Corría la jornada de huelga con esa calma chicha a la que sólo le hace falta el vuelo de una mosca para romperse cuando a Rivera, célebre prócer de Ciudadanos, le dio por colocar un tweet que incluía la siguiente expresión: "Luchemos juntos [...] por la libertad y la igualdad de nuestras madres, nuestras parejas y nuestras hijas". Como el que ve prender la mecha del rencor ideológico, tan inflamable en éste, nuestro país, su tocayo y homólogo en Izquierda Unida, Garzón, acudió presto para acelerar la explosión con una respuesta que incluía, perdonen la falta de síntesis, la siguiente sentencia: "Este tuit describe una parte importante de qué es el machismo. El problema es que los machistas no entienden que las mujeres no son de nadie, no tienen dueños, no son una propiedad. No son “nuestras”".
Ya volaba por los aires la paz que debe imperar en una reivindicación (en esencia justa) como la que congregó a tantos miles el jueves, así que detrás de la explosión se sucedieron distintas respuestas que evitaré reproducir aquí, porque todo mensaje que llega ya desde la trinchera aporta poco o nada a cualquier tipo de reflexión. El debate estaba encima de la mesa. ¿Es procedente utilizar un posesivo para referirse a una mujer disfrazada de cualquier sustantivo?
Sandeces lingüísticas
Las críticas a Albert Rivera llegaron, principalmente, desde dos frentes. El primero, al que parece sumarse Alberto Garzón con su réplica, se agazapa bajo la siguiente recomendación: no se debe referir uno a "mi esposa" o a "nuestra madre" porque los posesivos denotan, utilizando términos garzonianos, propiedad. Podría despacharse esta primera andanada escribiendo que no se puede esgrimir una sandez mayor desde el punto de vista lingüístico, pero entonces se perderían los euros que suele pagar este medio por un artículo, así que empecemos diciendo que la Academia se pronuncia con mucha claridad respecto a este asunto: "Con los nombres de parentesco, y en otros muchos casos ("mi colegio", "mi ciudad", etc.), los posesivos expresan relación, no estricta posesión en sentido material ni jurídico".
Dicho de una manera todavía más simple, aunque posesivo y posesión compartan lexema, la categoría gramatical no implica una pertenencia personal y única
Dicho de otro modo, moviendo algunas piezas de la frase que escupe la Academia, una esposa o una madre no son entidades materiales que uno pueda almacenar en un cajón cuando se cansa del uso, sino que forman parte de un concepto abstracto imposible de poseer desde el punto de vista físico, tangible. Dicho de una manera todavía más simple, aunque posesivo y posesión compartan lexema, la categoría gramatical no implica una pertenencia personal y única. Es más, habitualmente el posesivo en "mi madre" remarca esa relación de parentesco que me convierte en su hijo y no en el hijo de otra madre. E insisto en ese concepto relacional al que parecen incapaces de acceder desde algunos sectores críticos.
Posesivo "con sentido global"
El segundo frente dispara con algo más de puntería. Aluden al hecho de utilizar en plena reivindicación el posesivo "nuestras", como si dicha reivindicación sólo fuese dirigida al ámbito de las mujeres relacionadas (otra vez el concepto "relación") con el hablante. En este caso se me ocurre que, a veces, uno utiliza este tipo de posesivos con un sentido global. "Salvemos nuestra flora y fauna", por ejemplo. O, no sé, "tenemos que mejorar nuestra comprensión lectora".
Es decir, que ese "nuestras" puede estar ligado a la sociedad y no al hablante. Pero más allá de eso, aquí sí es evidente que se produce una ambigüedad semántica. La torpeza de Rivera, si no quiso alimentar la polémica, se puede masticar aunque seguirá resultando indigesta. Más aun sabiendo que transcurría un día poco proclive a dejar en humo las ambigüedades.
Malos tiempos para el hablante
Precisamente en este último punto, en el relativo a las interpretaciones lingüísticas, merece la pena dejar morir este artículo. Es evidente, ya se han dado las suficientes vueltas sobre ello, que el lenguaje hace tiempo que se ha convertido en un arma para enfangar la política. Estas interpretaciones ante cualquier discurso ambiguo siempre caen del lado que más le interese a esa cara oscura que cada individuo descubre cuando afronta un dilema político. Si a un receptor que no es de nuestra cuerda le asalta un lapsus linguae, asumiremos que se trata del subconsciente freudiano, que saca la bestia que hay en él.
Si alguien se decide por el género masculino para referirse a un grupo genérico o a una clase, entonces es un machista redomado. Si alguien utiliza una desinencia para referirse en femenino a determinada profesión, es un feminazi infecto. Si uno utiliza esa palabra que tiene una connotación racista en el DRAE (y, por ende, en la sociedad), ya es un insolidario repugnante. Si a un bilingüe se le cuela una interferencia léxica de una lengua cooficial, ya es un independentista feroz. Si por el contrario utiliza el castellano en tal o cual foro bilingüe, es un facha de manual. Y así una interpretación torticera del lenguaje tras otra. Corren malos tiempos para el hablante.