José Luis Perales es la tercera vía; un relieve posible más allá del canallita urbano de Sabina y el galán promiscuo de Julio Iglesias. Miren que estaba a huevo en los tiempos en los que empezó a despuntar, pero no se enganchó jamás a la bravuconería burda de las películas del destape, no se hizo el gracioso, el libertino ni el deseado; no celebró la democracia a camisa abierta, jugándose unos cartoncillos y acariciando un pezón cercano. Qué barítono, qué traje gris con pelusilla, qué mitin tierno: por fin un cantautor perpetuo que no hace micrófono de su falo.
Lo mismo le escribe un disco a la viuda de España -aquella Isabel Pantoja que lloraba a Paquirri- que ejerce de antídoto contra el machito cabrío, el marido rebotado por el escarceo de su esposa. A Perales le habita una señora, o, dicho de otra manera, conoce las texturas de la mujer por dentro, mientras otros de sus colegas cantautores empiezan a componer a ras de carne. Por algo es el hispano más versionado del mundo, y habiendo nacido en Cuenca, que tampoco es fácil. Ahora publica ‘La hija del Alfarero’ (Plaza&Janés), una historia sobre la dignidad rural y, de nuevo, los sueños de libertad y sus precios.
Casi sopla 73 y resiste en la moderación: Perales es esa España que no quiso trasnochar, drogarse ni ser maldita, que no hizo el amor en portales ni echó el teléfono abajo a las tres de la mañana. Perales es ese país de sofá, café, mano en la rodilla y libro que también nos queda en alguna parte.
Francisca, la protagonista de mi novela, es una feminista de la Posguerra. Era la segunda mitad del siglo XX, un momento en el que la gente en el pueblo está cerrada a toda influencia exterior. Están en su mundo. Y ahí empieza el tema de la emigración: se iban las chicas “a servir”, que decían, y volvían el día de la fiesta con sus vestidos nuevos, tan guapas, tan maquilladas… y la pobre Francisca quiere ser eso, y por eso se va, huye, da el portazo. Pero la vida la castiga. Paga carísima la libertad, pero ella la ha elegido. Su madre sufre y asume, además, el papel de sufridora. Las madres en los pueblos eran las sufridoras de los hijos, del marido… Sí, es muy real. Esta novela es el pan nuestro de cada día de los pueblos de esa generación. ¿Cómo ha cambiado, me preguntas? Pues ha cambiado todo, el modo de vida y el medio de vida, hasta el trabajo tan duro del campo: la azada, la hoz. Ahora da alegría casi de verlos, en esa cabina con aire acondicionado, con música estéreo, qué maravilla.
Me preguntas si han desaparecido los prejuicios de los pueblos hacia la madre soltera. Bueno, yo creo que aún queda algo de esa cosa, pero bueno, ya no tanto. Ni con los gays. La gente está madurando mucho, también gracias a los medios de comunicación, que están normalizando algo que parece que era un pecado, y no es más que una cuestión humana.
Yo tengo 73 años, casi, y muchas veces he visto a gente joven en mis conciertos. “Pero qué hacéis”, les digo, “si yo soy un viejo”. Esto en todas partes, ¿eh? En Latinoamérica también. Y me dicen “mira, es que no había viaje de mi padre en el que no llevásemos a Perales en el casette del coche, y forma parte de nuestra vida”. Yo siempre digo que soy un contante de historias, más que un cantante. Luego les pongo música y ya está, pero son cosas muy reales.
Recuerdas mi canción Tú, como yo. “Pero cuánto darías por volver a vivir ese tiempo una vez más, a fabricar aviones de papel o a esperar a tu novia en su portal...”. Sí. Hablaba de la infancia, de la adolescencia. Yo era un niño de pueblo, bastante travieso. Vivía en un mundo muy limitado pero muy mágico también, y eso que era de un pueblo de 100 habitantes, Castejón. Era un pueblo de labradores. Labradores, albañiles, herreros y yo. Yo iba a la escuela: había dos de niños y dos de niñas, las niñas separadas de los niños. ¡Vaya con el cura… ponía una valla…! Era muy férreo, nos separaba en las bancas. Era monaguillo, yo me bebía el vino del cura. A la escuela todos los niños llevábamos un trozo de leña para la estufa… nos daban la leche condensada de los americanos, lo que nos daban después de la guerra los americanos, ¿sabes? Leche en polvo, lo hacían en un bidón grande. Y queso amarillo en el recreo. Es algo remoto pero lo tengo muy grabado.
A los 14 me fui a estudiar a Sevilla porque mi padre pidió una beca, mi padre trabajaba en la Diputación, en cosas de la obra. Y yo venía de bañarme en las charcas con juncos, con ranas, con culebras, ¡te daba igual…, éramos felices! Luego estudié Electrónica. Me preguntas si tengo conciencia de clase. Te puedo decir que fui muy crítico con determinada clase en mis primeras canciones, llámese El amo y el mozo, Canción para un pastor, Cosas de Doña asunción… yo era muy crítico con la sociedad burguesa, con los señoritos. En el libro también hay algo de eso. Antes la línea roja entre los pobres y los ricos era muy marcada. Yo qué sé, yo recuerdo de ir por la calle y ver al señorito en su tumbona, en la puerta del Hacendado, en mitad de la calle, descansando, tomando el fresco, y tú ibas a hacer un recao’ a la tienda y prácticamente no podías pasar, porque el señorito no se retiraba. Todas esas cosas… han quedado ahí grabadas. Nunca he sido un cantautor protesta abanderado, pero, de alguna manera, sí lo he sido, ¿sabes? Lo he sido a mi manera, que es sin gritarlo.
¿Que qué lujo me doy ahora que nunca hubiese pensado que me iba a poder dar? Levantarme por la mañana y decir: ¿qué voy a hacer hoy? Iré a ver el huerto, el jardín. Ya me quedan poquitos años...
Yo nací en el 45, sí. Dices que viví 30 años con Franco (risas). Mira, no, con Franco vivió la Carmen Polo, yo para nada. Yo estaba interno en un colegio e iba a navidad en mi casa… así que la dictadura no me influyó demasiado, estaba en una burbuja. No nos enterábamos apenas, a mí por lo menos me pasó de largo todo aquello. Me gustaba la poesía, me gustaba leer, me gustaba el cine, escribía canciones… Evidentemente, había una ideología que estaba en los colegios y en todas partes, controlada por quien estaba controlada. Pero o yo era muy ingenuo, o no me di cuenta de que me manipulaban. De todos modos, mis canciones eran de amor, no molestaban.
En el colegio no notaba el franquismo. Luego es verdad que con el tiempo te das cuenta de que aquello de “las montañas nevadas, banderas al viento”, esas cosas tan triunfalistas, de Falange, que te enseñaban, y la Formación del espíritu nacional, que era una asignatura… yo me di cuenta de todo eso después. Para mí era una asignatura, una maría, además (risas).
¿Que cómo es para un cantautor convivir con la Movida Madrileña? Bueno, yo es que no lo viví, tampoco estaba mucho aquí entonces. Lo de la Movida… yo es que siempre he sido un lobo estepario, te advierto, siempre he ido a mi bola. Nunca me influyó La Movida, aunque sé que a mucha gente sí. A mí no me llamaba la atención y tampoco nadie me invitó. Nadie me dijo “pasa” (risas). A lo mejor si me lo hubieran dicho, lo habría dejado todo, como dice la canción.
Es verdad que el que se llamaba “cantautor” tenía que ser de izquierdas. En España, sí que parece que a los cantautores se nos ha obligado a ser de izquierdas. Y si no eras de izquierdas, eras de “otra cosa”. A mí la “otra cosa” no me explicó nadie qué era, espero que me lo explique alguien, a ver si me apunto, ¿sabes lo que te digo? Los que eran cantautores y se identificaban de alguna manera con una ideología, quedaban marcados en eso. Yo nunca me decanté hacia ninguna ideología, me centré en escribir, en comunicarme con la gente, y no le pregunté nunca a nadie a quién votaba ni me importó. A veces me sentía en tierra de nadie. Eso de “o estás conmigo, o estás contra mí”. Pero no era un juego, era mi forma de ser. Yo he cantado en sitios para todo tipo de gentes y todo tipo de ideologías, y nadie me ha preguntado de qué soy. “Eres muy conservador”, me han dicho alguna vez. Pues mira, dime qué es eso porque, si me convence, igual me apunto a eso.
Yo nunca fui muy político. He hecho en la vida lo que he querido, he cantado, he hecho feliz a la gente y he sido muy feliz con todo tipo de gente. He respetado siempre. También te digo que tampoco es un capricho que determinados cantautores sean de esa ideología de izquierdas, porque han padecido cosas en sus propias carnes… la guerra, sus historias. Como decía Serrat en una canción, “por mi pueblo no pasó ni la guerra”. En mi caso he vivido en una familia que no ha tenido grandes desastres ni grandes dolores de la guerra.
España se parece mitad a Joaquín Sabina, mitad a José Luis Perales. Son las dos Españas que seguirán estando siempre. Somos totalmente diferentes, pero fíjate qué curioso: yo fui una vez a ver a Sabina a Buenos Aires, al Teatro Gran Rex. Fui a verlo, porque me gusta mucho. Y cuando salió, salió tan cansado, el pobre, y estábamos en el camerino, y le dije: “Hay que ver, lo que daría yo por hacer esas letras tan bonitas que haces”. Y él me dijo: “Cuánto daría yo por hacer tus melodías”. Así que no somos tan diferentes… lo somos por las circunstancias, por el entorno, por las formas de vivir, pero hay algo ahí, algo común. Me parece que es una gran persona y un pensador. Y muy frágil, más de lo que parece, y muy buena gente. De hecho, creo que es demasiado bueno.
Dices que en el momento musical en el que coincidimos Joaquín y yo, en los setenta, estaba más premiada la rebeldía. Sí, y tiene lógica. En aquel momento, la rebeldía era justamente lo que necesitaba el país: el inconformismo. Ya habíamos pasado mucho tiempo de conformismo, con un dictador, con una historia…
Me mencionas Celos de mi guitarra y Tentación. Dices que el hombre de esas historias era un tipo intachable que no cedía a las pulsiones sexuales (risas). ¿Que qué me tienta más, el amor o el sexo? Pues mucho las dos cosas, pero una barbaridad. No sabes tú hasta qué punto, ya te contaría yo. Pero no quiero contártelo, porque eso es muy íntimo y yo soy muy tímido. Me tientan las dos cosas, pero, sobre todo, el respeto por la persona que tienes al lado. Tentación es una canción escrita a una mujer que me quería conquistar ya como fuera. Y yo se la escribí… y se la puse en un casette. Yo le decía “te inventaría un universo hoy si ella no fuera ya mi estrella; y te daría tiernamente amor si no le diera tanto a ella”.
Costaba, costaba rechazarla, porque era una pedazo de tía espectacular. Pero cuando le regalé ese casette con la canción Tentación, me dijo: “Si mi marido me hubiera dicho esto, jamás lo habría dejado”. Es una mujer que murió joven, hace unos pocos años. Me contestó eso: “Si mi marido hubiese sido así, jamás lo habría dejado”. Porque esta gente también valora que alguien le quiera tanto, tanto, tanto, que renuncie a todo lo demás.
No sé si soy ñoño, igual un poco sí, pero sobre todo soy respetuoso. Tiene que ver con la educación. Hay una canción que nunca grabé… no te lo puedo contar (ríe). Bueno, hay una canción en la que él se deja arrastrar… no puede soportar decir “no”. Y está sin grabar. Entonces le está pidiendo perdón a su mujer porque durante unos minutos se olvidó de ella y le fue infiel, que también puede pasar.
Siempre me dicen que en Y cómo es él el hombre español encaja bien la infidelidad. La infidelidad es algo que no se aguanta fácilmente. Es que justo esa canción no la escribí para mí, sino para Julio Iglesias. Si la hubiese escrito para mí habría sido diferente. Me costó mucho grabarla. Me acuerdo que un día yo venía del campo y cuando llegué a casa se la puse a mi mujer, y me dijo “no es que sea mala la canción, pero no te vería nunca en ese papel a ti”. Y yo le dije: “Por supuesto que no, tan bueno no iba a ser”. Eso de “ponte el paraguas por si llueve”… ¡venga ya, hombre, eso es masoquismo ya! Es que para Julio Iglesias sí iba bien, porque estaba con sus cosas de sentimientos, de “hey, no creas que te haces un favor cuando hablas a la gente de mi amor...”, esas cosas. Lo que pasó es que mi compañía se empeñó en que la grabara yo, porque era una gran canción y al final se ha convertido en la canción más famosa mía. Ahora, eso es triste: cada vez que la canto parece que me la ha escrito alguien a mí. Tengo que interpretarla, porque no la siento nada.
Yo sí creo que ahora se quiere lo mismo que antes. El amor no cambia, cambia la forma de exteriorizarlo, de llevarlo a cabo… pero el fondo es el mismo, el amor es el amor y ya está. Es verdad que cuando le escribí el disco a Isabel Pantoja, a la muerte de Paquirri, aquello era pura víscera. Era muy difícil hacer un disco bueno de Marinero de Luces, sin caer en el tópico. Yo hice un disco para ella y para sus circunstancias, para su momento, que decía que no quería volver a cantar más nunca, y no quería salir de su casa, de Cantora. Y de repente, yo le hice una canción. “Pensando en ti y en este amor que parte mi universo en dos...”. Y ella empezó a llorar y me dijo “quiero un disco entero, no quiero sólo una canción de este hombre”. Me acuerdo perfectamente, estábamos en casa de su mánager. Marinero de Luces lo llevé a mi terreno como si yo fuese el viudo de la persona que yo más quiero.