El miedo mueve el mundo. A él le debemos la mayor parte de las revoluciones que estallan contra el sometimiento. El miedo amenaza e indigna, el miedo bloquea e irrita, el miedo intimida y exalta. El miedo silencia la violencia y oculta a los cómplices del silencio. El miedo es el Producto Interior Bruto del totalitarismo ejecutado por los superiores. ELLOS. Suyo es el poder -el dinero- y de ellos depende el lustre de las esperanzas de quienes no lo tienen. ELLOS tienen un buen rabo, son un buen soldado y siempre lo serán, parafraseando la fantástica canción de Francisca Valenzuela.
El miedo es el origen de toda esperanza, de todo levantamiento contra ellos. Y ahí es donde estamos, en la última parada del miedo antes de cambiar al vagón de la esperanza. No es una casualidad, no es una puñetera moda, ni es una tendencia de mierda.
El estallido ha tenido su origen en el buen periodismo, que se ha levantado contra la lesión sistematizada e industrializada de una parte de la sociedad. Debemos a Ronan Farrow el empeño en aguarle la fiesta a los acosadores y a los abusadores, que vivían en cómodos plazos en una conciencia muda. El hijo de Woody Allen y de Mia Farrow es uno de los periodistas que ha destapado las denuncias contra el poder depredador de Harvey Weisntein, en The New Yorker. Él ha sido uno de los artífices en librar del bozal que mantenía a raya a las actrices y actores acosadas y abusadas, un sector con indudable representación pública que terminará por liberar del yugo a otros ámbitos. Atentos a la universidad española.
La garantía del silencio
¿Qué ha ocurrido para que los súbditos del poder, cómplices de la calaña magreadora, den un paso adelante para cerrar filas contra quienes se han atrevido a poner fin a la impunidad de los superiores? ¿Por qué se tambalea el establishment cinematográfico español ante el tsunami que ha puesto patas arriba a Hollywood?
Que un director del Festival de Cine de San Sebastián durante once años trate de ridiculizar en una columna de opinión a todas esas personas que se han visto, al fin, reconocidas por la sociedad, para señalar con nombre y apellidos a los depredadores y acabar con la cultura de la violación, es la mejor señal de la revolución que se llevará por delante a quienes han sometido la integridad de las mujeres con la garantía del silencio.
Sillones sin mujeres
Han dormido a pierna suelta gracias al confort del consenso del establishment cinematográfico, marcado por los superiores. ELLOS. El techo de cristal ha permitido que la cultura del silencio se imponga con el exterminio del conflicto y de las personas conflictivas. La mujer no tiene presencia en ningún puesto de decisión, no hay sillones sin hombres en las cúpulas del mundo de la cultura y hasta el momento la desigualdad ha costado hacerla entender como una enfermedad.
La autoridad -los superiores- se han librado de la curación. La autoridad -el dinero- se ha impuesto sin recelo para satisfacer sus deseos -sexuales- gracias al miedo. Es un arma de destrucción masiva que manda callar, que obliga a tragar, que exige sumisión. Gracias al miedo se montan revoluciones, se escriben constituciones, se levanta la indignación que reforma las conductas envenenadas de los gobiernos. Con miedo se llega a la esperanza de hacerlo cambiar de lado. Ahora ELLOS, los que no temían, los que más miedo daban, son los que más miedo tienen.