La RAE anda en horas bajas. No quieren utilizar la palabra “bancarrota” -Darío Villanueva, director que saldrá cerrando la puerta el próximo diciembre, la ha evitado hasta el momento-, pero aseguran que la situación es “inestable”. Ya no sólo por la cuestión monetaria, sino por la identitaria: ¿hacia dónde debe ir la institución en 2018? ¿Están obsoletas las misiones que se impuso en 1713, cuando fue fundada por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, marqués de Villena? Su intención, dice el artículo primero de sus estatutos, es “velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”.
¿Lo consigue? ¿Ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos? ¿Por qué ha pasado de ser una guardiana respetada de la lengua a una casa insigne que recibe rapapolvos cada dos por tres, cosa que no sucede en otras Academias? Igual que el Estado ha ido descuidándola, la ciudadanía ha ido arrebatándole su viejo crédito. Urge cambiar el enfoque, dado que su supervivencia es fundamental para avalar a los más de 500 millones de hispanohablantes que se expresan a lo largo y ancho del mundo; ciudadanos que existen vertebrados por la inagotable lengua de Cervantes. Quizá, para renovarse y no morir, tendrá que aplicarse a sí misma su propia máxima: limpiarse, fijarse, y darse esplendor. Aquí algunas de las razones de su descalabro:
1. Debilidad económica
Su caída empezó, como la de todos, a raíz de la crisis económica de 2008. Pronto pasaron de recibir una financiación del Estado de más de 4 millones a la situación actual: en la última partida disfrutan sólo de un millón y medio de euros, lo que supone un 20% del presupuesto total de la institución, en torno a los 7 millones de euros. También se han reducido los patrocinadores. Villanueva expresaba hasta hace poco que apostaba más por los “recursos propios” que por depender tanto “de terceros”, pero ojo, esos “recursos propios” no están dando resultado, como reconoció el pasado julio el académico Pedro Álvarez de Miranda. La RAE estaba “regalando” miles ejemplares sobrantes de la edición del diccionario en papel del año 2014, y puso en duda la continuidad de publicación de diccionarios en ese formato.
“No se pueden imaginar cómo están los almacenes de Espasa Calpe, llenos de ejemplares que no se han vendido. Hubo un error de cálculo clamoroso y se pensó que se iban a vender más de los que se vendieron, pero la gente prefirió no gastarse los 99 euros en el papel y esperar a la versión digital", relató el académico, y contó que la editorial planeaba “destruir” los tomos sobrantes, pero que ellos preferían donarlos a escuelas. "Era una fuente de ingresos y de ahí vienen muchos de los problema económicos”.
El ministro de Cultura Guirao ha asegurado, por su parte, que “no va a dejar” que la institución “deje de hacer su trabajo por falta de recursos”: “Nos sentaremos con ellos y les ayudaremos, por supuesto”. El éxito de la RAE ahora es digital, y, por tanto, gratuito, porque no se plantean hacer de pago su portal. Cuentan que sólo en septiembre su página web respondió a 60 millones de consultas del diccionario. Por otra parte, confían en Enclave, donde ponen “a disposición del usuario los recursos lingüísticos que ha asesorado en sus trescientos años de existencia alrededor de las palabras”: es decir, sus definiciones, su ortografía, los cambios que han sufrido a lo largo de los siglos y lo que se ha hecho con ellas en diferentes contextos.
Lo que la institución quiere no es un incremento de la asignación presupuestaria por parte del Estado, sino “que adquiera licencias de Enclave y esa retribución del servicio que proporcionamos nos permita recuperar el nivel de financiación del año 2008”, explicó Villanueva. La RAE cuenta con una plantilla de 85 trabajadores, eso sí, sus 46 académicos no tienen un sueldo fijo. Cobran 140 euros por sesión (suele haber dos a la semana).
2. Crisis feminista
Por los sillones de la RAE han pasado 474 académicos en su historia: sólo 11 de ellos han sido mujeres. Hoy, de sus 46 sillones, 8 están ocupados por académicas, representando un 17% de la institución. La RAE ha recibido muchas críticas por no adaptarse a la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de hombres y mujeres. En su artículo 1.2 se deja claro que su intención es “corregir en los sectores público y privado toda forma de discriminación por razón de sexo”. Desde que la Ley de Igualdad se instaurase, 20 sillas han sido ocupadas. De estas 20, sólo 6 han sido destinadas a mujeres -Soledad Puértolas, Irene Fernández-Ordóñez, Carme Riera, Aurora Egido, Clara Janés y Paz Battaner-, por lo que la brecha persiste. Un dato: como las plazas de académicos son vitalicias, la renovación se vuelve más lenta y tediosa.
Han tenido otros problemas con el movimiento feminista, sobre todo reyertas de concepto, pero han acabado actualizando el uso de “sexo débil” como “despectivo y discriminatorio”, igual que “mujer fácil”. Hay más avances: en junio de este año, la académica Soledad Puértolas defendía la necesidad de la institución de estar al tanto de los nuevos hallazgos del español, como el término “machirulo”, que “entran en nuestra lengua con aire festivo”.
En julio se formaba el zafarrancho final, cuando la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, proponía revistar el texto de la Carta Magna para que sea más inclusivo, recordando, como decía Wittgenstein, que “lo que no se nombra no existe”. “Tenemos una Constitución en masculino", de "ministros y diputados, que se corresponde a hace 40 años", lanzó. La RAE, institución receptora del encargo de Calvo, no se mostró muy entusiasmada con la idea: los académicos siempre han manifestado su rechazo hacia el desdoblamiento de géneros -por una cuestión de economía del lenguaje- y tampoco perdieron ocasión de poner las banderillas al Gobierno socialista al recordar que “Consejo de Ministras” es incorrecto, aunque las mujeres sean mayoría en las carteras. La religión de la RAE es el masculino como género neutro, y de ahí no hay quien la mueva: eso sí, recomienda el uso de conceptos inclusivos como “ciudadanía” o “alumnado”.
Pérez-Reverte incluso amenazó con dejar la RAE si este informe se efectuaba, pero, como la institución depende también del Estado, no cabe negarse. Lo presentarán en los próximos días.
3. Críticas de las minorías
Las guerras lingüísticas han ido creciendo en los últimos años: en 2015, por ejemplo, la RAE cambiaba la acepción de gitano como “trapacero” después de una lucha sin cuartel inaugurada por la Fundación Secretariado Gitano. Pasó así a incorporar una nota de uso que advierte del significado “ofensivo y discriminatorio” de esta acepción. Este año prometió estudiar la modificación del término “negro” a petición de la Red Española de Inmigración, porque entre sus acepciones se encontraba la de “esclavo literario”.
No obstante, cada vez llegan más peticiones y la Academia tendrá que organizar cómo gestionarlas: ahí las personas de género no binario (es decir, las que no se sienten hombre ni mujer), que reivindican el pronombre “elle” en lugar de “él” o “ella” y la terminación -e. "Es un asunto tan trascendental que de él depende el bienestar de millones de familias, de manera que es necesario tomarse unos años de reflexión", ironizó Félix de Azúa cuando fue preguntado por este periódico.
4. Diccionario desfasado
Otra de las críticas más recurrentes de los detractores de la RAE es una necesidad de modernización del diccionario. Ahí palabras como “cederrón”, con entrada obsoleta desde el lejano 2010, que se refiere al “disco compacto que utiliza rayos láser para almacenar y leer grandes cantidades de información en formato digital”. O “chupi”, o “biruji”, o, directamente, “walkman”, que ya ni siquiera existe entre nuestras manos. Se critica la arbitrariedad para la elección de términos, ya que otros mucho más comunes siguen sin aparecer recogidos.
5. Malos rollos internos
Por si fuera poco, tras el anuncio de Villanueva de que abandonará el directorio de la RAE a finales de año, los académicos andan crispados y en carrera por el lugar presidencial. Entre los nombres favoritos están Cebrián y Muñoz Machado, pero el voto hablará por sí solo.