"Picasso, marxista, militante del Partido Comunista español, antipatriota proxeneta, homosexual, pornógrafo e hijo ilegítimo (...) si es necesario otro 18 de julio para salvar a España estamos dispuestos a ello con todas sus consecuencias, luchando contra los enemigos del interior y exterior, y muy principalmente contra los traidores que al igual que las prostitutas coquetean con el enemigo para poder salvar la carroña y ponzoña en que se han metido". Con esas proclamas reaccionarias justificó el grupo ultraderechista de los Guerrilleros de Cristo Rey una serie de atentados violentos y de corte ideológico desencadenados en Madrid el 28 de octubre de 1971 contra la figura del pintor malagueño, que tres días antes había celebrado su 90 aniversario.
Mientras el Gobierno francés celebró a Pablo Picasso con un homenaje nacional solo a la altura de Víctor Hugo, cediendo la Grande Galerie del Louvre por primera vez en su historia a una exposición dedicada a un pintor vivo, el régimen franquista optó por unas actividades mucho más comedidas: reconocer al artista exiliado en el país galo como "español universal", nombrarle académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, expedir un sello oficial con su efigie y convocar un certamen de arte juvenil en su nombre. El legado del autor del Guernica, símbolo contra la barbarie y el terror de la guerra, afiliado al Partido Comunista desde 1944, resultaba todavía incómodo y difícil de encajar para la España de Franco.
Pero lo que realmente irritaba en las esferas franquistas era Sueño y mentira, unos grabados con los que Picasso caricaturizó de forma descarnada al dictador —montando un cerdo, por ejemplo—. "A partir de principios de 1950 la situación empieza a cambiar porque hay un gobierno con unas cuantas personas inteligentes que comprenden que no se puede obviar el éxito internacional de Picasso e inician este proceso de separación de la persona y del artista", explica la historiadora del arte Nadia Hernández Henche, autora de Picasso en el punto de mira (Memoria Artium), una obra en la que repasa el boicot violento de la extrema derecha contra el pintor y otros atentados a la cultura durante el tardofranquismo.
¿Hubo entonces un intento de apropiarse del pintor malagueño? "Totalmente. Pretendieron apropiarse de la idea del artista para dar una mejor imagen de España en el exterior. Era un poco absurda la situación: en los años 60, Picasso ya estaba reconocido como el mejor artista occidental pero en España apenas se le conocía", señala Hernández. "Es una relación muy compleja basada en anhelos e incomprensión". Una suerte de amor no correspondido porque el pintor, fallecido en 1973, se mantuvo férreo en su promesa de no regresar a España hasta que Franco estuviese bajo tierra. "Pero nunca dijo que no volvería su obra", matiza la investigadora. Y es que como decía su colega Dalí: "Picasso es comunista. Yo tampoco".
Si el programa oficial para celebrar los 90 años de Picasso puede considerarse "endeble", el mundo artístico y cultural se movilizó para brindarle un homenaje acorde a su relevancia: conferencias, exposiciones en galerías de arte, novedades editoriales... todo ello controlado y vigilado al milímetro por la Dirección General de Seguridad, sobre todo los eventos que se desarrollaron en el ámbito universitario. En la Facultad de Ciencias de Madrid, una charla suspendida por orden gubernamental sobre el artista desencadenó una marcha estudiantil hacia la Moncloa bajo la consigna de "¡Picasso!, ¡libertad!", saldada con la detención del crítico de arte José María Galván por incitación al desorden público.
Barcelona, que había inaugurado el año anterior un museo monográfico a Picasso —y que se había convertido en referencia cultural internacional, gracias también a las imágenes que Fraga envió a las agencias americanas para dar una imagen de normalidad y propagandística de España— se encontró en 1971 con la oportunidad de agradecer al pintor todas sus contribuciones en forma de obras. El Ayuntamiento, dirigido por el tenaz y picassiano José María de Porcioles, personaje destacado para poner en valor su arte, descubrió una placa conmemorativa en el edificio donde Picasso había tenido su primer taller e inauguró una nueva exposición. Pero fue de nuevo el mundo artístico barcelonés el que llevó la delantera en cuanto al número y el compromiso de las actividades.
La respuesta ante los atentados
Tres días después del aniversario, coincidiendo con la efeméride de la fundación de la Falange, se desató la secuencia de ataques contra Picasso. Primero fue en Madrid: las librerías Antonio Machado, Visor y Cultart amanecieron vandalizadas, con los cristales de los escaparates hechos pedazos y grandes cantidades de tinta roja vertida sobre las estanterías y los mostradores. Unos días más tarde, los mismos comandos antimarxistas irrumpieron en la Galería Theo y arrojaron ácido sobre los grabados de la celebrada Suite Vollard de Picasso, los acuchillaron y rompieron los marcos a mazazos. El gran homenaje picassiano en la capital quedó arrasado por motivos ideológicos.
Ante las noticias que llegaban desde Madrid, el Museo Picasso de Barcelona reforzó las medidas de seguridad. Era el principal objetivo de los grupos radicales que, incapaces de asaltar la pinacoteca, se centraron en objetivos menos ambiciosos: en la noche del 21 al 22 de noviembre, cuatro botellas rellenas de líquido inflamable arrojadas a la galería de arte Taller de Picasso provocaron un incendio que arrasó el local y los cuadros allí expuestos. Dos días más tarde, los vándalos ultras lanzaron cócteles molotov contra la librería Cinc d'Oros. Todo el material expuesto en el escaparate y relacionado con el pintor quedó carbonizado.
¿Y cuál fue la respuesta del régimen franquista ante estos atentados? "Hay voces en contra y algunas críticas, pero se registra una indiferencia y una apatía general. Otros como Blas Piñar, del sector del búnker del franquismo, casi los aplauden", apunta Nadia Hernández. En su obra, Picasso en el punto de mira, citando a Joan Fuster, escribe que "no era necesario llegar a la violencia para expresar una actitud fóbica contra Picasso: esta quedaba también patente en el silencio". Estos ataques serían el prólogo de un movimiento contracultural agresivo que se prolongaría hasta 1976, ya en democracia.
Al pintor, desde su exilio, le llegaban todas estas noticias. ¿Cómo fue su reacción? "Sabemos por Rafael Aberti y por algún amigo que le quitaba hierro a su obra", confiesa la historiadora del arte. "Él dijo en una ocasión sobre los atentados: 'Eso no es una noticia, sería noticia si quemaran el Prado'. Pero en realidad sí estaba pendiente de lo que ocurría en España y reaccionaba a su manera, como por ejemplo no recibiendo a una delegación española. Era una persona muy astuta y distinguía muy bien el esfuerzo que hizo Barcelona por conservar su obra". Picasso, tan odiado y tan anhelado.