Campofrío, esta vez, no se ha limitado a lanzar un emotivo o anuncio de Navidad: en esta ocasión ha elaborado un corto publicitario que es, además, una rotunda bofetada política y cultural que responde en tres minutos a todas las afrentas reaccionarias -incluso aquellas que se hacían pasar por progresistas- que ha recibido este año el humor. Y la libertad de expresión. Y la libertad artística. Ya es diciembre y la risa desprejuiciada anda malherida, así que algunos de sus representantes patrios han salido a defenderla: Silvia Abril, Antonio de la Torre, Broncano, Belén Cuesta, Rober Bodegas, Enrique San Francisco, y un largo etcétera. Con homenajes a Martes y Trece, a Chiquito de la Calzada y a Eugenio.
El anuncio, dirigido por un lúcido Daniel Sánchez Arévalo (Azul Oscuro Casi Negro, Primos) presenta una España distópica -y preocupantemente cercana- en la que “hacer un chiste sale tan caro que es un lujo que muy pocos se pueden permitir”, como reza una voz en off. Así que en pleno centro de Madrid, en un barrio de clase alta que recuerda al de Salamanca, se ha establecido la gran sede de LOL, la casa exclusiva que alberga esas bromas incorrectas, desternillantes y molestas que ya no se pueden hacer, como joyitas inaccesibles. Por ellas hay que pagar verdaderas millonadas. Ya saben: para las ocasiones especiales, o, quizá, mejor para nunca. Quién va a poder permitírselas.
En la tienda hay sección de bodas, de cenas de empresa o de funerales -“estos salen carísimos”, dice Belén Cuesta, ayudante del encargado Antonio de la Torre, mientras suena de fondo un “no llevéis merienda, que ya tenemos fiambre”-. Aquí David Broncano es un potencial comprador que se pregunta: “¿Chistes de exhumaciones, tienen?”. De la Torre le dice que “este año ha salido muy bueno el género, y ya se han agotado”, en referencia a la polémica franquista en el Valle de los Caídos. “Vaya, espero que al menos los chistes… sí sepan dónde meterlos”, guiña el presentador de La Resistencia.
Ojo a la sección monárquica, donde curiosea Jaime Peñafiel. “¿Esto cuánto cuesta?”, pregunta el experto en Casa Real. “¿Un chiste sobre la monarquía y siendo periodista? Hombre, el empleo lo pierde seguro”, aconseja de la Torre. “¡Eso es mucho!”, reprende Peñafiel, antes de que Belén Cuesta, agudísima, salga al quite: “Señor, piense que los chistes sobre feminismo salen muchísimo más caros”.
Chistes de gitanos, payos y discapacitados
Fundamental el cameo de Rober Bodegas -recuerden su controvertido monólogo sobre gitanos que enfureció a la comunidad- y Azúcar Moreno. “Pero, ¿cuántas cotas me quedan por pagar? Es que me vais a arruinar”, pregunta el humorista en la ventanilla de Financiación. Entonces lo escuchan las hermanas gitanas, que justo andaban pidiendo unos chistes de payos. Con consideración, le dicen a un trabajador de la empresa: “Lo de ese muchacho… hola, guapo, ¿qué tal?, lo voy a pagar yo, ¿puedo pagar en oro?”, comentan, ironizando sobre sus propios prejuicios.
En la puerta del local hacen guardia los ofendiditos, con el rostro apagado. Sus carteles dicen “lloro por no reír”, “con tanta guasa pasa lo que pasa”, “porque me ofendo, tengo razón” o “muerte al humor negro”. El mundo da verdadero miedo: hay un departamento de “devoluciones”, para cuando el chiste comprado haya generado alguna guerra mundial; o un “probador” de chistes, donde entre el público apenas se ríe nadie. El Langui pide un chiste sobre discapacitados y Antonio de la Torre le responde, con amabilidad: “Hombre, en su caso le sale gratis, señor Langui”.
Silvia Abril sigue empeñada en encontrar el chiste más “heavy metal” posible y entra, acompañada por De la Torre, en una cámara acorazada que custodia la broma de las bromas. “Pero, ¿qué precio tiene esto? ¿Renunciar a lo que somos?”, dice, con miedo, tocando la caja de cristal que guarda el extracto de humor. La conclusión es bien clara y radical: “El día que esta tienda exista, dejará de ser un chiste. Algo que nos hace tanto bien no puede ser un lujo. Debe ser un bien de primera necesidad”.