, ingenuidad y estupidez, uno tiene la sensación de que Fiódor había visto el programa de Cárdenas:
“– Señores, yo he descifrado todo el secreto. ¡Todo el secreto de su efecto reside en su estupidez! –Le centellearon los ojos–. Sí, señores, si esa estupidez fuera intencionada, si fuera fingida, como resultado del cálculo, ¡ah, eso sería algo genial! Pero hay que ser completamente justo con ellos: no hay nada fingido. Se trata de la estupidez más elemental, más candorosa, más limitada…”
Gestión privada de la estupidez
¿Considerará TVE un servicio público universal la promoción de la estupidez asertiva, candorosa? ¿No considera suficiente la ración cotidiana de estupidez que proporcionan las cadenas privadas con toda su parafernalia de realities retorcidos, con sus mensajes ambiguos, con su morbo insano, con todos los monstruos hechos a sí mismos, 100 % benéficos, 100 % positivos que campan a sus anchas por los platós y son idolatrados por nuestra juventud mentalmente deforestada?
Sabemos que el resto de canales la consideran un buen negocio, y por eso se esmeran en dar la estupidez más decantada, espectacular y mejor producida. ¿Por qué debería ofrecerse también la estupidez como un servicio público? ¿Hace falta? En esto uno sí que tiende a pensar como esos ultra liberales dementes a los que les encantaría dejar la salud y la educación a merced del mercado: es mejor dejar la promoción de la estupidez en manos privadas que son mucho más eficaces.
El filósofo Gustavo Bueno, defendiendo venenosamente la telebasura dijo una vez: “Cada sociedad tiene la TV que se merece”. Por terrible que suene, es probable que tuviera razón. Pero la televisión pública debería ser un paliativo (y no la rúbrica) para ese terrible merecimiento: empezando por proteger a las minorías aún-no-del-todo-estúpidas de la proliferación imparable de misas de la estupidez.
“Buah, tía, lo que ha dicho, qué emoción, piel de gallina, tía, pelos como escarpias…”