“Soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de fiera; soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte con tan leal compañera”: ese es el verso central -y el más emocionante- del polémico himno de la Legión, denostado por unos, aclamado por otros cuantos y resignificado por unos últimos bienintencionados que sólo se dejan llevar por su ritmo, no por su imaginario. Es la guerra cultural que asoma la cabeza cada Jueves Santo, cuando los legionarios trasladan el Cristo de Mena bajo los nubarrones de Málaga y entonan su espinosa coplilla. La canción narra la historia de un hombre que se alista en el Tercio porque tiene ganas de morir: es tanta su bravura, su temeridad y su audacia ante el fuego que realmente parece que anda zarandeando al destino y pidiéndole que se lo lleve de este barrio, con urgencia. Poco se le ha perdido ya aquí, pero prefiere irse defendiendo a su país.
Ninguno de sus compañeros conocía su historia, pero “la Legión suponía que un gran dolor le mordía, como un lobo, el corazón”. Finalmente, cuando el legionario “regó con su sangre la tierra ardiente” y murió defendiendo su bandera, encontraron en su pecho una carta y el retrato “de una divina mujer”. Entonces lo entendieron: el chiquillo quería reencontrarse con su amor, que acababa de morir. La patria nunca fue la prioridad, nunca fue el convencimiento: “Por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice novio de la muerte”. En contra de lo que muchos piensan, esta canción no fue creada para la Legión, sino que fue abrazada por ella. Su letra es obra de Fidel Prado y su música original era de Juan Costa Casals. El novio de la muerte nació, en realidad, como charlestón y fue popularizada por la artista Lola Montes en cabarets y cafés, hasta que un día Millán-Astray la escuchó estando en Melilla y quiso hacerla suya.
El que fuera jefe de Prensa y Propaganda de la dictadura franquista la sintió entonces como un traje a medida, porque allá en los años veinte su gran ideal era sacudirles a los soldados su pavor a la muerte. Trataba de vendérsela como un honor, como un regocijo; trataba de educar a auténticos kamikazes sin apego a la vida, que le restasen importancia al dolor y a su propio cuerpo; trataba de hacerles masticar la idea de que nada podía ser tan grato como dejarse matar por España. Millán-Astray la hizo suya y ordenó cambiarle el ritmo para incrustarle el tonillo militar. Desde entonces, el zafarrancho ideológico no ha cesado.
Una canción "bajo sospecha"
¿Lo último? Después de que Vox la haya utilizado hasta la saciedad en su campaña, la Plataforma Patriótica Millán-Astray le ha pedido que deje de hacerlo, ya que, según señalan, “no es patrimonio de ninguna fuerza política”. Cuenta a este periódico Guillermo Rocafort, portavoz de la asociación, que “es un himno que pertenece a todos los españoles, incluso a Gabriel Rufián”, pero prefiere no manifestarse más para “no quitarle protagonismo a los legionarios”. Lo cierto es que la canción también fue versionada en 2001 por el cantautor Javier Álvarez, sospechoso de todo menos de franquista. Recuerden su controvertido tema Padre: “Padre, soy pajillero, maricón y drogadicto, bakalaero, okupa, rojo, puta y bizco, punki, negro y de Alcorcón (…) Además no creo en dios (…) No soy machista, ni europeo, y menos ario”.
En su día, el cantautor expresó lo siguiente a este respecto: “Yo me he inventado una ideología, que es la ideología JÁ. ¿Por qué no puedo cantar Uno, dos, tres, cuatro, que es una canción insumisa y cantar también el himno de la legión? No me caso con nadie y a la vez me caso con todo el mundo”. ¿A quién pertenece una canción sobre el amor, la muerte y la guerra: no eran esos temas universales? Al grano: ¿es una “tradición cultural”, como la considera Rafael Hernando, o es una apología fascista?
Méndez de Vigo, anterior ministro de Cultura, entonó con entusiasmo El novio de la muerte en la semana santa malagueña del año pasado y fue increpado por Mirella Cortés, senadora de ERC, quien alegaba que el tema “honraba los mejores tiempos del NO-DO” y que es una “muestra indudable de nacionalcatolicismo”, amén de un “guiño” a Millán-Astray, “líder fascista y fundador de la Legión”. Carlos Hernández de Miguel, autor de la monumental investigación Los campos de concentración de Franco (Ediciones B), cuenta a este periódico que no cree que “todo el mundo que canta El novio de la muerte lo haga con intención de hacer apología del fascismo, pero sí es verdad que en muchas ocasiones se canta con la excusa de que es una tradición… y realmente se canta en ciertos entornos, en ciertos actos donde sí se hace apología de la dictadura de Franco y del fundador de la Legión, Millán-Astray”.
El experto sostiene lo siguiente: “Es un ejemplo parecido a la reivindicación que se hace de la figura de Millán-Astray: ‘es que era el fundador de la Legión, no es porque fuera franquista...’. Bueno, es que el propio Millán-Astray decía que en la guerra del 36 al 39 se luchaba por una España fascista. Él era el que lo decía, directamente, no es que nosotros lo interpretemos, no es una opinión”. Conclusión: “Detrás de La Legión, detrás de El novio de la muerte, no siempre hay apología del fascismo pero es cierto que ese cuerpo y ese himno están muy vinculados al papel que la legión jugó durante la guerra civil, de apoyo a ese golpe de Estado liderado, entre otros, por fascistas. Siempre que se canta, está, al menos, bajo sospecha. Sólo hay que leer la letra para ser consecuente y atender a lo que se apela: directamente a a la muerte”.
¿Apología fascista o romanticismo cañí?
Fernando Márquez El Zurdo, el que fuera cantante de La Mode y pidiese el voto para la Falange en plena Movida Madrileña, explica a EL ESPAÑOL que El novio de la muerte “tiene la misma estructura emocional que el Cara al sol, donde también hay una despedida de la amada”: “Son imágenes de película que ha cogido hasta Almodóvar en La flor de mi secreto. Vale que esta no sea una canción para cantar en Eurovisión”, reconoce. “El Cara al sol, la verdad, es mucho más fina, la compusieron siete intelectuales… Es una de las canciones más ilustres, con más autoría. Tampoco hay comparación entre José Antonio y Millán-Astray, ya quisiera el segundo”, desliza.
A él le parece que Vox “sobreactúa” cuando entona este himno: “Exagera en plan patriótico para captar votos que, a mi juicio, son indeseables y no le van a ayudar mucho en su carrera futura. Sería más estético que cogieran el Cara al sol, que además tiene una connotación política más actual. El novio de la muerte es un alarde de machotismo. Por otra parte, ‘fascista’ es una palabra que se ha manoseado mucho; yo no creo que Millán-Astray sea fascista, sino algo mucho más folclórico y primitivo que eso”, lanza. “A Millán-Astray lo define Unamuno: ‘Usted es un mutilado y quiere convertir a España en eso’. Te diré algo que es profundamente incorrecto: más fascista me parece este personaje frikipléjico que ha dicho una serie de cosas respecto a las violencias en el País Vasco...”. ¿Echenique? “Sí”, confirma. Echenique. “Se le podría aplicar lo mismo que le dijo Unamuno a Millán-Astray”.
El crítico musical Víctor Lenore, por su parte, piensa que “las canciones fascistas suelen ser bastante bonitas": “Para que se conviertan en algo épico suelen conllevar imágenes chulas, hechas por poetas, por autores con mucha cultura. Mira a Javier Álvarez, gay de izquierdas, que la versionó. Estoy seguro de que hay personas de izquierda que disfrutan de canciones fascistas, y viceversa”, explica. “Las canciones son hermosas independientemente de su contexto. Por ejemplo: Lluis Llach usó La estaca contra el franquismo y ahora la usa para el procés. Yo soy anti-indepe pero no por eso me va a dejar de gustar la canción”.
Lenore indica que “estas canciones fascistas suelen ser canciones de compañerismo, y de exaltación del sometimiento individual a un ideal”: “Si El novio de la muerte dijera ‘vamos a matar a todos los negros y gitanos que nos encontremos por el camino’, me espantaría, pero no es así. Dice cosas que comparte todo el mundo: el espíritu de sacrificio, la amistad. Son canciones que cumplen su función: dar ánimos a los que van a la guerra. Hacer que sientan que están allí por algo, que lo que hacen tiene un sentido”.