Vino al mundo en mayo, como las grandes revoluciones, y lleva casi cuarenta años devorando a dentelladas un panorama musical dominado -como todo- por los hombres. Ha sido todas las mujeres y sobre todo, una sola: ella misma. Poética, oscura, audaz, feroz, discursiva. Una flor rara de tallo fortísimo. Como diría José Luis Alvite, la Rosenvinge jamás merecería un reproche, sino una crítica literaria. Normal que el machismo la tema: ella no quiere el diccionario, quiere la pasta para gestionarla bien. Así se cambia el mundo. El 27 de julio, a las 20 h., en el Low Festival.
¿Qué qué tiene Christina Rosenvinge de padre y qué de madre? Bueno, indistintamente de quién es tu padre y quién es tu madre, uno hereda características de cada uno. Creo que en mi caso, de mi padre llegó mi interés por la poesía y por la cultura española. Mi padre era un apasionado. De mi madre, yo creo, tengo las enseñanzas más fundamentales sobre cómo vivir y cómo estar en el mundo. Es cierto eso que me dices de que en este disco, Un hombre rubio hay algo de reconciliación con mi padre. “Padre, el tiempo es compasivo, de tu rosa he hecho un rosal (…) La raíz que tú arrancaste no ha crecido nunca más. Nadie vino de esa tierra fría a llorar tu funeral. Un gitano en traje oscuro, padre, te veló en el hospital. Y su lágrima era fina plata, plata fina de verdad. ¿Cómo no voy a entenderte, padre? Si es mi misma soledad”. Lo canto en Romance de la Plata.
Cuando estaba haciendo este disco, iba por todas partes preguntándole a todo el mundo cómo era la relación con su padre y con su madre, por separado. Y me di cuenta de una cosa curiosa: mientras que la relación con la madre de casi todo el mundo se parecía mucho (es decir, es la persona que da presencia constante y cuidados, y cariño, y respeto), cuando somos mayores, nos damos cuenta de que nuestra relación con nuestros padres es muy distinta entre sí. Las historias cambian muchísimo.
Casi todas se caracterizaban por la ausencia de los padres. Ausencia incluso estando presentes. El vínculo no era tan fuerte ni tan constante como con la madre, pero sin embargo era igual de necesitado. Los padres no estaban tan presentes, porque su energía se iba en trabajar, o porque se habían separado… los padres no son conscientes de lo necesario que es ese vínculo con los hijos. Le dejan todo el peso a las madres. Es una cosa curiosa: me di cuenta de que literariamente mi relación con mi padre daba mucho de sí. Como todas, casi. Las historias de los padres son historias más variadas y tienen más drama.
Me preguntas si con la explosión del feminismo va a cambiar el modelo de padre. Estoy segura de que sí: vamos a crear nuevos modelos de padre. Es eso lo que los hombres ganan con el movimiento feminista, ganan en la relación familiar, ¿sabes? Reconocen su importancia dentro de la familia, no como proveedores económicos, sino como proveedores de cariño. Como educadores y protectores. Eso es lo mejor que van a ganar los hombres con el feminismo.
Para escribir yo busco en mi propia vida y en mi experiencia para entender a los demás y para entenderme a mí misma. Busco precisamente lo que tengo en común con los demás, que al final es todo, si te digo la verdad. ¿Que cómo es ser una mujer artista en un mundo gobernado por los hombres, que cómo se consigue sobrevivir tantos años en la industria musical? Bueno, se consigue teniendo muy clara la legitimidad de tus ambiciones profesionales, porque el problema en esto, como en cualquier otra profesión, es que las mujeres estamos divididas entre la lealtad a la familia y la lealtad a nuestro proyecto. Se trata de encontrar el equilibrio entre no fallar a uno y no fallar a otro: ni a tu familia, ni a ti misma. Se trata de administrar bien el tiempo y las fuerzas.
Pero te diré que para mí, una parte importante de no fallar a tu familia pasa por no fallarte a ti misma. Si sacrificas tu individualidad dentro de la familia, en el fondo no es bueno. Se crea como un reproche o una deuda impagable. Ahora mismo mis hijos son adolescentes. Uno ya es mayor de edad. Y yo me reafirmo en lo que he hecho intuitivamente. Pienso en las veces que no he estado en momentos importantes, o en cumpleaños, porque estaba viajando, de gira, porque estaba lejos… ahí he acudido a amigos y familiares. Siempre ha habido gente que ha cubierto mi ausencia con ellos. Pues ahora, que ellos son mayores, pienso que ha sido algo positivo, ¿sabes? Es decir, la relación que tenemos es igual de fuerte, y creo que ellos lo han comprendido y se han desarrollado con respeto y autonomía.
¿Que si yo he sido un poco femme fatale, me preguntas? (Risas). No, porque la femme fatale no existe. Es un invento de la literatura, es la encarnación del deseo incontrolado de los hombres hacia las mujeres. Entonces inventan una mujer demoníaca que puede controlarles. Esa mujer demoníaca no existe, evidentemente, porque nadie es totalmente bueno ni totalmente malo, todos somos una mezcla. Estamos luchando con nuestros impulsos positivos y negativos y aprendiendo a vivir en comunidad. No, la femme fatale no existe: es un invento, igual que el superhéroe o el súpervillano. Tampoco existen las feminazis. La feminazi es un invento también, es una supuesta radicalización de las mujeres feministas que no existe. Lo que la gente llama feminazi es una feminista que se expresa en un arrebato de rabia, pero lo que hay detrás de eso es sólo una conciencia de que existe una desigualdad entre hombres y mujeres. Una desigualdad que en pleno siglo XXI no tiene ningún sentido que siga existiendo. Hay que compensar las tendencias de ese viejo comportamiento que no tiene ningún sostén lógico.
Me dices que siempre se ha esperado que el mundo de la cultura, que tiende a la izquierda, sea menos machista que el resto, pero no es así. Es totalmente verdad. En la izquierda ha habido muchísima misoginia y de hecho es un tema que no se ha tratado hasta hace relativamente poco, hasta hace 5 o 6 años no se ha hablado de feminismo de manera tan universal como se está hablando ahora. ¿Que qué sé ahora de los hombres que no sabía con 18 años? Pues, si te digo la verdad, no ha cambiado tanto mi percepción de los hombres. Recuerdo una cosa que sucedía cuando yo estaba en el colegio. Tengo la impresión fresquísima. Recuerdo perfectamente que tenía algunos amigos, ya sabes, con los que compartía aficiones, música o cómic, literatura… y recuerdo la desilusión que suponía para mí que cuando estábamos solos tuviésemos una relación tipo camaradas y cuando había delante otro público masculino su actitud cambiaba. Empezaban a comportarse como machitos. Era una enorme decepción.
Yo le preguntaba a mi amigo: “¿Por qué haces eso, si tú no eres así, si tú no eres eso?”. Y la conclusión que obtuve fue que el machismo es una máscara, algo que se ponen los hombres débiles para defenderse delante de otros hombres. Es una máscara, es algo construido por encima del ser humano. Pero igual que está construido se puede deconstruir.
¿Y qué sé del amor ahora que no sabía hace 18 años? Eso sí ha cambiado. Cuando eres joven piensas que el amor es para siempre, pero luego tienes varias relaciones… y ves que el amor se está transformando, y que muchas veces no es para siempre, y que no por eso es menos valioso. Las relaciones tienen sentido en un momento y en otro no. Lo que debe ser para siempre es el respeto. ¿Que qué sé del sexo que no sabía…? Bueno, yo creo que en los últimos años ha habido una regresión. Yo crecí en los años ochenta, donde hubo tal momento de apertura que a mí me parecía que apuntaba a algo mejor de lo que pasó en las épocas siguientes, la verdad. Internet ha tenido algo muy negativo: ha popularizado una pornografía muy violenta, es decir, no basada en los instintos ni en la sensualidad y sí en las relaciones de poder. Eso ha sido muy negativo.
No se puede controlar esa pornografía pero sí se puede controlar el ofrecer una educación sexual sana y respetuosa. Y debe ser desde el lugar donde se imparte educación, es decir, el colegio. Por una cuestión básica. Es tan importante la tabla de multiplicar como el saber construir una relación de cariño, de amistad o de sexualidad. Eso se tiene que hacer en el colegio, porque en las familias no se está haciendo. A lo mejor en las familias los padres no han recibido esa educación y trasladan conceptos erróneos a sus hijos… o, aunque la tengan, no la inculcan por vergüenza o falta de capacidad pedagógica. Aquí hay que llegar a un consenso, es fundamental. Y es fundamental que los poderes eclesiásticos comprendan que no hablan en nombre de todo el mundo. Que entiendan que por encima de sus creencias hay cuestiones como la convivencia y la educación sexual y emocional en la escuela. La ausencia de esta educación nos está costando carísima.
Me preguntas si en los setenta tenía sentido enseñar las tetas (por aquello de sacudirnos el nacionalcatolicismo) y hoy no, por el problema de la cosificación. Yo creo que hay mil formas de enseñar las tetas y no todas tienen la misma lectura. No es lo mismo para todos. No es lo mismo una película del destape que las FEMEN, y no es lo mismo que haya chicas en pelotas en las playas porque les apetece (y cuelguen sus fotos en redes sociales para naturalizar el cuerpo humano), que el sexualizar cuerpos de niñas. Es complicado. Desde luego, las tetas hay que desmitificarlas. Cuando tuve mi primer hijo, en España todavía estaba mal visto dar el pecho en público. Recuerdo estar en un tren y tener que buscar un vagón vacío, como si fuese una vergüenza, porque no podía hacerlo delante de todo el mundo. ¡Hay que naturalizar el cuerpo! Claro que por otra parte está de lo que tú me estás hablando… nos dijeron que la apertura y la libertad en España iba a ser libertad para hombres y mujeres. Pero la democracia le dio a los hombres la libertad, y a las mujeres sólo la libertad para despelotarse. Fue muy engañoso.
Me preguntas por la Constitución inclusiva, con texto feminista como propone Carmen Calvo. Que qué me parece. Bueno, yo lo respeto y si ella lo piensa, debe ser importante, pero a mí las cuestiones de forma… en fin, el lenguaje inclusivo es sólo cuestión de forma, y me preocupa que se arregle la forma pero no el fondo, ¿sabes? Me da igual que cada vez que un político hable diga “ciudadanos y ciudadanas”, lo que creo es que cuando haya millones de mujeres hablando utilizando el masculino neutro, entonces será neutro de verdad, y no exclusivamente masculino. Lo que necesitamos es mujeres hablando en nombre de todos, y más hombres identificándose con el discurso de las mujeres. Por cierto, no vale sólo que una mujer sea política, o presidenta, o ministra. Necesitamos una mujer con pensamiento feminista, una mujer consciente de la desigualdad, y que no sea individualista. Porque también las ha habido, ¿eh? Las escaladoras solitarias. Hay que ser conscientes de que las que consiguen llegar tienen que practicar políticas para ayudar a las que vienen detrás.
Me parece que le estamos dando demasiado espacio a lo de decir “Consejo de ministras” en vez de “de ministros”. Me preocupa mucho más que hablemos de dinero. Que hablemos de qué sueldos reciben las mujeres y qué presupuestos manejan las mujeres en las empresas. Llegar a los puestos de dirección no es sólo cuestión de demostrar tu valía profesional, sino cuestión también de influir en la sociedad y en que otras mujeres accedan a presupuestos, y que esos presupuestos vayan destinados a lo que nosotras consideramos importante. Suele ser distinto a los hombres. Nosotras somos más sociales y menos ambiciosas económicamente, nuestras propuestas son más beneficiosas para todo el grupo. Me da igual decir “ministras o ministros o ministres”, quiero que las mujeres tengamos el dinero.
Me preguntas también sobre el tema del consentimiento explícito, y dices que ahora hay hombres que andan agobiados con eso… mira, el hombre que se agobia por eso es un caradura. Todo el mundo, hasta el tío más idiota, sabe cuándo es sí y cuando es no en el sexo. Otra cuestión es que se haga el idiota para decir que no lo ha entendido y ejercer violencia sexual. Me parece de un sarcasmo insoportable. Todos los hombres saben perfectamente lo que es un sí y lo que es un no. No hay grises. La cuestión es si lo quieren entender. Si les interesa entenderlo o se van a aprovechar de un supuesto desconocimiento para hacer lo que saben que está mal.
La censura que estamos viviendo actualmente me parece intolerable. Además, consigue el efecto contrario. La censura consigue promocionar o dar a conocer obras que no eran conocidas. Funciona como amplificador: es una paradoja. A lo mejor la obra era buena o era mala, quizá no es tan escandalosa o pasaría desapercibida, pero la censura la encumbra. Los censores deberían pensar en esto, ¿no? Deberían ver que es contraproducente para lo que ellos quieren.
¿Y la monarquía…? ¿Qué cómo debemos reaccionar como pueblo ante el blanqueo del rey Juan Carlos I? Yo creo que forma parte de un problema endémico que hemos estado arrastrando. Afortunadamente, cada vez somos más críticos. Durante muchos años ha parecido que en el mundo de los negocios todo estaba permitido, ¿no? Daba la sensación de que no había leyes ni moralidad y que los negocios estaban por encima de la propia ley, porque tendían a sortearla y a no respetarla. Es la herencia de una democracia tan joven. Es una democracia en la que se han consentido cosas que las democracias antiguas nunca habrían tolerado, y es que los servidores públicos se aprovechen de la situación para su enriquecimiento personal. En las escuelas de negocio debería haber un juramento hipocrático. Deberían jurar. Es como lo de “tu interés no puede ir en contra del del paciente”. Pues aquí, lo mismo.