El concurso de Miss Mundo de 1970 fue, paradójicamente, un hito feminista: la final, que se celebraba en el Royal Albert Hall de Londres, dejó de ser una celebración de la carne, del discurso vacuo y de los imposibles cánones de belleza femenina -impuestos por la mirada de los hombres y por la industria de la moda- para convertirse en una revolución política televisada. El activismo por la igualdad estalló en las pantallas de millones de espectadores al grito de “No somos guapas, no somos feas, estamos furiosas”, salido de los labios de las integrantes del Movimiento de Liberación de las Mujeres (WLM). En un segundo, la laca, la purpurina, la armonía estética y toda la frivolidad desplegada en el escenario fueron sustituidas por tomates, bombas de harina y petardos fétidos.
Se arruinaba así la burbuja de perfección Miss Mundo, que entonces era una institución tan prestigiosa como la retransmisión del discurso de la reina o el día del Recuerdo -el armisticio del 11 de noviembre, en homenaje a los sacrificios de las fuerzas armadas y de los civiles en la Primera Guerra Mundial-. Mientras las concursantes desfilaban en ropa interior y zapatos de tacón alto, feministas militantes como Sarah Wilson, Sue Finch o Jane Grant, que estaban entre el público, dieron la voz de alarma al resto de compañeras y subieron a las tablas para ejecutar el boicot. Habían convocado allí a todo un autobús lleno de mujeres de la universidad de Essex.
Uno de sus principales blancos era el presentador Bob Hope, cómico de Hollywood conocido por sus chistes reaccionarios, misóginos y machistas. “No queríamos arruinar las cosas para ellas, para las chicas concursantes. No queríamos causarles a ellas ningún daño”, comentó después Jane Grant, una de las organizadoras más punteras de la acción. Ella había presidido la primera conferencia de la WLM en la universidad de Ruskin ese mismo año: después darían guerra durante otros diez, llenando de relieve feminista la contracultura británica.
¡A los cigarrillos!
“Mientras él seguía y seguía con sus comentarios grotescos, me giré para mirar a mis camaradas y lancé un bramido futbolero. Me parecía difícil que el resto de compañeras, distribuidas por la sala y las gradas, se dieran cuenta tan rápido del aviso, pero enseguida vi cómo encendían sus cigarrillos para activar las bombas de humo. Pronto vi cómo un montón de cosas caían en cascada”, relató Grant. “Dejamos el Albert Hall lleno de humo, olores pestilentes y folletos. Era un pandemónium”, sonrió. Fue tal el escándalo que algunas mujeres que lo estaban viendo en directo desde su casa se acercaron al hotel para secundarlas.
Varias activistas fueron arrestadas. Sue Finch, quien aseguró que le parecía “terrorífico” que aquel “circo” saliese por televisión -“realmente era un mercado de ganado”-, estaba embarazada de nueve meses. Dicen que al ser retenida, literalmente, “rebotó”. Alegó recurrentemente que estaba en cinta, lo que molestó a los agentes, y, después, al magistrado. Era obvio que quedaba mucho por hacer: de hecho, cuando ella amenazó con rebelarse en pleno juicio, las cosas empeoraron. Después del proceso, volvieron a ser arrestadas y pasaron la noche en los calabozos de Holloway.
Acabaron siendo multadas por varios delitos, pero, sin embargo, ellas describieron la experiencia como una “epifanía”: “Fue la sensación más fantástica: enfrentar nuestros miedos. Mis temores partían del pavor a mi familia. Si dejaba de ser una buena chica de clase media, me metería en problemas...”, guiñaba Fortune. Ella se hizo miembro activo de la Unión de Demandantes y se encargó de combatir la política de vivienda en el Este de Londres, haciendo campaña por el derecho de la mujer a tener su vivienda propia. Finch se centró en el activismo por la paz y a principios de ese año se manifestó en el cierre de la base de armas de Aldermaston.
Un concurso -machista- que da ¿oportunidades?
Otro dato curioso de ese día es que la ganadora del certamen ese año fue Jennifer Hosten, de Granada, primera concursante de raza negra en obtener el galardón. Y no fue la única, ya que la primera finalista fue Pearl Jansen, de África del Sur. “Este concurso me ha dado oportunidades para trabajar, estudiar y viajar que de otra manera no habría disfrutado”, declaró la victoriosa Hosten, frente a las críticas feministas hacia el rol de la mujer en ese tipo de eventos. Mejor calidad de vida, sí, pero, ¿a qué precio? ¿Puede comerciarse con todo? Es la misma dicotomía que experimentan ahora, por ejemplo, las azafatas de la Fórmula 1.
La protesta del Movimiento de Liberación de la Mujer en el año 1970 se convertirá en una película: el guion lleva escrito siete años y ha sido rechazado hasta ahora, que se ha recogido y potenciado a raíz del Me Too. Se llamará La mala conducta, está siendo producida por Suzanne Mackie y Andy Harries (Calendar Girls, The Queen o The Crown) y estará protagonizada por Keira Knightley, quien aseguró la semana pasada que prohíbe a sus hijas ver películas Disney por la forma en la que representaban a las mujeres: rechaza el rol de sumisión y de dependencia de las princesas.
El trabajo valiente y radical de las activistas de la WLM perdura hasta hoy; donde no hemos terminado de revisar el peso de los cánones estéticos y la verbena de la carne, los kilos y los rasgos exactos para ser bella. ¿Cuánto se pierde en el camino? Como decían en el filme Pequeña Miss Sunshine, “¿sabes qué? A la mierda estos concursos. La vida es un puto concurso de belleza detrás de otro. El instituto, la universidad, luego el trabajo... ¡A tomar por culo! (…) Hay que hacer lo que te gusta, y a la mierda lo demás”.