Orson Welles le dijo una vez a Gore Vidal en una entrevista “si quieres un final feliz, sólo depende de dónde termines la historia”. Hoy diríamos que una foto cambia completamente según la amplíes, desplaces y recortes en una pantalla táctil. Sobre Lee Radziwill, fallecida este fin de semana en Nueva York a sus 85 años, se están escribiendo ahora centenares de homenajes y obituarios en medios de todo el mundo: relatos elegantes y luminosos como su última residencia parisina; textos oscuros y llenos de suciedad como los salones de Grey Gardens.  

Una vez solamente conocí a Lee Radziwill en París en un evento y recuerdo la impresión que su presencia causaba. Tenía ya más de setenta años. Estos días he charlado con varias personas que la conocieron, incluyendo a un amigo que le hizo un retrato y entrevisté a su nuera cuando ésta publicó sus memorias. Ahora bien, ¿sería posible escribir un homenaje propio a Lee Radziwill sin mencionar a su hermana Jackie, incluso a ninguno de los Kennedy? Intentémoslo, al menos inspirados por el hecho de que probablemente a ella le divertiría. Empezando por el final.  

París

Aún y siempre sería conocida como Princesa -por su segundo matrimonio con un aristócrata polaco, de quien tomó el apellido-, única superviviente de la corte americana de Camelot, eligió vivir gran parte del año en París. Primero en una gran casa en el dieciséis y después en un luminoso apartamento frente a la tienda de Dior en el ocho, ambas dos residencias ultrasofisticadas en las que -no en vano había trabajado como interiorista- los muebles de color blanco, azul royal e índigo se combinaban con telas estampadas, libros y, norma de la casa, dos ramos gemelos de flores por estancia, de tal modo que sucedía el mismo efecto que con su modo de vestirse: un efecto wow.

Jacqueline Kennedy seguida por su hermana Lee Radziwill.

Chain smoker, como se autodenominaba, se preocupaba diariamente por su cabello pero ya no demasiado por su piel porque aceptaba su edad y, desde que había cumplido los ochenta ya solo salía a cenar dos veces por semana. Los desfiles de moda le cansaban un poco, pero seguía asistiendo a algunos por amistad. Lectora de prensa compulsiva, adoraba las revistas, y estaba siempre al día de las agendas sociales de las dos ciudades, Nueva York y París: exposiciones, obras de teatro… siempre al día de las personalidades. 

En realidad, el gran drama de su vida no había sido el asesinato de JFK (las iniciales aquí sirven para esquivar el tema) sino la pérdida de su hijo Anthony por un cáncer en 1999, menos de un mes después de la también trágica muerte de su sobrino John John. Actualmente se llevaba muy bien con su hija Anna Christina, productora. Nunca estuvo del todo de acuerdo con el hecho de que su nuera, que conserva el apellido Radziwill, publicara unas memorias familiares, pero con el tiempo la había perdonado, igual que en su momento perdonó los excesos verbales de Truman Capote en sus Plegarias atendidas. 

Capote 

Lo que sería imposible es escribir sobre Lee sin los apuntes de Truman. En presencia de los muy bellos, como en presencia de los inmensamente inteligentes, el miedo forma parte de nuestra reacción, escribía Capote en sus Retratos. Así, aprovechando el escalofrío que producía su llegada siempre cuidadosamente planificada, jugaban sus cartas las hermanas Bouvier. Haciendo uso de “sistemas de pensamiento estético”, describe el escritor, verdaderos “autorretratos” proyectados con absoluta precisión. El análisis de Capote sobre sus cisnes podría ser válido hoy en día: la apariencia más admirada puede ser cuestión de dinero pero a menudo es más bien resultado de un esfuerzo de construcción personal. 

Lee Radziwill era la hermana tres años menor de dos y su nombre real era Caroline Lee Bouvier, hija de un malogrado John Vernou Bouvier III y una determinada Janet Lee Bouvier que lograría volver a casarse con una posición mejorada. Existiría siempre esa sombra del miedo a la pobreza en las dos hermanas, con grandes apellidos pero con antecedentes venidos a menos.

Las hermanas.

  

Con mucho ego, de complicado carácter, frágil y elegante, pero con una fascinación muy sutil, así la describen los que la conocieron más de cerca. Si a sus ochenta años resultaba la americana más estilosa de París, a menudo se la podía ver caminando acompañada por la Avenue Montaigne, con Giambattista Valli, Marc Jacobs o Sofia Coppola. Algunos días vestida como una rockera, con un look entero de cuero, otros con un pantalón negro y una camisa blanca, provocando la misma pregunta de los todopoderosos estilistas del fashion system actual , “¿cómo lo hace?”

Warhol 

En los códigos de la época, cuando las mujeres no podían trabajar fuera de casa sin el permiso de sus maridos y no se consideraba que se divorciasen, Radziwill sería desde muy joven asistente de la editora Diana Vreeland en la publicación Harper’s Bazaar. Algunas fotografías de Horst P. Horst y Cecil Beaton inmortalizaron la rivalidad entre las hermanas, ya con estilos muy diferentes: frente a la niña diez, con un cierto aire reprimido, Lee era “el ojo” y el atrevimiento.

Jackie Kennedy y Lee Radziwill.

Cuando todos se trasladaban a veranear a Palm Beach a Lee le divertía más la casa en el mar de Montauk.  Y allí invitaba, sin importarle el qué dirán, a la auténtica vanguardia. Radziwill sería actriz, interiorista, estilista, redactora, productora, empresaria, relaciones públicas, presentadora de televisión, modelo y otras actividades que irían surgiendo. Nacían los medios de masas y, quizá como reacción a ese nuevo sistema, el pop art, el arte conceptual, el fluxus, el mail art… mientras tanto ella bailaba –nadaba, diría Capote- alrededor de Warhol, Mappelthorpe, Beard, Nureyev, Bacon, Jagger... musa y personalidad energizante de todos ellos. 

Cisne 

“Nos quedamos anonadados cuando un ‘cisne’ aparece nadando delante de nosotros” afirmaba Capote. Nos recorre un escalofrío por la columna, cuando aparecen la belleza y el misterio. En su libro Happy Times, Capote escribe de Radziwill que no podía encontrar en una mujer más femenina que ella, más que Audrey Hepburn. No en vano Radziwill fue parte de la inspiración para una parte de su personaje de Desayuno con diamantes.

Lee Radziwill.

Con un punto masculino al relacionarse con los hombres, se trataba de una mujer a la que “nada le disturbaba, realmente”, alguien que se movía. Se casaría con el editor Michael Temple Canfield, del que se decía podría ser hijo ilegítimo del Duque de Kent; pero pronto habría terminado ese matrimonio al enamorarse del príncipe lituanopolaco Stanislaw “Stass” Albrecht Radziwill y se había trasladado a Londres para dividir los reinos con su hermana. Sería amante con libertad, al menos podría haberlo sido, del armador griego Onassis, del fotógrafo Peter Beard y mujer del arquitecto Richard Meier, del hotelero Newton Cope, del director de cine Herbert Ross, autor de Magnolias de acero… 

La relación con su hermana, Jacqueline Lee Bouvier Kennedy Onassis (f. 1994) daría para otro relato. Capote explicaba todo con su ojo. “Marrón dorado como un vaso de brandy sobre una mesa, frente a un fuego encendido, y es con esos ojos que se da cuenta de la calidad de una habitación, de la calidad de la persona que se sienta en ella y de lo que sucede en su corazón”.