Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, ha presentado este miércoles a los nuevos responsables de las seis instituciones culturales significativas en la actividad de la ciudad elegidos hace un mes: Matadero Madrid, Centro Cultural Conde Duque, CentroCentro, Teatro Fernán Gómez, Teatro Circo Price y MediaLab Prado. Cuatro mujeres y tres hombres salieron de seis jurados, compuestos por 30 profesionales independientes, en los que no había representantes de las instituciones para las que elegirían a su guía.
Los siete llegan en un movimiento en bloque sin precedente y con un proyecto bajo el brazo para implantar. Este texto actuará como “misión” con la que serán evaluados. Tienen un contrato de tres años, a pesar de que las Elecciones municipales son en año y medio y se han reunido con EL ESPAÑOL, en el antiguo despacho de Celia Mayer. Proponen montar una red de colaboración y comunión entre ellos, para hacer de los problemas particulares, soluciones comunes.
Rosa Ferré (directora de Matadero Madrid), Isla Aguilar y Miguel Oyarzun (directores del Conde Duque), Ignacio Marín (Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa), María Folguera (Teatro Circo Price), Soledad Gutiérrez (CentroCentro) y Marcos García (MediaLab Prado) representan el relevo generacional de las políticas culturales, en un país que no ha sabido evolucionar en este ámbito en las últimas tres décadas. Algunos de ellos han labrado su experiencia en el extranjero y ahora importan talento. Durante la charla aparecen tres objetivos compartidos: transparencia, accesibilidad y cohesión.
¿Cuál es la misión de la cultura pública?
Rosa Ferré, hasta ahora jefa de exposiciones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), rompe el hielo y explica que una de las cosas que no se hacen es “trabajar orgánicamente”. "Quiero construir una institución con discurso. Quiero hacer de Matadero una conversación internacional de contenidos". Añade que hasta ahora los centros han trabajado "de manera independiente y de manera muy opaca". "Nuestra llegada supone una apuesta por la cohesión de los programas: no repetirnos, aprovechar recursos y colaborar”. Todos ellos asumen que deben crear “un ecosistema racionalizado”.
Marcos García es el único que repite en el cargo tras la convocatoria y explica que quiere trabajar en un modelo más orientado a la producción que a la exhibición. Amplía el modelo institucional tradicional, basado en la difusión y transmisión de formatos expositivos. MediaLab tampoco es un centro dedicado sólo a la cultura, es una mezcla de disciplinas. “Me gustaría dibujar itinerarios que permitan conectar los espacios de producción y experimentación con los de exhibición y difusión. Esa es la oportunidad que se abre ahora: crear unas políticas culturales que no sean suma de programaciones estancas”.
Abajo los muros
Coinciden en no encastillarse, en romper los muros de las instituciones para que la población deje de recelar de los lugares en los que se produce una de sus actividades favoritas, la cultura. Entre ellos quieren canalizar acciones y relacionarse, no hacer de su trono un imperio. La nueva cultura es transversal y transparente. María Folguera lleva trabajando ocho años en el departamento artístico del Teatro Price y dice que es la gran oportunidad de dar al Price la visibilidad, el discurso y el circo que se merece.
Cuenta que el Price no es un lugar de cruce por su ubicación y configuración, que “es un lugar hostil, pero que queremos convertir en un sitio alegre”. “Quiero que sea un lugar habitable, un centro de celebración al que volver”. Y señala Folguera algo muy importante: los proyectos con los que todos ellos han ganado los concursos serán públicos y sus trabajos se podrán evaluar a partir de sus objetivos expuestos.
Ignacio Marín Valiño es un director artístico y productor de proyectos musicales y escénicos, ha colaborado con artistas como Patti Smith, Ryuichi Sakamoto, Lou Reed, Laurie Anderson, Cesaria Évora o Chico Buarque y llega a dirigir el Fernán Gómez: “Quiero digitalizar el centro. Quiero crear un centro de artes escénicas digital”.
Isa Aguilar y Miguel Oyarzun crearon el BE Festival de Birminghan, en 2009. Artes escénicas, plásticas y cultura visual. Nunca han trabajado en Madrid, pero su objetivo es la transparencia. “Los procesos de evaluación son fundamentales. En el BE recurríamos a evaluadores externos para crear una reflexión sobre lo que nos faltaba para seguir creciendo. Era una oportunidad para que las ideas de la ciudadanía revertieran en el festival. Evaluarte para crecer. Son una herramienta de trabajo para mejorar”.
Todos ellos piden tiempo e independencia para conocer el entorno y la institución, para dialogar con ellos y, finalmente, para construir un público fiel. Aunque es preferible hablar de una audiencia activa, más que de un público pasivo. Imaginan algo parecido a un centro cultural como una Wikipedia, en la que la sociedad colabora en su construcción. Quieren evaluarse para medir su eficacia, para comprobar qué les hace falta. “Hay que ir con ambición, pero con paciencia hasta conocer el terreno”, cuenta Miguel Oyarzun.
Tienen tres años y no piensan en la interrupción electoral. “Tenemos tres años por delante y me gustaría que fueran seis para madurar el proyecto”, responde Rosa Ferré. Supuestamente hay un cordón higiénico de independencia política que debería salvar sus proyectos en caso de cambio político. Pero esto es España. Los siete construyeron un nuevo mundo cultural sin tener en cuenta quién está al frente del consistorio.
La accesibilidad es lo primero
El público vive un conflicto entre lo que es la cultura y lo que significa la institución. Es favorable a la cultura, pero no traga los muros de los centros. ¿Cómo romper las murallas de la institución y abrirla a la calle? “Nosotros hablamos en el proyecto de abrir la fortaleza del Conde Duque. Lo lograremos conociendo al público, para acercarnos a ellos y proponerles nuevos viajes programáticos”. La cultura también es una negociación.
Ignacio Marín sacará el centro a la plaza de Colón. “Quiero sacar el centro a la calle, literalmente”, además de crear el círculo digital que ampliará la atención del centro. “La idea de accesibilidad es que cualquiera pueda participar”, cuenta Marcos. “Tratamos de poner en marcha mecanismos para acabar con las barreras invisibles. Es clave hacer del centro un espacio hospitalario y de escucha, comprensible que permita conectar mundos diferentes”.
Además de diversificar los públicos y la actividad, quieren coordinarse dentro del área de cultura y con otros espacios públicos. “La cultura es un espacio de cuestionamiento, de producción de comunidad. Ahí hay un potencial gigantesco para ser transversal. La cultura puede ser el espacio para diseñar proyectos sobre lo inesperado”, añade Marcos García.