Soy una persona mezquina. Fíjense si lo soy que cuando Charlize Theron decidió no volver a El Hormiguero, me cayó mejor de lo que ya me caía después de escucharla criticar el programa de Pablo Motos. Sí, soy así. Una persona interesada que valora y juzga a los demás en virtud del trato que recibe de ellos. Recuerdo una vez en la que invité a Pablo Motos a un programa que dirigía y presentaba en Radio Nacional de España. El programa siempre jugaba con la complicidad del invitado, les incitaba a jugar, a seguir la broma, eso que hacen con maestría los late night estadounidenses y que en España cuesta lo indecible conseguir. O sea, que el asistente al programa abandonase los lugares comunes de la promoción y se divirtiese con nosotros.
En tres años que duró el programa, de periodicidad semanal, solo tres personajes se negaron a jugar: Alfonso Arús, Risto Mejide y Pablo Motos. Lo de Risto forma parte de un personaje que le ha devorado y que le llevará a acabar como Norma Desmond, lo que significa que hasta le puedo pillar el punto. Lo de los otros dos presentadores, me sorprendió. Que alguien que se dedica a bromear con los invitados a su programa se niegue a seguirte el juego en el tuyo, aparte de un déficit profesional, siempre me pareció un dato muy significativo en lo que a ego se refiere. Por eso, y no por otra razón, me caen mal. Soy muy mala persona. Carezco de sentido del humor. Supongo que como Charlize Theron.
Que alguien que se dedica a bromear con los invitados a su programa se niegue a seguirte el juego en el tuyo, siempre me pareció un dato muy significativo en lo que a ego se refiere
Esos son los detalles cotidianos que me hacen poner el foco en un sujeto u otro. A mí Charlize me interesa más como persona que como personaje. Parto de mi prejuicio hacia la ostentación. Me llega a incomodar cuando los actores y actrices se ven abocados a convertir su trabajo en un alarde de virtuosismo físico para que la profesión les aplauda y les valore. Cuando engordan o se afean, o interpretan a enfermos llenos de tics y gestos, o cuando sus voces son un catálogo de modulaciones y tartamudeos. Confieso que, aunque me guste la interpretación, siempre siento que lo están haciendo para llevarse el foco, para que se valore su esfuerzo, no porque sientan un vínculo especial con la personalidad interpretada.
Recuerden a Christian Bale en El maquinista y La gran estafa americana. Imponerse retos interpretativos con la misma motivación que el tipo que se apunta a crossfit. Pereza. De hecho, creo que es más difícil emocionar haciendo de un señor o una señora corriente al que le suceden cosas tremendas (o no) que hacerlo representando a un autista o a un personaje con parálisis cerebral. Como ya he comentado, puede que mi estimación esté condicionada por mi prejuicio pero, teniendo en cuenta que puedo ser interesado, rencoroso y carecer de sentido del humor, lo que menos me importaría, llegados a ese punto, sería resultar prejuicioso.
Seguro que Charlize Theron no opina lo mismo porque su carrera nunca logró tanto reconocimiento como sucedió tras su interpretación en Monster, Oscar incluido, aunque tenga trabajos mejores. De hecho, ha vuelto a engordar quince kilos para interpretar a una de las protagonistas de Tully, la nueva película de Jason Reitman (Juno). Ignoro si buscando el mismo resultado. Yo, como he apuntado antes, me he vuelto bastante impermeable a la jactancia, aunque solo sea por simple pedagogía social, y más receptivo a los principios cotidianos. De ahí que aplauda antes a la Charlize que permitió que su hijo Jackson, de cuatro años, saliese a la calle vestido como la princesa Elsa de Frozen que a la que protagoniza Fast and Furious 8, aunque formar parte de esa película sea, a mi parecer prejuicioso, todo un ejercicio de sentido del humor. Ya sé que ambas acciones son perfectamente compatibles y una no anula a la otra pero les aseguro que si muchos actores y actrices encontrarían excusas y argumentos para justificar su presencia en semejante saga, no tantos buscarían razones para permitir que su hijo saliese a la calle vestido de princesa.
Por la misma razón aplaudo a la mujer que tras pasar por un programa de televisión que siente ridículo y donde se sintió ridícula (no ha sido la única, recuerden a Jesse Eisenberg; con Isabel Pantoja, sin embargo, fue extremadamente amable), evite tener que volver a someterse al show en nombre de la promoción. Una llamada urgente desde Los Angeles es una excusa tan buena como otra cualquiera. Yo hubiese sido capaz de fingir mi propia muerte. Sé que hay quien comenta que la verdadera razón tiene que ver con una supuesta enemistad con su compañero de reparto, Vin Diesel, pero déjenme que lo dude. Además, ¿quién quiere que la realidad le estropee una manía de años? En esas cosas, Charlize y yo sabemos que es mucho mejor dejarlas fluir, que broten, que salpiquen si tienen que hacerlo, porque, de lo contrario, se enquistan dentro y provocan ardores y pésimas digestiones. Aunque solo sea por ahorrar en omeprazol, me cae bien Charlize Theron.