La SGAE está en decadencia, pero mantiene una política del lujo cultural ajena a la regeneración pendiente. Los presidentes se suceden, uno tras otro, en la mayor entidad de gestión de derechos de autor de este país y nada cambia, pero qué reformas necesita hacer con urgencia la institución sin ánimo de lucro que se apropia de los derechos pendientes de identificar prescritos. En 2016 se embolsará 16 millones de euros en concepto de derechos no reclamados por sus creadores.
Desde que la Guardia Civil entrara en el Palacio Longoria y arrestara a Teddy Bautista, la SGAE mantiene su rumbo sin rectificar. Ha vendido propiedades y teatros para tratar de taponar la herida, pero Ainara LeGardon y David García Aristegui analizan por qué es un modelo muerto. En el ensayo SGAE: el monopolio en decadencia (Consonni) desvelan el déficit del respeto hacia el autor, por parte de la sociedad como por la propia SGAE. Y algo más: la negligencia del autor para defender sus derechos, para hacerse respetar.
¿El título del libro es un deseo o una realidad?
Es una realidad, porque hay movimientos de los autores que hace muchos años no se veían. La primera vez que se rompió el monopolio fue cuando Mariano Rajoy, como ministro de Educación, Cultura y Deporte, concedió a DAMA, en 1999, la licencia para actuar. Esto se interpretó como un “castigo” por su excesiva proximidad al PSOE. A las ocho entidades que existen se acaba de sumar EKKI (Euskal Kulturgileen Kideoga), muy vinculada al nacionalismo vasco.
¿Por qué está en decadencia?
Por su propio modelo y porque está fuera de juego. Es un modelo opaco, más secreto que la fórmula de la Coca-Cola. Un reparto secreto y sospechoso y anacrónico. Se mire por donde se mire, el modelo de recaudar primero y repartir después debe cambiar. Sobre todo porque genera millones y millones de euros sin identificar, que prescriben a los cinco años y se los queda la SGAE. Esta llegó a contener más de 100 millones de euros.
¿Pero es posible una SGAE sin voracidad recaudatoria?
Es importante recaudar únicamente por las obras identificadas. Recaudar por el uso efectivo de las obras y si no, hacer descuentos. Este modelo debe desaparecer: la SGAE debe recaudar menos y recaudar mejor. José Miguel Fernández Sastrón no está de acuerdo, porque asegura que la SGAE debe ser recaudadora y que por eso nunca caerán bien a la gente. Mientras, la popularidad de la SGAE no puede ser peor. En estos dos años de trabajo en el libro, los miembros con los que hemos hablado nos dicen que la SGAE deben refundarse. Fue una oportunidad perdida con la presidencia de Antón Reixa. No sé si pueden recuperar su imagen, pero viven en el siglo pasado.
¿Los creadores no están bien representados por la SGAE?
EL funcionamiento de la SGAE es demencial. La “A” [los Autores] debe desaparecer de ahí. Los autores deben marcharse, porque los editores tienen el poder en las asambleas, a pesar de que los autores son mayoritarios. Además, la participación de autores en las asambleas es muy baja. Hay editores que tienen poder sobre miles de votos y son determinantes en las decisiones. No es un socio, un voto. La presencia de los editores distorsiona la política de la SGAE. Los editores no deberían tener presencia en los órganos de gobierno, no deberían tener voz ni voto en los repartos. El conflicto de interés es evidente: son entes que explotan el trabajo de los autores (el 50% de los derechos) y por eso no pueden estar en el reparto. No pueden decidir cómo se reparten los derechos, simplemente beneficiarse de los contratos que firman con los autores.
Los editores salen peor parados en el libro que la propia SGAE, que ya es decir.
Sí. Somos muy críticos con ellos por el papel que juegan en la gestión colectiva. Los editores son los grandes desconocidos de la industria musical y son los explotadores de los autores. Con todos los avances tecnológicos que hay dudamos que las editoriales tengan hoy algún sentido. En realidad, las editoriales son intermediarios que se dedican a acumular repertorio para especular con él. Los músicos no necesitan una editorial.
¿Es posible reformar la SGAE?
A la SGAE hay que fiscalizarla, como al resto de las entidades de gestión. De esa manera nos evitaremos multas millonarias que repercuten en los beneficios de los autores. Necesitamos que las instituciones tengan más intervención en el control de las entidades. Por otro lado, la dejación de los autores en la gestión de sus derechos es insostenible. Las instituciones deben dar un paso adelante y los trabajadores culturales y creadores también, porque ningún tribunal europeo corregirá sus problemas.
Entonces, ¿a qué se dedica la SGAE?
Cuando se ve la memoria de la SGAE hace muchas cosas buenas: se paran desahucios de autores sin recursos, también da ayudas a creadores mayores. No hay que demonizar a la SGAE. Pero es un monstruo tan grande, y con una red clientelar tan amplia, que es un Coloso con pies de barro. El gasto en dietas, por ejemplo, es escandaloso. Debería repartir mejor, no quedarse un dinero que no es suyo y preocuparse más por el papel que juega a nivel social.
¿La mala imagen de la SGAE perjudica a la cultura?
No ayuda en nada, pero estoy convencido que en este país hay que pedir perdón por querer vivir del arte. No sólo la derecha, las críticas también vienen por la izquierda: todos miran con suspicacia a la cultura.
¿Cuál es el futuro de la SGAE?
Los autores deben tomar conciencia de que nadie les va a solucionar sus problemas. Los autores deberían acudir a las asambleas habiéndose estudiado las cuentas. Mientras los músicos sigan delegando en la SGAE no habrá solución. Ya está bien de delegar. Los autores deben plantear alternativas.
En el libro queda patente que más que la mala práctica de la SGAE, hay un problema de pasotismo del artista.
Hay que hacer autocrítica fuerte: los autores han hecho dejación histórica de sus derechos. Ahora se están dando los primeros pasos de los músicos en la toma de decisión de sus derechos. Los autores deben reflexionar qué cambios quieren en la entidad de gestión y plantear candidaturas alternativas a los oligopolios de los autores beneficiados por el reparto, que pasan el rodillo por el absentismo de los autores en las asambleas.
¿Por qué el músico ha renunciado a defenderse?
El músico no es un pasota por naturaleza. En los ochenta vivimos la cultura del pelotazo ahora vemos las consecuencias de las políticas neoliberales. En España, los músicos y la industria sólo plantean el todo o nada: dar un pelotazo y llenar grandes estadios. Si no, para casa. Y si puedes morir de sobredosis a los 27, mejor. Pero la música es otra cosa, la música es un trabajo, no es un hobby. Los músicos no son una casta, son trabajadores y deben empezar a agruparse para reivindicar sus derechos. Necesitamos músicos con carreras largas y para ello es imprescindible reivindicar las salas pequeñas, medianas.
¿Cantan contra la indiferencia y la confirman?
¿Queremos una cultura sostenida por amateurs o una industria de condiciones dignas? Los artistas no tienen por qué sufrir, a pesar del imaginario arraigado. El arte es un trabajo más, con peculiaridades, la cultura sigue siendo algo ordinario y hay que defender sus derechos. Siempre va a haber arte, pero no hay que pedir que las personas que lo hagan lo hagan en condiciones heroicas. ¿Cuántos intérpretes viven de su trabajo? Muy pocos. Hay que mejorar las condiciones en las que se produce la creación, porque si no se expulsa a la clase trabajadora de la carrera artística. Si no, sólo podrán ejecutarla quienes tengan mucho dinero. Tenemos que acabar con el ambiente hostil contra la clase trabajadora en la cultura. Sólo personas con un gran colchón social puede ejercer la cultura.