En la España de los años treinta los expertos de la época confluían en un mismo diario soñando con lo que un día sería la realidad de los herederos de sus apellidos. “Cómo podemos imaginar que será el año 2000” titulaba el periódico 'Ahora' una de sus tiradas. Estos documentos han salido a la luz tras unas publicaciones que la Biblioteca Nacional ha subido en su cuenta de Twitter.
Veían a la misma distancia el cambio de milenio que cualquier utopía. Confiaban en que el mañana iba a ser mejor e invertían sus esperanzas en ello. “Todos creen que el futuro está preñado de bienaventuranza y coinciden en que la vida será más fácil, más alegre, más sabia, más larga y mejor”, terminó siendo la conclusión de uno de los redactores. Setenta y ocho años distanciaban a los intelectuales de la época de aquella remota realidad, “los niños que nacen ahora podrán ya alcanzarlo”.
Personas peritas en diversas ramas del saber pretendieron vaticinar lo que iba a acontecer en sus diversos entenderes. En un período donde era imposible satisfacerse únicamente con el presente, y los intelectuales bailaban entre el pasado que se apagaba y el porvenir que prometía poco más que alegrías. Especialistas en materias que sin poner en juego la dosis de fantasía que todo científico debe tener -más allá de ser el simple erudito árido y seco-, deducen de lo ya conseguido o simplemente intuido, lo que será el mundo en su especialidad con ochenta primaveras más.
El biólogo y profesor Nicolai afirmó: “Se prolongará la vida, será más sana y el trabajo en vez de una pena, será un placer”,-han pasado las ocho décadas y aún estamos esperando-. “Los bisontes y los rinocerontes blancos son los animales que desaparecerán más pronto”, al igual que tenía claro que las cabras montesas de Gredos y los monos de Gibraltar terminarían desapareciendo de España.
Gregorio Marañón confiaba en que la llegada del nuevo milenio traería un triunfo contra el dolor y la infección: “No morirá nadie por enfermedades infecciosas y sólo habrá enfermos por el sistema nervioso, el corazón y las arterias”. Parece ser que el cáncer y la diabetes no tenía cabida en esos años.
“La política dentro de sesenta y ocho años, según el conde Romanones, monárquico; Fabra, Ribas, socialista y Ossorio y Gallardo, monárquico sin rey”. Lo tenían claro: “en el año 2000 no quedará ni recuerdo de las monarquías”-aquí volaron demasiado alto. Creyeron demasiado fuerte en la fuerza del pueblo. Ni la más torpe de las apuestas habría reflejado esta realidad-.
Un par de años antes de retirarse, el torero Juan Belmonte aseguró: “las leyes agrarias y las conquistas proletarias acabaran con las corridas de toros”. Ricardo Zamora, considerado como el primer crack del fútbol español, se animó a vaticinar y acertar que “el fútbol llegará a ser el verdadero deporte nacional”. Mientras que el piloto Óscar Leblanc hablaba de coches voladores.
“El capitán Iglesias afirma que se podrá volar a más de 1.500 km por hora y que los aparatos podrán quedarse quietos en el aire (...). Estaría Buenos Aires a diez horas de Madrid y Nueva York a seis horas de España”. Hubiese estado bien que el piloto se parase a analizar los menús y la comodidad de los asientos además del tiempo de los viajes transatlánticos para que inspirara a los ingenieros de hoy.
El ilustre ingeniero director de la Escuela Superior de Aerotécnica, el teniente coronel Herrera, se preguntó: "¿Se llegará en lo que nos queda de siglo a la navegación interplanetaria?". Hubiese estado interesante que el actual Ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque, se tomase un café con él y le contase de qué color son las estrellas y que están cerca de llegar aún más allá.
Con la guerra fresquita, el general Burgente confió en que “en el año 2000 ya no habrá ejércitos de millones de hombres, sino milicias ciudadanas de tipo puramente defensivo”. Se equivocó. El ser humano aún no ha dejado de tener hambre de poder y sed de venganza. Aún le puede el dinero y pierde en ganas.
El novelista Eduardo Zamacois y Quintana consiguió línea al apostar por la bienvenida del divorcio, la igualdad de derechos para los hijos nacidos fuera del matrimonio y el acceso a la mujer a los estudios, pero no bingo, creyó que “en el año 2000 no habrá trabas para el amor ni se conocerá el dolor del alma”. Parece ser que esa utopía no la probarán ni los hijos de los hijos de sus hijos. Ni la mujer que lee cada noche un poema de Neruda bajo la luna.
El hecho de pensar en el mañana para sanar el hoy es un salvavidas que se lleva utilizando desde antes del 1932. Pensar que al pasar el día todo irá a mejor es un antiséptico recurrido por todos y para todo. Los intelectuales de aquella época se equivocaron en muchas ocasiones, acertaron en otras. No dejaron de soñar, que es lo importante y lo que hay que seguir haciendo.