Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, contaba a este periódico con humor que “a cada español el Cervantes nos cuesta más de un euro, eso que recuerda a Lola Flores”. Su presupuesto es de 125 millones, de los que el Estado aporta 60. El otro gran brazo de la lengua española es la RAE, que se enfrenta hoy a las elecciones más cruentas de su historia por la delicada situación económica que atraviesa.
El panorama es el siguiente: su presupuesto anual es de 7 millones, con los que debe abastecer culturalmente a 577 millones de hispanohablantes. De esos 7 millones de euros, sólo millón y medio viene del Estado, lo que supone un 20% del presupuesto total de la institución. Antes de la crisis, la financiación estatal era de casi de 4 millones.
El Gobierno nunca ha llegado a concederle a la institución la importancia que tiene, o quizá la RAE ha sido incapaz de convencer de que su labor es un asunto de Estado. Mientras, las promesas son vagas: el ministro de Cultura Guirao ha asegurado que “no va a dejar” que la RAE “deje de hacer su trabajo por falta de recursos”: “Nos sentaremos con ellos y les ayudaremos, por supuesto”. No hay más noticias al respecto. Con los tiempos difíciles llegó también la reducción de patrocinadores.
Cebrián vs Muñoz Machado
La RAE cuenta con una plantilla de 85 trabajadores: eso sí, sus 46 académicos no tienen un sueldo fijo, cobran 140 euros por sesión (suele haber dos a la semana). Su principal reto ahora es encontrar una base económica donde sea posible el desarrollo de los programas pertinentes: entre ellos, fortalecer vínculos con latinoamérica, sin olvidar la brecha abierta del lenguaje inclusivo. Esta última cuestión volvió a hacer rozaduras hace unas semanas, con la presentación del nuevo Libro de estilo de la RAE, donde no se hizo ninguna nueva concesión al feminismo.
Estos días se ha establecido entre los académicos un muro de silencio: nunca antes había existido tanta tensión ante una elección. Se está desarrollando una auténtica batalla campal en la casa de la lengua y los dos nombres que más suenan por los pasillos son el periodista Cebrián y el jurista Muñoz Machado. ¿Qué tienen en común? Su perfil gestor, sus recursos y sus contactos. El primero cuenta con el importante apoyo de Darío Villanueva pero con ciertas voces críticas dentro de la Academia. El segundo no despierta tantos odios, pero tampoco tantas pasiones: es de un perfil más amable y se encuentra reforzado por una trayectoria empresarial impecable.
"Necesitamos más de 7 millones de presupuesto"
En cuanto a tendencias ideológicas, ninguno de los dos puede considerarse conservador. Dice el académico Félix de Azúa a este periódico que “ambos candidatos son excelentes”: “Es verdad que en este momento es más importante sanear económicamente la institución que traer problemas ideológicos. En realidad, es lo mismo que pasa en España. La RAE es una imagen perfecta del país”.
Pero, ¿cuánto dinero hace falta, en realidad, para que la institución salga a flote? “Mucho más de 7 millones”, sugieren otros académicos que prefieren no revelar su nombre, sin concretar cifras. “Yo no lo sé, pero mucho menos de lo que el Ayuntamiento de Madrid le ha regalado a sus amigos”, guiña, por su parte, Azúa. Lo que es obvio es que la RAE se decanta abiertamente por un empresario, por un gestor, y no, como ha hecho tradicionalmente, por un filólogo o historiador de la lengua. Ahora mismo la palabra ha perdido peso frente al euro. La ‘pela’ es el único camino, hoy, para “limpiar, fijar y dar esplendor” a nuestra lengua.
Se trata de una situación inédita: desde 1925 -allá en la era de Ramón Menéndez Pidal-, todos los directores de la RAE han sido filólogos o historiadores de la lengua, con la única excepción de Pedro Laín (1985), que, con todo, era historiador y antropólogo dentro del campo médico. Esta tendencia molesta a algunos académicos, que consideran que “la institución se va a apartar de su foco fundamental”. Otros se encogen de hombros y entienden que no queda otra. Hoy, en la votación, saldrá el sentir definitivo. Sólo queda esperar.