Los poetas, en el imaginario del lector, andan cubiertos por una falsa pátina de sensibilidad. Se presupone, con candidez, que esos hombres -capaces de fabricar estrofas tan trascendentes, tan delicadas y tan hermosas- serán también seres humanos con el ojo benigno y afectivo. Se sueña con una prolongación de la obra en la vida. Nada más lejos de la realidad. A esta discriminación positiva se somete a la industria cultural al completo, esperando que vaya siempre un paso por delante del resto en cuanto a aperturismo de ideas, trazando los pasos que luego dará la sociedad, pero, como denuncia continuamente este periódico, es un sector igual de machista que el resto.
El genial poeta Pablo García Baena, que ha fallecido esta semana a los 96 años, decepcionó con sus declaraciones en una entrevista en ABC en 2016. El periodista lanzaba: “Las poetas escriben bien: Rosetti, Chantal, Atencia...”. Y él contestaba: “Eso no es lo que ha dicho Visor (risas) [en referencia al “la poesía femenina en España no está a la altura de la masculina” que espetó el editor]. Sí, son muy buenas. Pero, ¿hay alguna más? Están las Lanseros y todo eso, una cursilería. En la novela se han hecho las dueñas. Escriben lo que la gente quiere, la vulgaridad. Lo de la mujer es muy justo y está muy bien, pero como haya en un jurado dos mujeres y el resto sean hombres, hasta que no premian a una, no hay manera de callarlas. Da igual que el otro libro sea mejor”.
Eso no cambia ni un ápice de la potencia y complejidad de su trabajo, pero sí que rompe con el esquema mental que tiene del autor el lector de poesía: esos sentidos abiertos para la más elevada forma de escritura se cierran con un portazo en otras ocasiones, cuando se trata de intentar entender más allá del propio ombligo. Vida y obra -lo vemos cada día- están más que desligadas.
En la novela las mujeres se han hecho las dueñas. Escriben lo que la gente quiere, la vulgaridad. Como haya en un jurado dos mujeres y el resto sean hombres, hasta que no premian a una, no hay manera de callarlas.
Aludía, García Baena, a las mismas feministas que reclaman que se cumpla la Ley de Igualdad 2007 y las académicas de la RAE ocupen por fin su lugar en la institución. Sólo ha habido 11 académicas en su historia. De 46 sillones, 8 están ocupados por mujeres. Pero el poeta Félix de Azúa sostiene que “la acusación de machismo de la RAE la pusieron en marcha unas cuantas feminazis que necesitan enemigos. La Academia no sólo no es machista sino que está llena de mujeres”. Llena. Ocho.
Neruda, padre poético del machismo
No han sido los únicos. La Historia de la Literatura está llena de comentarios y gestos machistas de poetas hacia las mujeres, compañeras o no. Incluso abusos y violaciones. Desde Nietzsche, que también le daba a la lírica -“Si vas con mujeres, no olvides el látigo”- a Neruda, que lo mismo escribía los versos más tristes esta noche que relataba en Confieso que he vivido cómo violó a una chica limpiadora, tratándola como si fuese de su propiedad sólo por ser mujer y pertenecer a una clase baja.
¡Oh, qué plaga, qué aburrimiento, qué tedio es tener que tratarse con ellas mayor tiempo en los breves instantes en que son buenas para el placer!
“Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos. Impasible. Hacía bien en despreciarme”, escribió. Ojo al poeta, dramaturgo y escritor Oscar Wilde: “El hombre bígamo tiene dos mujeres. El monógamo también”. Y cuidado con el mismísimo Quevedo: “¡Oh, qué plaga, qué aburrimiento, qué tedio es tener que tratarse con ellas mayor tiempo en los breves instantes en que son buenas para el placer!”.
Goethe dijo que “al envejecer, el hombre construye su rostro y la mujer lo destruye”, y Jean Cocteau que hay tres cosas que nunca pudo comprender: “El flujo y reflujo de las mareas, el mecanismo social y la lógica femenina”. Según cuenta Virginia Woolf en Una habitación propia que el poeta Samuel Johnson decía que una mujer predicadora era como un perro bailando sobre dos patas: “No lo hace bien, pero es sorprendente que lo haga”.
Debajo de la falda, pantalón
Otro caso reseñable es el de la fantástica Gertrudis Gómez de Avellaneda, escritora y poeta del Romanticismo que cosechaba en su tiempo mucho más éxito que Bécquer, aunque a ella en el recuerdo se la ignore. Pues bien, Manuel Bretón de los Herreros dijo de ella: “Es mucho hombre esta mujer”. Mientras que José Martí refería: “No hay mujer en Gertrudis Gómez de Avellaneda: todo anunciaba en ella un ánimo potente y viril”. Como si la testosterona fuese requisito sine qua non de la escritura.
Por todos es conocido, también, el carácter machista de Juan Ramón Jiménez, que hizo de la brillante Zenobia Camprubí su traductora, su agente, su psicóloga, su soldado y hasta su madre, mientras ella peleaba por ahí el desarrollarse como viajera, feminista y defensora de los niños víctimas de la guerra civil. Ella, que también tenía gusto por la escritura, nunca pudo dedicarse a ello porque se pasó la vida elevándole a él. Una anécdota reseñable de la Generación del 27 es aquella que cuenta cómo Gerardo Diego ignoró a las mujeres en su antología. Concha Méndez (que tuvo que cargar siempre con la etiqueta de “mujer de Manuel Altolaguirre”) le espetó: “Mira, tú nos excluirás, pero yo debajo de la falda llevo un pantalón”.
Manuel Bretón de los Herreros dijo de Gertrudis Gómez de Avellaneda: “Es mucho hombre esta mujer”
Enrique Jardiel Poncela dijo que “el secreto del alma de las mujeres consiste en carecer de ella en absoluto”. Cela aseguró que “las mujeres están para ser gustadas. Después, unas se dejan, otras no… esto ya va por provincias”, y Umbral subrayó que “el odio violento es la manera más pacífica que tiene de expresar su amor un marido, un amante, un enamorado”.
Nada nuevo bajo el sol. La poesía, como el resto de las artes, sigue siendo un paraíso endogámico y falocéntrico donde la mujer puede servir, si acaso, como musa, pero cuando ésta toma el lápiz y el papel y pasa a ser agente de la escritura, los poetas tuercen el gesto. La poesía sigue siendo una casa tomada por los hombres, aunque ellas, a fuerza de trabajo y de talento, hagan más ruido cada vez cuando les tiran piedras a las ventanas.