Jazmín Beirak es historiadora del Arte y técnica superior en realización de audiovisuales. Trabajó en la Biblioteca Nacional de España, en el museo Reina Sofía y dedicó su tesina a la política del Ministerio de Cultura durante los primeros años de la democracia. Formó parte del círculo de Cultura de Podemos desde su creación, y entre 2015 y 2018 ha ejercido de diputada en la Asamblea de Madrid, como portavoz de Cultura.
Ahora se presenta a las elecciones autonómicas del 26 de mayo en la lista de Más Madrid, y tiene un plan para revolucionar la cultura en la Comunidad, para dejar de entenderla como un ornamento: entre sus propuestas se encuentran el fomentar la igualdad de géneros, el conectar cultura y educación, el acercarla a colectivos vulnerables. Todo mediante la implantación de lógicas de actuación, no mediante la imposición de contenidos progresistas. Ojo también a la descentralización: hay vida más allá de la ciudad de Madrid. Beirak apuesta por la creación de nuevos tejidos que no sólo alimenten la oferta cultural, sino que creen mercado.
En cuanto a la revisión del legado cultural desde la óptica feminista, Beirak no cree en el veto, sino en la resignificación. "La eliminación del pasado no sirve para comprender el presente ni para construir el futuro", relata. Es una defensora de la libertad de creación y de la de expresión: hasta las últimas consecuencias.
¿Qué es la cultura para Jazmín Beirak?
Me desdoblaría en dos respuestas: por un lado, cultura es todo aquello que de alguna manera nos permite estar en permanente movimiento. A mí me gusta decir que es aquello que nos permite imaginar ciertos horizontes de lo posible, en ese sentido, como la política: con esto no quiero decir que haya un vínculo, pero sí que propone esa posibilidad de estar permanentemente revisándonos y moviéndonos. Hago énfasis en lo de “movimiento” porque a veces la cultura sirve para arraigar lo existente, y otras veces para transformarlo. Para comprender al otro, para generar identidades fuertes. Tiene valores muy ambivalentes. Por eso mismo, creo que una institución pública con perspectiva de gobierno no debe sobredeterminar lo que es la cultura. No debe restringir o constreñir cuáles son las manifestaciones que estarían bajo la tipología de “cultura”. La función del gobierno es generar condiciones materiales y legales para que la cultura pueda expresarse en sus múltiples formatos, prácticas, y escalas.
¿Por qué interesa tan poco la cultura a los políticos? ¿Por qué la sienten como un adorno?
Por un lado, la cultura no está en la agenda de los políticos pero porque tampoco está entre las prioridades sociales. En ese sentido, esa dejadez atraviesa la política y la sociedad. Creo que cuando nos acercamos al ámbito de la cultura acordamos inmediatamente lo importante que es para el desarrollo individual y colectivo. Pero a la vez, cuando sientes esa afección, esa vinculación, es como si sólo perteneciese a la gente que trabaja en el mundo de la cultura. Esto es respuesta a unas malas políticas culturales: han sacado la cultura de la vida cotidiana, la han revestido como algo excepcional, privativo, extraordinario, que pertenece a unos pocos y que no tiene relevancia social. Hay determinadas cuestiones, como el feminismo o la ecología, que de alguna manera son temas más subterráneos y que no tienen réditos inmediatos. No dan resultados enseguida. En política se piensa a corto plazo y la intervención cultural opera en el medio plazo.
¿Qué se ha hecho mal hasta ahora?
En la Comunidad de Madrid la cultura se ha considerado algo decorativo que venía a acompañar o incluso a contrarrestar una política de corte antisocial. Lo veíamos con Cifuentes: la cultura la revestía de un aire de progresismo. Con la nueva candidata es más complicado, no sé cómo lo van a hacer. Pienso que hay varios problemas. El 70% de la financiación para la Comunidad de Madrid viene de una asignación directa de los presupuestos, y el 30% es de libre concurrencia, pero no hay jurados profesionales. Por tanto, en el 100% existe mucha dependencia hacia quien da el dinero, hacia quien genera los marcos. Decía el consejero que la cultura es libertad, sí, pero también necesita condiciones materiales.
Eso me recuerda a lo que también decía Benzo hace un par de años: que la cultura era más “imaginación” que dinero.
Ya: pero claro que hace falta dinero, y lo más importante es cómo se distribuye. En el programa tenemos un eje de financiación estratégico. En Euskadi, por ejemplo, tienen un plan marco y se actualiza año tras año. Nosotros queremos algo similar. Hay que incorporar aportaciones reintegrables, suscribir convenios con sociedades como CREA, hacer relaciones con el ICO… todo eso ahora no se está haciendo. Queremos incorporar nuevas líneas de ayuda, fomentar la creación de nuevos públicos. Inclusión, descentralización… llegar al arco completo del ecosistema cultural. Uno de los problemas que te decía es el de la dependencia económica, y otro fundamental, el de la excesiva centralización en Madrid.
Presupuestos de 2018: de 128 millones, sólo 40 iban fuera de la ciudad de Madrid. Un tercio; cuando la mitad de la población vive fuera. No hay una línea de trabajo. No se hace política fuera de la ciudad de Madrid: claro, Madrid en la foto es lo que sale mejor. Cuando tuve conciencia de esta realidad me cambió mucho la manera de mirar. Hay que hacer política para que Móstoles, Fuenlabrada… ¡que tienen más de 150.000 habitantes! Entren en los circuitos culturales. Podrían ser núcleos culturales equiparables a la ciudad de Madrid.
¿Esta distinción fomenta cierto clasismo, cierto esnobismo?
Sí. La política descentralizada te permite garantizar el acceso y la participación a la cultura y da igual dónde vives y cuáles sean tus recursos. Pero es que además, en términos de desarrollo del tejido profesional y de sostenibilidad económica, te permite ampliar la actuación, el mercado, el público.
Respecto a eso que decía de la cultura que sirve para dar un pátina de progresismo, pienso en Cifuentes fotografiándose con Antonio de la Torre. Aquella imagen chirrió.
Bueno, a la izquierda (o como a mí me gusta decir, al bloque progresista) se le presupone más interés por la cultura, sin embargo, la derecha saca mucho rédito cuando se hace fotos, porque le contrarresta esa parte más conservadora, como hacía Cifuentes. Por eso creo que muchas veces la derecha instrumentaliza la cultura, la utiliza, porque le da mucho rédito. Las políticas culturales de Cifuentes no eran distintas a lo que lleva haciendo el PP veinte años, pero parecía que ella tenía otro halo, otro carácter. Y la cultura sirve para eso, también.
Sin embargo, las victorias culturales no parece que se conviertan en victorias políticas. La izquierda siempre ha sido muy de eso, ¿no? ¿Cuánto hay de guerra cultural que pueda canjearse en guerra política?
Yo pienso que las guerras culturales no hay que hacerlas desde las instituciones. Forman parte de la sociedad civil. Las políticas públicas deben fortalecer los derechos, los servicios, la libertad, la igualdad… hay gente que diría que ese es el mismo contenido de alguna guerra cultural. Pero reitero: no creo que haya que hacer la guerra desde la institución. Muchas veces se ha pensado que desde la institución hay que promover ciertos contenidos asociados a temáticas progresistas, y yo no lo creo: desde la institución hay que promover lógicas. No creo que haya que promover proyectos de feminismo, por ejemplo, pero sí promover que en las ayudas públicas haya criterios de género a la hora de asignar subvenciones, que se hagan informes sobre la situación de la mujer en el arte… son lógicas de circulación, escalas intermedias. Son lógicas y no contenido.
¿Es posible una nueva movida madrileña en toda la Comunidad? ¿Y deseable?
Creo que lo que hay que favorecer son múltiples escenas culturales. Más que una sola movida, muchas movidas madrileñas.
Errejón dijo hace tiempo que había que crear nuevos relatos culturales que fuesen acordes al momento político y no seguir bebiendo del imaginario del 78. En su momento se interpretó como una suerte de dictado ideológico hacia los creadores culturales.
Cuando hablaba de relatos, hablaba de incorporar nuevos modos de hacer. No se refería a lo contado, si no a cómo se cuenta: eso es lo importante. Cómo circulan las ideas culturales, quién las produce, etc. Hoy en día el concepto de “relato” es más complejo que simplemente “lo que es contado”.
¿Qué voces le interesan hoy? ¿Qué discursos?
Me es difícil, desde mi posición, dar nombres propios. Me interesan los proyectos que trabajan en cuestiones de creación de público, de educación y cultura, gente que trabaja entorno a la avalación de políticas públicas… las propuestas que elevan la cultura (como no se ha hecho hasta ahora en la Comunidad de Madrid) a la entidad de la educación o la sanidad.
¿Es factible entregar bonos culturales a los jóvenes, como ocurre en Francia?
En nuestro programa, en el eje de política de públicos y de educación, tratamos lo que tiene que ver con la gente joven y los nuevos públicos: y lo vamos a articular en base a ayudas en centros educativos, innovación cultural y residencias artísticas. La renta experimental cultural va a ir destinada a personas en riesgo de exclusión social. Según los presupuestos no veo viable un bono cultural para la Comunidad de Madrid: la cifra sería aproximadamente como todo el presupuesto de la Comunidad de Madrid. Pero hay otras maneras de generar eso, apoyando a esos públicos: mayores, adolescentes, gente con discapacidad… la renta experimental apoyaría a víctimas de violencia de género, por ejemplo, a personas en situación de vulnerabilidad.
¿Toda la cultura vale o hay trabas ideológicas? Pienso en los libros de Caperucita roja retirados por “sexistas” en bibliotecas de Cataluña.
Yo creo que todo lo que forma parte de la construcción social no hay que eliminarlo, sino resignificarlo. Hay que pensar sobre ello. Si nos parece que determinados cuentos son sexistas… resignifiquémoslos. La eliminación del pasado no sirve para comprender el presente ni para construir el futuro. Hay que pensar sobre nuestros legados, no eliminarlos.
Pero, ¿tiene límite la libertad de creación? Pongamos, por ejemplo, que toca un grupo de punk fascista. ¿Cuál es el tope?
Yo defiendo la libertad de expresión en su versión más ilimitada. Está para eso: para relacionarte con propuestas (por llamarlas de alguna manera) que a lo mejor no son las que compartes. No nos conviene poner límites a la capacidad de expresarnos y de comunicar. Otra cosa ya son las amenazas. Pero el problema es que se está judicializando la vida. Se está viendo como un conflicto legal lo que es sólo un conflicto filosófico o ético. Eso no debe dirimirse en una sala. Hay que apostar por la libertad al máximo.