Cada vez me cuesta más sentirme acorralada en la era de la corrección. Me pregunto cómo ser real cuando la realidad está bajo control y todo lo que no sea un desfile de los ángeles de Victoria's Secret no merece la pena. El año en que nació lo cuqui y los tontos se multiplicaron, murió Terele Pávez. Un bajonazo para quien se atraganta con los mazapanes cínicos, hipócritas y salvapatrias.
A mí es que me pone la verdad, me asusta mucho más que la mentira. Ante ella estás jodida. Desarmada, superada, sometida. Joder, la verdad es antisistema. Es la primera víctima del Congreso de los diputados, antes y después del 15M. Y del 21D.
La verdad es una actriz que gira la cabeza, te clava los ojos y estás muerta. Pues así, Terele Pávez. Hacía la mentira mejor que nadie, porque era de verdad. Y cuando digo “mirada de tierra” me refiero a lo que se puede tocar, a lo que se hurga, a lo que agarra el estómago y lo retuerce, a lo que te acojona, pero también lo que protege.
En la tierra apenas hay ángeles. Sólo en la publicidad y en el cine que quiere ser un anuncio. Después de la que nos han liado todos estos años, de habernos desplumado, sabemos que la realidad es una patada. Y una putada. Así que mejor dos horas de Lexatín en Cinemascope y a disfrutar. Mejor dormir en los laureles un rato, mejor la asepsia que lo cura a uno de espanto.
El cine ha creado un canon tan irreal que parece cierto y por eso gusta tanto, porque no hay sensación más poderosa que la de descubrir al mentiroso y dejarle hacer. Reconforta.
Terele Pávez nunca fue un ángel de Victoria's Secret. Porque ella tenía la mirada de tierra, la que aparece cuando la verdad interrumpe el relato y devora lo políticamente modélico. Cuando asomaba Terele, se merendaba la ley del orden. Era pura libertad sin etiquetas: general Patton y Pocahontas, Cruela de Vil y Blancanieves.
Era nuestra vecina la verdad, la que nunca tiene buena cara. La verdad levanta sospechas, porque no esconde las arrugas. La verdad es ambigua; la mentira es nítida. Imagina a Blanca Suárez a un lado de la barra del bar y a Terele al otro. Ya lo entiendes.
El poder de Terele fue sembrar la sospecha y mostrar que las cosas no son tal y como nos las venden. Su presencia cortocircuiteaba el fanatismo de la realidad pinchada con botox. Ella acabó con los iconos y hundió los cánones, anuló la propaganda de la belleza y reivindicó el poder de lo jamás visto.
La puta realidad. La cruda verdad. No posó para Victoria's Secret, pero fue modelo de la perfecta humanidad. La que se resiste a las aspiraciones inverosímiles, a las mentiras construidas por unos pocos para todos, la que se ríe del canon que no representa a la sociedad que representa. La belleza de Terele Pávez es inalcanzable. Al menos, debe ser carísimo, porque no hay médico que te haga eso. Ya saben, ser santa soberana de tu independencia y pagar por ello. Eso sí que es caro.
No quiso ocultar los años ni las experiencias, no quiso claudicar ante la belleza de catálogo y los grandes directores se rindieron a sus pies porque era pura. Y de eso queda muy poco. Porque belleza de la otra hay para rato, pero nadie puede reemplazar a Terele.
El suyo era un rostro y un alma arañado, que descubría a quien se lo ha llorado y reído todo, el de una luchadora que ha educado a un hijo a solas. Un rostro y un alma de quien lo ha sido todo y no ha sido nada. O sea, una mujer en el cine español. Y de Hollywood. Una profesión mucho más jodida para ellas. Mucho más.
Terele vivía en sus papeles, el texto salía de ahí adentro, de donde no se recuerda. Sabía escuchar, sabía oír cada palabra oyéndola. No era un maniquí. No tenía gestos, sino emociones. No hermoseaba y se empujaba a la profundidad del ser del personaje. Lo iluminaba con lo que se cuela entre las líneas del texto, con lo que no está, lo que no se ve. Huyó de lo sabido y de su máscara.
Fue tan generosa que se la quitó. Fue tan honesta que se construyó una máscara para poder hacerla desaparecer. Porque ser honesta es un descanso. Y el resultado fue eso que llamamos la verdad. El conflicto. Por eso Terele Pávez era un peligro antisistema, por su transparencia.