Walt Disney inauguró Disneyland (California) cuatro años antes de que Hugh Hefner creara la Mansión Playboy (Chicago). El primero era un parque temático para niños, el segundo para sus padres. En las 32 habitaciones (y la piscina) del primer palacio del sexo vio la luz una de las mayores revoluciones culturales del mundo después de la Segunda Guerra Mundial: la liberarización del placer.
Así como Disney logró hacer de la infancia un producto imbatible, aquel estudiante de psicología -que hizo su primer periódico con nueve años- lo hizo con el sexo. Hugh, como Walt, reventó la caja con un negocio multimillonario. En este caso con un producto que pasó de ser el más perseguido al más deseado. Playboy sustituyó el puritanismo represivo y el control y penalización del sexo sin reproducción por una masturbación a escala global.
En la mansión del calentón las chicas con orejas de conejo y esponjosa colita vivían en la cuarta planta, una cárcel en la que compartían dormitorios y aseos. Pero Hefner había creado la utopía en la que el hombre casado volvía a la soltería soñada y escapaba, por unos minutos, del tedio de la monogamia, visitando un circo íntimo y sexual. Una casa multimedia como un Gran Hermano o un Supervivientes del vale todo.
Desde la cama
Sí (también) inventó la telerrealidad con un lema: “La fuerza civilizadora importante en el mundo no es la religión, es el sexo”. En definitiva, una paja liberal que atinó con un mercado sin explotar y un mito que descubría que los mejores negocios podían hacerse desde una cama (redonda). ¿Cómo definiría el sueño americano?, le preguntaron una vez. “Está relacionado con la libertad personal, la libertad económica y la libertad política”, respondió.
Hefner se presentaba ante el mundo en camisa florida y melena hawayana, media sonrisa de Popeye y una chequera inflada con las compras de un nuevo consumidor. “La explosión de la natalidad de la posguerra había formado un bloque de 10 millones de jóvenes consumidores que, gracias a la educación y a la prosperidad económica de las clases medias americanas, se perfilaba como un objeto mercantil sin precedentes. El chico adolescente blanco y heterosexual era el centro de un nuevo mercado cultural”, escribe Beatriz Preciado en su ensayo Pornotopía, finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2010.
Hefner reunía a todo el mundo ahí. En su cama. Ahí recibía, comía, se reunía… y levantaba la leyenda de un follador empedernido. Su batín con zapatillas era su uniforme de trabajo. Porque se llevaba el curro a casa y mandaba un aviso a los trabajadores del futuro, incapaces de desligar vida íntima, jornada laboral y consumo. “Los asuntos comerciales de la empresa nunca me interesaron, siempre y cuando tuviéramos el dinero para hacer las cosas que quería hacer. Para mí, la revista siempre fue el corazón de mi vida”, reconoció en una entrevista.
El ideal del éxito
Si hay un ideal de emprendedor ese es el creador de Playboy, que se mostraba como un fuerte creyente en la felicidad y la realización personal a pesar de su rígida educación ultraconservadora. Creció en una casa republicana, pero él se reconocía ya, en los años treinta, como fiel demócrata. Su lectura de Orwell le ayudó a rebelarse contra la opresión de la libertad sexual y los sistemas autoritarios y a entender que la Guerra Fría y el miedo al holocausto nuclear fueron usados para recrear un clima político muy conservador.
Por eso se sentía un enemigo de su propio pueblo, porque tuvo que luchar contra todo y representar el papel del hombre hecho a sí mismo. Por si fuera poco, cuando funda la revista, dirigida a la generación de hombres jóvenes de posguerra, estaba sin blanca. Literalmente. Y como toda epopeya del emprendedor de éxito, su empresa inició con un préstamo de 600 dólares a un banco local. Puso los muebles de su casa como garantía y le dieron otros 400 dólares. Sableó a amigos y familiares (al más puro estilo crowdfunding) y reunió una inversión total de 8.000 dólares. Con eso creó el imperio Playboy.
“La filosofía Playboy está muy, muy conectada con el sueño americano. Es la filosofía política de la libertad personal y económica, con el énfasis en el individuo. Somos dueños de nuestras mentes y nuestros cuerpos, y cualquier cosa que limite eso, ya sea la Iglesia o el Estado, es impropio de la sociedad que los EEUU debe ser”, explicaba en otra entrevista.
Contra todos, contra el FBI
Lo que más dolió de la revista es que colocó al sexo en el bando de los aliados. Por primera vez no era el enemigo. Porque, en realidad, el enemigo era él: apoyaba y donaba fondos a causas demócratas en plena era Nixon. Estaba en la lista negra y no se lo iban a poner fácil. El FBI le vigiló entre 1955 y 1980. Le culpaban de instigar una campaña contra la Oficina y, sobre todo, contra su director, Edgar Hoover, que estaba obsesionado con los chistes que aparecían sobre él en la revista. Por si fuera poco, creía que la guerra en Vietnam era inmoral.
En el expediente Hefner de la agencia de inteligencia se encuentra su detención por “venta de literatura obscena”, en 1963, por publicar las fotos de Jane Mansfield desnuda. También se incluían entrevistas con otros subversivos “recalcitrantes”, que Hefner hizo a Martin Luther King Jr, Art Buchwald, Melvin Belli, Fidel Castro, Jim Garrison y Eldridge Cleaver. Cuando se enteró de la investigación, Hefner dijo que sabía que alguien compraba Playboy por algo más que las fotos de las mujeres desnudas.
También trataron de morderle donde más daño podían hacerle: la distribución de la revista. A pesar de todas las peleas y litigios que le abrieron, Hefner siempre salió indemne, fortaleciendo todavía más su imagen de héroe de las libertades ante un Estado represor. Fue acusado de distribuir cocaína, pero no lograron implicarle en ningún delito.
La revista llegó a la cima de su popularidad a principios de los setenta, con una circulación de 7 millones de ejemplares. Su fortuna entonces se disparó hasta los 200 millones de dólares. Se compró un avión negro con el símbolo de la cabeza de conejo en la cola de la nave. Y la Harvard Business School estudió su fórmula del éxito. En 1988 le cede a su hija Christie las riendas de la revista.
Hefner animó a abandonar los años más retrógrados de los EEUU con una gran masturbación, que trajo resaca: la libertad de los sesenta y setenta acabó asfixiada en los ochenta, cuando cambiaron el miedo a un holocausto nuclear por el SIDA. Politizaron la enfermedad y la agenda conservadora volvió a imponerse. Reagan interrumpió el coito liberal de Hefner.