A Dalí le ha salido una hija en la solapa -la pitonisa Pilar Abel- y una juez madrileña ha ordenado exhumar su cadáver para ver qué tiene que decir la biología en todo esto: la grada anda inquieta aguardando las últimas declaraciones del genio, que lleva desde 1989 riéndose de la mortalidad en un féretro de pino rematado con una cruz hipercúbica, como en su Crucifixión de 1954, porque él era muy autorreferencial, hasta para torcer la cabeza. Ya será pellejo y hueso, Salvador, o tal vez menos, qué importa: la justicia nuestra que nada tenía que ver con su mundo -que era otro, o una capa más honda de éste- insta a molestar al artista para que rinda cuentas a su descendencia, si es que alguna vez la tuvo.
Un último sobresalto para el hombre que murió de una parada cardíaca escuchando Tristán e Isolda, de Wagner, su disco favorito, porque hasta para despedirse de la tierra hay que valer. ¿Qué pensaría el genio, tan quisquilloso, de todo este zafarrancho, si aún pudiese poner orden con su bastón curvo? En Iluminaciones y anécdotas (Plataforma Editorial) -un rosario de sus pensamientos sobre pintura, religión, amor y vida-, Dali lo deja claro. "No tenemos hijos. Y no me arrepiento. No me interesa que haya seres que lleven mi apellido. No quiero transmitir a Dalí. Quiero que todo acabe conmigo", confiesa.
No tenemos hijos. Y no me arrepiento. No me interesa que haya seres que lleven mi apellido. No quiero transmitir a Dalí. Quiero que todo acabe conmigo
Si fuese cierto que al final Dalí fecundó, al vástago le quedarían pocas palabras de amor. "Los hijos de los genios son unos idiotas. Esas criaturas infértiles nos deshonran y ostentan nuestro apellido sin haber comprendido quiénes fuimos", alicató. Aseguraba Dalí que los niños le gustaban "sólo a partir del momento en que se vuelven erotizables, es decir, cuando comienzan a ser bellos". "Me parecen horrendos y angustiosos los recién nacidos, y los niños de corta edad, con su cuerpo diminuto y su cabezón. Hacen pensar, a la vez, en el embrión que fueron y los ancianos que serán, y lo que evoca el origen o el final me produce siempre un malestar insoportable".
El narcisismo mató al padrazo
No era muy padrazo, no, o al menos no dilató el instinto. El narcisismo del que hacía gala sin pudores mató esa generosidad que se espera del padre; ese empezar a vivir -también- para otro; ese dejar de menear la pelusa del ombligo. Lo dice él mismo. Por no compartir, no quiere ceder ni sus genes. Se prefiere monolítico. "En los niños se advierte una suerte de inteligencia perfectamente monstruosa y aberrante. Me gustan los idiotas talluditos, pero me perturba prodigiosamente tener que soportar el espectáculo de esos pedazos de carne sana y que no debiera serlo".
También explicaba Dalí, muy sereno y sin rastro de coña, que no le gustaban los animales ni los niños "porque se mueven, y el movimiento me produce ansiedad": "Si los animales al menos se estuvieran quietos. A lo sumo, podría tolerar algún que otro lenguado, chato como un sobre, dispuesto sobre la alfombra como un motivo persa. Pero aun así me estorbarían las palpitaciones de su agonía. Mejor que sean artificiales".
Las personas dedicadas al amor físico son incapaces de hacer nada: el semen les sirve de modo de expresión en cualquier circunstancia
Su relación con el erotismo era complicada. Se gustaba más asexuado, para poder concentrar toda su potencia en la creación. "Las obsesiones sexuales son el fundamento de la creación artística. El cúmulo de insatisfacciones desemboca en un proceso llamado sublimación por Freud. Todo lo que escapa a la lógica erótica acaba sublimándose en la obra de arte. Las personas dedicadas al amor físico son incapaces de hacer nada: el semen les sirve de modo de expresión en cualquier circunstancia", lanzó.
Reservar el semen
Se reservaba, se contenía, no fuese a gastar ese talento líquido que, a sus ojos, era la magia seminal. Creía que el esperma contenía "virtudes evangélicas" porque era el depósito de los seres no concebidos. "El divino Dalí, cuando por casualidad se le escapa una gota, inmediatamente reclama el pago de una cantidad importante mediante talón, para que su eventual pérdida pueda ser rápidamente subsanada".
Todos los genios somos más o menos impotentes, comenzando por mí mismo. Entre todos los impotentes, Miguel Ángel era el más enfermo
Esperma y oro, como un traje de luces alucinógeno de esos que dibujó. No le daba vergüenza airear su capacidad eréctil, porque la consideraba lo opuesto al lienzo. "Todos los genios somos más o menos impotentes, comenzando por mí mismo. Entre todos los impotentes, Miguel Ángel era el más enfermo. Si viviera hoy sería un pintor radical-socialista". Y alegría.