Miguel Ángel Quintana Paz es profesor de Ética y Política en la Universidad Europea Miguel de Cervantes (Valladolid), investigador, Premio Nacional de Terminación de Estudios en Filosofía y Premio Extraordinario de Doctorado por su tesis Normatidad, interpretación y praxis: Wittgenstein en un giro hermenéutico nihilista. Es uno de esos hombres que en tiempos de comida rápida intelectual aún se pregunta por las nociones de "libertad", de "identidad", de "cultura" y de "rito". Un pensador privilegiado, agudo, didáctico, y de recursos infinitos.
Dice que cuando estudia la historia, se alegra de no ser de izquierdas -para no tener que pedir perdón por esos "hechos acaecidos hace mucho tiempo", para no tener que "lamentar las mil y un opresiones pasadas"-. Charlamos con el profesor sobre sexualidad, robótica, individualidad, mercantilización, infancia y amor.
¿Qué es el sexo en 2019?
Por definición, el sexo es una manera de reproducción. Y es ventajosa porque significa el encuentro de cargas genéticas de dos seres distintos, en vez de haber uno que se subdivide y subdivide, como le pasa a las bacterias y otros organismos. El sexo es, entonces, un encuentro de dos seres distintos que aportan dos cosas distintas. Si nos ponemos menos biológicos y más culturales, fundamentalmente el sexo es el encuentro de lo diferente, eso lo hace interesante y tan difícil, incluso problemático. De hecho, de ahí viene la idea de que cada vez se tienen menos relaciones sexuales, con lo preocupante que suena: es el síntoma de lo complejo que nos es lanzarnos a conocer al otro, al desconocido, al diferente.
¿Qué relación ha de tener, y cuál tiene hoy, la religión católica con el sexo? ¿Cómo sigue afectando, a creyentes y a no creyentes, el imaginario católico?
Hay una idea que me gusta mucho de Žižek, que es una persona de la que difiero mucho: él sostiene que el catolicismo es uno de los grandes favorecedores de las relaciones sexuales. Quizá no es muy original, pero se refiere a que, al hacerlas prohibidas, al poner límites… se exacerba el deseo, se genera, incluso. Hace que cuando se consuma, sea más disfrutado.
La creación de la culpa.
Sí, la culpa es posterior, pero en el antes… están todas las barreras, las dificultades (incluso interiores) no de culpa, pero sí de represión y de la superación de la represión. Zizek lo utiliza en términos lacanianos, freudianos… tiene cierto sentido: en el momento de consumación el sexo se vuelve transgresión, en la medida en la que en nuestra sociedad se ha vuelto transgresor acercarse al distinto, al que se sale de lo previsto, al que no estaba planificado, al que me puede meter en problemas. Y tienes razón, después hay un momento de culpa, pero la culpa no es más que un volver y volver sobre el momento del pecado, es una manera de revivir a posteriori aquel momento cumbre. Claro que todo esto te lo digo para intentar verlo desde un punto de vista positivo, y mira que Zizek no era nada católico. El catolicismo, no sé, hasta Almodóvar lo mete en sus películas, pero la Iglesia es otra cosa. Es detestable cuando viajas a EEUU o a países anglosajones y comparas a la Iglesia católica de allí con la de aquí.
Sí da la sensación de que la Iglesia española está despistada, aunque detecto que se está poniendo al día. En esos países anglosajones hay más competencia, en el sentido sano, por eso la católica ha espabilado en ese sentido, en el sexo y en otras cuestiones. Mira, hace unos años, por ejemplo, se plantó un mensaje en autobuses de todo el mundo que decía “dios no existe, disfruta de la vida”. Eran carteles pagados por una asociación atea, y me llamó la atención que la Iglesia católica dijese “¡qué horror, qué ofensivo!” (cuando los cristianos, cuando hacen publicidad, tampoco dejan en buen lugar a quien no cree). Mientras, en Gran Bretaña, la Iglesia católica dijo “bienvenido sea este cartel, nos encanta que por fin dios sea un asunto de discusión pública”. Siempre tienen actitudes menos reticentes, y en el sexo también.
¿A quién benefició la liberación sexual de los setenta, aquel destape...? Hay quien cree que se vendió como una emancipación de la mujer pero rápidamente se la cosificó y se convirtió su sexualidad en un producto más de consumo. No sé, toda la publicidad, o, en su momento, las revistas de tetas. ¿Liberación o trampa?
Bueno, liberación significa “más libertad”, y es fuertemente intuitivo que las mujeres ganaron cierta libertad con eso, o al menos un tipo de libertad. Es cierto que los usos que los hombres hacen de su libertad sexual de media son diferentes a los que hacen las mujeres. Las revistas de ese tipo son más abundantes cuando van dirigidas a hombres heterosexuales y homosexuales, incluso, aunque ahora en general la revistas ya están un poco obsoletas. Pero sí que cuando uno ve ahora todo ese cine del destape le produce bastante pudor. El problema está en considerar que la libertad es un mero destape, como si hubiese algo tapado que hay que descubrir y ¡ah, ya somos libres!, pero no. La libertad es más complicada. Tiene que ver con relacionarte con el otro y con vivir sin obsesiones por estar tapado o por destaparte.
Liberación, en el sentido amplio, se entiende como emancipación, y éste es un concepto mucho más potente. Los filósofos diríamos que hay una libertad negativa (que equivale a la ausencia de restricción: un “no tapes el destape”, un “que Franco ni el obispo de turno te pongan en evidencia”…). Y también una libertad positiva, que es la emancipación, y ya no consiste sólo en que nadie te impida hacer algo, sino en tener la posibilidad de hacer cosas: es la herramienta del hacer. Por ejemplo a mí nadie me impide salir al balcón e intentar volar, pero carezco de esa capacidad: no tengo alas, no tengo un parapente. La emancipación, evidentemente, no se consigue cambiando una ley…
Ni siquiera se consigue si muere un dictador como Franco.
Ni siquiera. Ni tampoco saliendo en la portada de una revista. Es una tarea histórica mucho mayor una tarea personal. En el sentido de libertad negativa: pues sí, así fue en los ochenta, pero para la positiva queda mucho más.
O sea, que la mujer no se emancipó con el destape.
No.
Esto que hablamos, en 2019, con herramientas como Tinder, se ha extrapolado al propio sexo: ¿el sexo hoy es mercancía? ¿Estamos deshumanizando a nuestros compañeros sexuales?
Bueno, aquí hay un debate. Hay quien piensa que el sexo jamás puede ser mercancía, que son como el agua y el aceite, que si es mercancía lo desnaturalizas. Y no es por un motivo raro o metafísico, sino en base al estudio de la naturaleza de la cosa. Por ejemplo: la amistad pagada, por definición, no puede ser amistad. Con el sexo pasaría un poco lo mismo. Aquí hablaríamos de lo que el dinero no puede comprar. Luego hay otra postura, que es más plural, y que piensa que el arte, la religión y otras tantas cosas a las que se les da mucha importancia… pues bueno: el hecho de que el arte se compre y de que haya gente interesada por el precio de un Picasso no invalida la obra, no significa que el arte sea solamente dinero, ¿no?
Entiendo, pero creo que lo que cuentas va más destinado a la prostitución, por la que también quiero preguntarte, donde el pago es obviamente monetario. En este punto me interesaba la mercantilización del cuerpo en las pantallas, el mercado de la carne que hay en Tinder, la superficialidad…
Sí, y la venta de uno mismo a través de la imagen. Todo eso desemboca en sexo rápido. La prostitución y esto son cuestiones distintas pero se pueden analizar en el mismo sentido. La pregunta es: ¿tiene que ser el sexo siempre algo que te cambie la vida, aunque no vuelvas a ver a la persona con la que estás? ¿Tiene que ser profundo? Según algunos, estas experiencias superficiales, rápidas, visuales, de autopromoción, de “tengo muchos match”… desnaturalizarían lo otro. Y por otro lado hay quien piensa que unas experiencias y otras pueden convivir. Yo tiendo a la pluralidad. Los pronunciamientos absolutos sobre la realidad de las cosas son difíciles y crean más problemas de los que resuelven, en sentido práctico. A ambas opciones las trato con cautela. Yo abriría la posibilidad de que todo pudiese y debiese pasar.
Entonces eres regulacionista de la prostitución.
Sí, preferiría la regulación a la situación actual, de manera pragmática: así habría ventajas para la prostituta en términos económicos, más seguridad, mejor presentación ante la sociedad… y para la propia sociedad también hay ventajas, como los impuestos, la seguridad social… e incluso para el cliente, por qué no decirlo. Cuando realizas una transacción comercial de cualquier tipo debes estar protegido en el caso de que la cosa salga mal. Todo eso es mejor que que el Estado considere que lo que haces no existe… y que tú tampoco.
Lo cuentas en tu artículo El sexo se acaba: hoy los millenials son la generación que menor actividad sexual tiene desde los años 20. Y nuestro número de parejas sexuales también ha descendido. ¿Por qué hablamos tanto de follar y follamos tan poco?
(Ríe). Sí. Hablando tanto de ello da la sensación de que lo hacéis mucho, o al menos esa es la sensación que tienen otras generaciones. Resulta prácticamente increíble, pero los datos están ahí. Si te fijas, las pantallas, el Grinder, el Tinder, la prostitución, el porno, y los robots sexuales (que no están todavía entre nosotros de manera generalizada) están provocando que tu generación tenga menos sexo. La “pantalla” tiene un sentido más profundo del que parece: es el distanciamiento hacia la cosa misma, hacia el sexo como riesgo, como aventura, como lo que no soy. Es rechazar la fusión, la máxima intimidad, y ponerle velos, que es lo que se ha hecho toda la vida mediante prohibiciones y tabúes. Por ejemplo, la insistencia en tener largas conversaciones por Whatsapp o por redes sociales: el lenguaje también es una barrera. El lenguaje es una manera de distanciar la cosa de mí. Necesitamos cosas que nos ayuden a poner más lejos la cosa para captarla mejor, como la cámara fotográfica, cuando hay que alejarla para comprender al objeto entero. No es absurdo que cuanto más hables de una cosa, más distancia le pongas. Son barreras-puente claro, porque, por otra parte, sin el lenguaje no existiría el sexo. Pero el lenguaje retrasa la seducción.
¿Entonces Tinder es el nuevo Franco; el nuevo represor sexual?
(Ríe). Los que te prohíben cosas, los represores visibles como Franco, son maravillosos, en el fondo, porque puedes focalizar en ellos tu rabia y tu ansia de liberación. Te digo Franco como te digo el párroco o tus padres, aquellos que aplican convenciones severas sobre ti. Ahí es más fácil, porque focalizas en ellos la figura de la autoridad: castigo, deber, superyo… y te permites enfrentarte a eso. Pero, ¿y si esa figura desaparece? Nadie te obliga a meterte en Tinder. ¿Quién te está reprimiendo? Nadie. Eres tú quien se está autoexplotando. Esto de la autoexplotación pasa mucho en el trabajo ahora, eres tú quien se exige muchísimo y ya ni siquiera tienes la posibilidad de odiar al jefe.
¿Vamos a acabar teniendo sexo con robots masivamente, en serio?
Por supuesto que sí, y no sólo con robots, sino con todo lo que signifique una disminución del otro. Por ejemplo, ahí están los dildos. Todo cuenta con la gran ventaja de que está diseñado para imitar al ser humano.
¿Cuándo será eso? ¿En diez años, por ejemplo?
Dependiendo del precio. El año pasado salieron unos robots sexuales relativamente razonables, de unos 14.000 euros. Las cosas tardan en naturalizarse, pasó lo mismo con los teléfonos móviles, que eran una rareza, que era muy repipi tener uno… pues en un año o en dos todos los llevábamos y parecía de lo más normal. Sí. En unos diez años yo creo que sí, le habrá dado tiempo al precio a bajar y a la sociedad a naturalizarlo.
Ahora nuestro placer tiene menos que ver con el deseo y el encuentro sexual, decías. ¿Con qué tiene que ver: qué mueve los mecanismos de nuestro placer ahora? ¿El yo, el individualismo más absoluto, el onanismo, en el sentido más profundo de la palabra? La idea de no soportar a nadie más que a nosotros mismos… porque los otros cuerpos “son amenazas”.
Sí. La idea de la apertura al otro y de la ambición del otro también se relaciona con la carencia del otro. El deseo también es sentir que te falta algo. El amor es hijo de la riqueza y de la pobreza, porque si amas siempre sientes que te falta algo. La carencia. Lo escribió el filósofo italiano Perniola en El sex appeal de lo inorgánico. La idea es que cada vez más lo inorgánico nos abre posibilidades. Él lo escribió a principios de los noventa pero lo lees ahora y te asustas, es una descripción perfecta. Describe cómo vamos a desplazar nuestro deseo hacia otras cosas para perder la necesidad de acercarnos a otras personas, y encontrarnos con ellas, y dejarnos trastornar por lo distinto. Perniola no es moralista, no dice que esto sea ni mejor ni peor. Pero es interesante el concepto del “derecho a ser objeto”. Me explico: ser objeto a veces viene muy bien. Ser sujeto todo el rato cansa mucho. Un sujeto responsable, con obligaciones, con tus “si fallas, tendrás que pagar por esto”, con los “la decisión la tiene que tomar tú”… la Ilustración nos ha dicho que tenemos que pensar mucho para ser libres de verdad, y eso es agotador.
Ser objeto no está mal a veces: por ejemplo, cuando llegas cansado a casa y pones la televisión, quieres ser objeto. No quieres ni siquiera decidir si reírte o no, quieres que la comedia se ría por ti, se ría de sí misma, y ahí están las risas enlatadas. A veces eso es lo más relajante. Hay ciertos modelos de religión que te exigen siempre “estar creyendo”, y esta es la idea protestante, ser “firme con tu fe”: hacer cosas, tomar decisiones… pero hay otros modelos de religión que te permiten ir a una iglesia, colocar una vela e irte. Tú estás objetualizado en esa vela, la vela se queda ahí como si fueras tú. Y eso te libera. En ocasiones es bueno pasar del “yo hago” al “se hace”. Es como si tú y yo vamos a una fiesta y decimos “oh, vamos a pasarlo muy bien, muy bien, muy bien, ¿te lo estás pasando bien?, ¿te estás divirtiendo?, vamos a divertirnos”. Eso va a ser horrible. Hay que dejar que la fiesta fluya. En la fiesta “se pasa bien”, no “te lo pasas bien”. Hay algo ahí que no depende de lo que pongamos cada uno. Es bonito porque perdemos la individualidad. Pero hay que recobrarla para enfrentarse, para confrontarse, para encontrarse uno mismo y explorarse con el tú.
¿El capitalismo destruirá el sexo?
A ver, el capitalismo como sistema es predominante en el mundo. El capitalismo es el sistema que más nos ha proporcionado esa libertad negativa de la que hablábamos, esa carencia de cadenas. Detrás del capitalismo no hay grandes principios que lo muevan (por ejemplo, hay un manifiesto comunista pero no uno capitalista, aunque haya pensadores que escriban sobre ello). El capitalismo quiere la pluralidad. Y gente con ideas políticas distintas, pacíficamente, lo aceptan.
No me refiero sólo al sistema económico, sino al capitalismo sociológico. A nuestra manera de entender las relaciones sexuales desde la acumulación, desde el ansia infinita, desde el mercado abierto con millones de posibilidades, desde el no valorar las cosas en sí mismas, desde el pensar que todo es sustituible, que todo es obsoleto…
Sí, eso es interesante. El capitalismo económico, o sociológico, como dices, te da la libertad negativa, pero ah, le falta algo: darte algún consejo, darte un fin. Un “esta libertad, utilízala en ese sentido”. Date un propósito. El capitalismo te deja vacío. Es un tanto nihilista. ¿Qué hago yo con toda esta libertad? Silencio. No hay programa. Tienes un abanico con muchas posibilidades, pero, ¿qué hago con ese abanico? Bien, tenemos dos vías: hay sistemas que nos han señalado direcciones concretas, nos han dicho qué es lo correcto y qué hay que hacer para tomarse la vida bien, para que tu sexo tenga sentido y sea importante para ti. Pero todos esos movimientos o sistemas que han obligado a que la gente se amolde han acabado siendo peores que el capitalismo: ahí el metarrelato marxista, cristiano, fascista… el que sea. No funcionan. ¿Qué nos queda? Montarnos cada uno el nuestro desde las muchas opciones que da el capitalismo. Aquí tienen razón mis denostados posmodernos: es Nietzsche, no podemos evitarle. Todo saldrá mal o bien según tú seas capaz de crear tu propio sentido de la vida. Y de creerlo. Es difícil.
Lo difícil es crearlo en este ambiente capitalista, ¿no? Al final te dejas llevar por la tendencia social. Es complicado ser un lobo solitario. Un escalador. Alguien que construye un mundo propio y aislado del resto.
Sí, el reto es ese. No le va a ocurrir a mucha gente, pero me parece mejor que la opción de los sistemas que te obligan y mejor también que el nihilismo. Los seres humanos necesitamos un fin, porque si no, nada nos satisface. Hay que llenar la vaciedad del capitalismo con tus principios. Inventarte algo de la nada.
Hablábamos del sexo, pero, ¿qué hay del amor? ¿También se acabará? Ahí ya no caben los robots, ¿no?
Si hablamos del eros, entiendo que, efectivamente, si vamos perdiendo sexo, vamos perdiendo amor. Uno va con otro, pero no siempre, a veces hay relaciones fructíferas y ricas sin sexo y otras donde está el sexo pero no sabemos si está el amor. Es una incertidumbre y un descubrimiento, y es ahí donde está la chicha del asunto. En cualquier caso, si perdemos una pata, la otra renqueará. Pero no sólo el amor es anticapitalista, el sexo también lo es: es anticapitalista como riesgo, como estar abierto, sin previsión, a lo que venga, a lo que no depende de ti, ni del otro, sino del encuentro.
Quería preguntarte por los debates éticos que plantean los discapacitados y su relación con el sexo.
Ese es un argumento a favor de la regulación de la prostitución. Personas que tendrían dificultades de movilidad, de ligar, de recurrir a los modos tradicionales para acercarse a los encuentros sexuales y amorosos… pues ese tipo de prostitución es crucial. Vale que habrá alguien que me dirá “es una excepción”. De acuerdo, pero hay que pensar también en lo pequeño. En las excepciones. La abolición de la prostitución impediría a estas personas tener sexo.
Pero el sexo no es un derecho.
Estoy de acuerdo contigo: no lo es. Nadie puede exigirle al otro sexo. Y además no podemos exigírselo al Estado, como exigimos, por ejemplo, la redistribución de la riqueza. Aunque bueno, sí hay quien lo piensa así. Escuché una vez a un tipo en la SER proponiendo que el sexo fuese un derecho… en general, de manera intuitiva, todos creemos que es distinto el sexo a la riqueza.
Hay algo cruel en pensar que un discapacitado va a tener que recurrir a la prostitución. Como si nadie le fuese a querer o a desear.
No es eso, pero tiene más dificultades. Soy un poco reacio a reducirlo todo a “derechos y deberes”. Son parte de nuestro lenguaje moral, vale, pero hay cosas que no son derechos ni deberes y son buenas, como la amistad, por ejemplo.
¿Qué hay de la discapacidad intelectual? ¿Cómo se valora ahí el consentimiento?
Hoy hemos estado justo hablando en clase de eso. La clave la has dado tú, es el consentimiento, pero es difícil sacar algo en claro. En términos prácticos no conozco bien este tema ni a discapacitados intelectuales, pero en el caso de los menores de edad, por ejemplo, sí hay una cosa curiosa y llamativa. Para tomar nota. En pocos años, España ha pasado de ser el país con la segunda edad más baja de Europa (para el consentimiento) al país con la edad más alta (para considerar a alguien menor). Ahora estamos en 16, antes estábamos en 13, y sólo estaba por debajo el Vaticano, que eran 12.
Este es un tema muy curioso, porque yo sí percibo que hay una infantilización del deseo. Se ve, por ejemplo, en el porno: pubis pequeños, muy depilados, mujeres con rasgos aniñados… y, por otra parte, los adolescentes empiezan a tener relaciones sexuales cada vez antes. ¿Cuál es el límite, hasta dónde vamos a llegar?
Bueno, antes hablábamos de que tienen relaciones más jóvenes pero tienen menos relaciones: se han reducido a la mitad los embarazos de menores desde la existencia de las redes sociales (porque en vez de ser facilitadoras del sexo, son sustitutas). Veamos: en una sociedad que ha perdido la transgresión la prohibición y la represión, los reductos de deseo que van quedando son cada vez menores, y uno de esos reductos es este. La infantilización. O la infancia. Pero obviamente nuestro lenguaje de los derechos, nuestra concepción de “consentimiento” y de “libertad” hacen que tengamos que excluir a las personas con discapacidad o a los menores. No es plausible defender que una niña de 12 años tiene conciencia de lo que significa decir “sí” a una relación sexual. Pero claro, al concentrarse ahí la prohibición, se concentra el atractivo. Eso sí: la prohibición no la vamos a quitar.
Da un poco de terror que acabe por parecer un “exotismo sexual” algo que no es más que un abuso. Que parezca algo no tradicional pero que puede incorporarse a una sexualidad lógica, como la homosexualidad, por ejemplo, perseguida por tanto tiempo, pero ahora integrada. Sin embargo, es fundamental que tanto en relaciones homosexuales como heterosexuales exista un consentimiento real que no puede darse en el caso de los menores.
Sí, ese es el argumento, por ejemplo, del partido pederasta de Holanda. Es un argumento historicista. En la Historia hemos ido permitiendo más y más. Pero aquí hay que diferenciar entre cultura y naturaleza. Aquí hay buenos motivos para detectar que es algo biológico: son motivos evolucionistas, de la supervivencia de la especie, que establecen ciertos límites aunque no estén fijados. Las relaciones sexuales con crías no conllevan esa ventaja evolucionista y sí un montón de inconvenientes, para ellos y para la estabilidad del grupo. En términos morales, la evolución también se ha instalado en nuestra cabeza: estamos acostumbrados a ver bien o mal ciertas cosas porque a la especie le viene bien. Y sabemos que es así porque son cosas que nos cuesta muchísimo explicar.
Lo cuenta el libro La mente de los justos, de Jonathan Haidt. Por ejemplo: un hombre muy rico crea una especie de robot, que no es un robot, es una niña pero sin cerebro. Es un ser con funciones básicas de supervivencia, con un cerebro reptil y ya, no siente placer ni dolor. El tipo rico la crea y la tiene en el sótano de su casa. Es un pederasta que en vez de ir a buscar niñas por la calle, tiene relaciones sexuales con ella. En ese sentido, está haciendo un bien a la sociedad, ¿no? Porque no afecta a nadie más y la chica ni sufre ni padece. Moralmente no causa daño a nadie y tampoco pasa por encima de la libertad de nadie, porque esa niña no tiene libertad. Sin embargo, nos resulta algo tétrico y rechazable. No sabemos por qué, pero está mal.
O un caso menos truculento: un hombre compra un pavo el Día de Acción de Gracias. Es un pavo muerto. Se lo lleva a casa y antes de cocinarlo tiene relaciones sexuales con el pavo. Cuando acaba, lo limpia extraordinariamente bien, no deja nada, ningún fluido… lo cocina y se lo da de comer a su familia. ¿Ha hecho algo malo? ¿Ha perjudicado a alguien? El mundo es más feliz, en realidad, porque él ha sido beneficiado y nadie perjudicado. Pero lo rechazamos. Sabemos que eso está mal.
Bueno, depende de si se lo planteas a un animalista.
Al animalista le parecería mal, primero, que le pavo estuviera muerto. Pero me refiero a que son cosas que están en nuestro cerebro.
Imaginemos el caso de la necrofilia. En un mercado absolutamente libre y sin moral, si se regula la gestación subrogada, esto tampoco está tan lejos. ¿Qué pasa si muere el esposo y la esposa, antes de llamar a la funeraria, tiene relaciones sexuales con él?
Es lo mismo. Tenemos buenos motivos para tener ese respeto hacia las relaciones con los muertos. No es respeto, en realidad: es asco. El asco moral es uno de los sentimientos más legítimos. Lo que has planteado es interesante, porque si la mujer ya tenía una relación con él… se presupone que practicarían sexo… ¿por qué va a estar mal, si nadie se ve perjudicado? Pues volvemos a sentir que está mal. Hay un límite, y es que la “libertad” vale porque sí, y el “daño” está mal porque sí. ¿Por qué? Porque sí, y punto. Ese límite es nuestra razón última.
Para terminar, hablemos de educación sexual. A finales de 2018, por ejemplo, el gobierno navarro pidió que se animase a niños y niñas de 12 a 16 años a masturbarse. El controvertido programa escolar Skolae. ¿Qué opinión le merece?
Retomando los hilos que hemos ido dejando durante la conversación, te diré que el educador no puede hacer perder al sexo el carácter de la transgresión. El déspota más terrible es el que nos dice “goza”. El que te obliga a gozar. Al que te dice “no goces” puedes derribarle, pero del que te dice “goza” no escapas. Un padre puede obligar a una hija a ir a ver a su abuela aunque no tenga ganas, pero es mucho peor el que le dice “vamos a ir a ver a la abuela y tienes que quererla”. Esa obligación es terrible, porque está centrada en lo más íntimo de la niña misma: en el amor. Cuando se habla de educación, me fastidia, porque están siendo despóticos al pretender explicarlo todo, naturalizarlo todo… así el adolescente o el joven ya no pueden transgredir ni descubrir nada. El sexo en el mundo católico tenía un especial atractivo por eso. La masturbación también se saltaba un tabú: es hacer algo en contra de lo que se espera de ti. La educación católica hace que los jóvenes disfruten más del sexo que estos nuevos, estos bondadosos déspotas que nos obligan a gozar.