Paz Padilla es como un cascabel hecho hembra subiendo y bajando por el patio de butacas del Capitol de Madrid: va feliz, flaca, enérgica, con el espíritu navideño en las pecas de los brazos y las costuras del vestido. Se ríe a carcajada limpia y lo natural es acompañarla, porque a pesar de tantos años en Madrid, lleva el azahar y la sal de Cádiz en las comisuras de los labios.
Es actriz, humorista militante y presentadora de Sálvame, en definitiva: se merienda lo que le echen, embiste como un miura en cada trabajo, aunque sepa que a veces ofrece al público "croquetas" y a veces "gambas". El 12 de enero vuelve a las tablas protagonizando la comedia 'Desatadas', un espectáculo de Félix Sabroso, donde vuelve a descojonarse del mundo con Natalie Pinot y Rocío Marín.
¿Que en qué se desata Paz Padilla? (Risas). Pues mira, yo me desato en las fiestas. Cuando estoy en el extranjero. Cuando no soy Paz Padilla. Cuando nadie me pide que sea Paz Padilla, ahí empiezo a ser yo. Ahí me desato en el sentido de cachondeo. Cuando estoy fuera y nadie me conoce, pues siempre estoy feliz y hago tonterías… mi niña, desde que era chica, decía “she’s not my mother” (risas). Y yo: “Sí, sí… ya te gustaría a ti”.
No sé si soy una de las mejores cómicas de este país, pero una de las pocas, sí. Siempre han pensado que las mujeres no hacemos gracia, y esto es así porque nos han educado para ser políticamente correctas. Nosotras también nos lo exigimos a nosotras mismas. Es decir, no toleramos que la de al lado saque los pies del tiesto y decimos “esta loca”, “esta majareta”… ¿sabes? En cuanto alguien se sale un poquito de lo convencional, se le ataca con eso de “está loca perdía”. Y socialmente, desde pequeñas: “Siéntate bien, pórtate bien, no digas eso, no hagas tonterías”.
A mí me han dicho “no hagas el payaso” toda la vida, lo que pasa es que mi madre, gracias a dios, era igual que yo. Pero sí me han reñido muchísimo, en el colegio o el hospital donde yo estuviese, porque no lo ven como algo que pueda ser una profesión. Incluso mi hija ahora ya lo ha aceptado, pero de chica era “mamá, por dios, pórtate como las madres”. Le daba vergüenza. Y ahora ya dice: “bueno, es que mi madre es artista”. Yo le digo: “Mira, Ana, estas tonterías que hago son las que te mantienen a ti y a mí, así que… ¿sabes? Vamos a callarnos y a relajarnos un poquito”.
Si la gente supiese que se puede vivir de esto y vivir muy bien, se lo tomarían como una posibilidad, pero la sociedad siempre separa. El hombre puede ser muy gracioso y muy simpático, pero la mujer no. De hecho, hay muy pocas mujeres… Y hay que aceptar que todo es mejor con humor. Mira, con lo seria que es la política, y el trabajo… no sé, si intentásemos incluir el humor en más partes de nuestra vida… porque esto es una capacidad, hija, un don. Los que nos dedicamos a esto somos gente especial, gente que tiene la capacidad de hacerte olvidar tus problemas, tus inseguridades, tus miedos, y te hacen sentarte y reírte y decir “ay, qué bocanada de aire”. No creo que haya nada en este mundo que te dé esa alegría y esa felicidad.
Yo he tenido muchos obstáculos como cómica, pero yo y todos mis compañeros. Lo hablaba antes con un productor de teatro: los monologuistas son los que más llenan el teatro, son los más rentables ahora mismo, y sin embargo no están reconocidos, aceptados ni están en la lista de los premiados, nunca. Ni siquiera entran en el baremo. En los Premios Max no hay ningún monologuista, porque se considera que no es de categoría, no es teatro. ¿Perdona? Somos los que mantenemos el teatro vivo. Y es muy difícil, porque es una persona ¡sola!, una persona que con su ingenio, su cuerpo y su voz consigue atraer durante una hora y media a los que están sentados. O sea, que en este país, como es España y es alegre, todo el mundo se considera humorista. Y no, perdona. Yo conozco mucha gente graciosa en su casa y en el bar, pero cuando se ponen delante de una cámara o se suben en un escenario, se les va el humor. Y lo he comprobado millones de veces. Infravaloramos al humorista. Las películas de comedia son como “mmm”. Hace poco he estado en una entrega de premios y todos los reconocimientos eran para las series de drama. Comedias como La que se avecina no son premiadas, y no sé por qué: lleva diez años en antena y es líder de audiencia. Es muy difícil crear esos guiones, para mí son geniales, son monstruos.
Y como mujer: me han llegado a decir dos cosas muy fuertes, que me llamaron mucho la atención. Yo hice una película sobre el acoso escolar, Cobardes, y en el estreno me dijo un productor de cine “esto sí es trabajo, no las tonterías que tú haces”. ¡Las pamplinas…! Es decir, si hacía cine dramático, eso era serio, lo otro es “tontería”. Fíjate la palabra, tía. Me sentó como un tiro. Y también un productor me dijo, cuando estaba empezando: “¿tu padre qué opina de que te dediques a esto?”. Digo: “¿perdona?”. Empecé hace 24 años. ¡Me preguntó que qué opinaba mi padre de que fuese humorista, como si fuese prostituta...! Como si me dedicara a estar con los hombres a cambio de dinero… ¡y yo soy humorista, me subo a un escenario, voy a hacer mi show y me voy a bajar!
Tampoco entendían, cuando estaba embarazada, que hiciese humor embarazada. ¿Perdona? Sí, eso a la sociedad le choca mucho. “Estás embarazada, ¿cómo vas a hacer eso?”. Claro, porque para hacer humor tienes que usar mucho tu cuerpo, reírte mucho de ti misma. Y claro, yo me río como mujer, me río de los hombres y también de las mujeres. En este país sólo gustan las cosas que son muy transgresoras: que te rías de la Iglesia, de la política, del sexo… y son temas muy conflictivos, pero es lo que hace gracia. Sin embargo, me dicen: “¿pero cómo te vas a reír de Rajoy, pero cómo te vas a reír de un cura?”. Por eso siempre me autocensuro.
Me preguntas si me he autocensurado. Pues sí, hija, siempre. Y últimamente los humoristas lo tenemos cada vez más difícil. Muchísimo. Pero el humor es eso. Hay que ver lo que le está pasando a Wyoming, a mi compañero… ¿perdona? ¡Es que es humor! Y para hacer humor tenemos que ser transgresores. Si no, ¿de qué hacemos humor, de que este sillón es rojo? No, tendré que darte una visión de la política y de Rajoy que a ti te puede ofender, ¡claro!, y como te ofende pues quieres callarlo. No podemos permitirlo. Tenemos que apoyarnos entre los humoristas para evitarlo. Hay más censura ahora que después de la posguerra. Los años del franquismo… ¡es que nos da miedo!
Yo, en Telecinco, en un programa súper súper súpercriticado nos miden con lupa, pero además lo proyectan y lo magnifican todo muchísimo. Y tú dices: pero perdona, si sólo le he gastado una broma de que tiene unas mechas. ¡Y parece que te estás metiendo con todas las peluqueras! “Es que insulta a las mujeres, a las peluqueras...”. Y sólo le he dicho que tiene unas mechas que parecen una autovía, la M-40. Es un ejemplo. O “vaya perro más feo”. ¡Estás insultando a los animales…! Y todo eso lo proyecta mucho las redes sociales. Es increíble. Estamos muy analizados.
A las actrices se las cuestiona por su físico, a las humoristas no, gracias a dios, por eso yo he podido ser fea. Pero sí es verdad, es algo que nunca me ha preocupado: por eso me choca que las actrices o las presentadoras tengan que ser monísimas. ¡A ver, que somos profesionales…! Me acuerdo de un productor que me dijo una vez: “Vas a estar en este programa guapísima”. Y le dije: “No me digas eso, dile que voy a hacer mi trabajo muy bien”. A mí lo que menos me importa es estar guapa: yo quiero hacer mi trabajo y que al público le guste. Esa etiqueta de “tienes que ser joven, guapa, súper operada”, porque ahora estamos todas con una obsesión por ser perfectas… pues gracias a dios, eso criticamos en esta obra. Hablamos de cómo proyectamos una imagen que no es real. Lo vamos a hacer con humor, pero estamos así.
Yo no he vivido casos fuertes de acoso, pero te puedo decir que no conozco a ninguna compañera que no lo haya vivido. Porque se ha creado ese debate y ahora lo hablamos. Y ¿qué pasa? Que vivimos en una sociedad machista, pero claro, hay cosas que tú dices: “¿Para qué voy a moverlo?”. Ese es el gran tema. “¿Qué voy a conseguir si denuncio, a dónde voy, qué hago…? Bueno, tampoco ha sido tan grave, tampoco ha sido una situación tan al límite”. No conozco a nadie, te digo, A NADIE, que un productor, un director o un compañero no les haya dicho algo. Porque somos mujeres. Vamos evolucionando, pero nos queda. Mira Marruecos, mira Latinoamérica. Son mis vecinos y ahí la mujer sigue como sigue. ¿Qué tenemos que hacer? No permitir que nos lo hagan. Si hay que hacerlo público, lo hacemos.
Me acuerdo de una proposición que me hicieron a mí: a mí me dijeron ¿vas mañana a la radio?, dije sí, y dice “te pago lo que te pagan mañana y tienes sexo conmigo”. ¿Perdona? “Voy con Luis del Olmo, no vas a poder pagármelo, cariño” (risas). Son cosas que bueno… el hombre las intenta, porque hay hombre machistas. Pero en todas las profesiones. Yo pienso en mi niña y digo: “Fíjate tú, mi niña, con lo guapa y lo mona que es, vivirá situaciones de estas...”. Ya no eres tú, es tu hija, tu madre, o tu novia, o tu mujer. Cuando alguien frivoliza con la violencia de género, le digo: puede que le toque a tu hija.
La tele es tiránica con la imagen, pero nosotras somos las más tiránicas. Yo si algo admiro de Mercedes Milá es que ella dice “tengo arrugas y es lo que hay”. ¿Quién la ha obligado a no tenerlas o a tenerlas? Yo creo que nadie te obliga. Eres tú la que crees que si no las tienes, vas a tener más trabajo. Y yo soy de las que pienso de que si tengo talento, va a dar igual que tenga arrugas o que tenga la cara estirá. Somos nosotras las que tenemos que luchar contra ese estereotipo. Yo a veces lo digo en el Sálvame y me critican: si a ti te hace feliz operarte, yo te respeto, pero yo te voy a decir que no te operes, cariño, porque la felicidad no te la da el no tener arrugas, y no estás aquí para tener arrugas o no tenerlas. ¡Si no trabajarían sólo niñas de 20 años, y en la tele hay de todo!
¿Que qué entretiene a la gente en España? Desconectar, olvidarse de sus problemas y ver las miserias de los demás. Lo tengo clarísimo. Nos gustan las miserias de los demás porque nos hacen sentir que nuestra vida no es tan miserable, o que “mira, esta está peor, está más gorda que yo, o es más fea que yo, o fíjate tú, es más guapa que yo pero le ponen los cuernos” (risas). Eso le gusta a la gente, por eso funcionan tanto los realitys. Ahí se ve que todos somos vulnerables, todos tenemos miedo, todos tenemos inseguridades. Por eso gusta tanto el Sálvame. El Sálvame existe porque ninguno somos perfectos y porque los temas que surgen son temas reales de la vida misma, ¡y son reales, porque son sus problemas, y eso le encanta a la gente…!
Tú ves ahora a Gustavo, el pobrecito mío… y ya no piensas en el dramón de él, sino en el de la mujer: “Fíjate, lleva 30 años casá y ahora éste lleva ocho años con la guapa...”. Y se ponen en la situación: ay, con cuatro hijos, ¡y anda que la jovencita, que se va con éste que ha dejado a la mujer con cuatro hijos…! Mires por donde mires, tu vida es mejor. O al menos estás apartado. Por eso gusta el programa de Bertín, porque dices: “Qué bonita la casa, pero fíjate, que te está contando que la madre era una borracha”. Uy, que era una borracha y la dejó sola… pero qué casa más preciosa… ¡para qué querrá la casa, prefiero la mía, con el salón lleno de mierda pero soy más feliz! (risas).
Hay esnobismo intelectual, como tú dices, respecto a programas como Sálvame u Hombres, mujeres y viceversa. Bueno, hay gente que tiene distintos gustos y hay que respetar los gustos de todo el mundo. Hay gente que disfruta con una literatura compleja y maravillosa y otra que prefiere una novela de entretenimiento o “las diez cosas para ser más felices”. Y ninguna de las dos cosas son mierda, pienso yo. Porque tiene que haber público para todo. Y con el Sálvame tú tienes algo, que es el mando a distancia: tú decides, no estás obligado. Cariño, pero tiene que haber oferta y demanda para todo el mundo. Todo es trabajo y todo tiene su esfuerzo y su dificultad. Y si tú eres incapaz de ver la dificultad que tiene hacer el Sálvame, cariño, no estás cualificado para juzgar el mundo de la tele.
Para mí una superproducción de una serie es muy difícil de rodar, no te digo yo que no: en vestuario, en atrezzo… pero también tiene dificultad La que se avecina, porque son actores que saben interpretar ese personaje pero también podrían interpretar otro muy diferente, y no por eso se puede decir que no sean buenos actores. Si piensas que no son buenos actores, es que no tienes criterios para evaluar su trabajo. Yo también entiendo que haya gente a la que no le guste Hombres, mujeres y viceversa, pero entiendo a los que les gusta. ¿Qué es lo que pienso yo, personalmente? Que a la gente hay que darle gambas para que coman gambas. Si podemos hacer gambas, yo soy partidaria de dar gambas. Pero entiendo que haya gente a la que le gusten las croquetas.
Tres momentos de mi vida que han conformado la mujer que yo soy hoy. Mi infancia… importante, la noche de Reyes. De dinero no estábamos bien y pasaban de largo, pero mi madre hacía que esa noche fuese mágica. Ella atrezzaba el salón y era una fiesta. Eso refleja un poco lo que era mi infancia. Nunca hemos añorado lo que no teníamos, porque mi madre hacía que nuestra vida fuese maravillosa, feliz y divertida. A nivel televisivo, para mí es muy importante Genio y figura y el Crónicas. Cada uno en su lado. Genio y figura porque me hizo ser humorista y entender que yo tengo aquí algo, y el Crónicas porque me hizo conocer mi faceta como actriz y presentadora. Ahí eternamente agradecida al Tomás Summers y al Sardá. Y ahora, la etapa que vivo, que es maravillosa: mi boda con mi marido y mi hija. Personalmente estoy en un momento muy alegre. Soy muy feliz.