¿Cómo se empieza la reseña de un texto teatral irreal? ¿Un libreto que sobre el papel es imposible? ¿Cómo se dice que el autor ha logrado verter un universo poliédrico sobre las dos dimensiones del negro sobre blanco? ¿Y cómo se hace para no destripar nada y sí glosar un montaje cuyo valor principal está en lo que no se va diciendo? Quizás elogiando los ojos de mosca del director, Ignasi Vidal, hábil para inventar trampas con diálogos en soliloquio y monólogos en intercambio, reflexiones en bajo y pensamientos en alto... un sueño real.
Este miércoles se estrenó en Madrid El hambre, de Renato Gabrielli, con el autor presente -y algo falto de aire... cuando salió a saludar tras la representación, su rostro se adivinaba abrumado-. Es su primera vez en la escena española y, dada la complejidad de lo dicho -y de lo escondido que no se dice, y de los guiños sutiles al espectador- merece mención la versión en español de Roberta Pasquinucci, a la sazón protagonista femenina del montaje.
Frente a Juanma Lara, la sarda Pasquinucci y sus enormes ojos llenan la escena durante los 80 minutos largos de representación. Es un auténtico duelo en el que ambos se extraen lo mejor de sí mismos como intérpretes y lo más profundo de las entrañas a sus recíprocos personajes. Este periodista, que pudo asistir a alguno de los ensayos, da cuenta de que la intensidad dramática y la química de lento empaste entre ambos alcanza en las tablas una cota aún mayor de la que lo impidió reír en ese pase previo, apenas hará tres semanas.
Y ahora sí pudo soltarse.
Aunque ésa es otra de las trampas. La obra no da risa, pero sí risas. Y de repente, en la grada uno se incomoda, al estar batiendo la mandíbula con algo que no toca. Al menos, que no tocaría fuera de ese bar compuesto para escapar del agosto sórdido que escribió la pluma de Gabrielli: en ese escenario se asiste a una conversación que se desarrolla como todas, con sus ritmos normales, sus altibajos de interés de los del montón, y un fluir natural, de la vida misma. Pero las palabras niegan esa vida misma, ese montón y esa normalidad.
Y de improviso uno se ríe, sí, a carcajadas según la morbosidad del dueño de la entrada; o se conmueve, puede que hasta removerse en la butaca. Logran Lara, Pasquinucci, Vidal y el texto del autor atravesar los poros de lo explícito para exudar lo que hay detrás de un hombre que nunca se sintió comprendido -¡a ver!- y una chica que no comprende el mundo -para darle un sentido-.
El hambre llega a Madrid después de haber debutado en el Centro Niemeyer de Avilés hace menos de dos semanas, agotando entradas y aplausos de público y crítica. Vidal ya tiene allí una reputación ganada, y en Madrid dos obras en cartel al unísono.
Tras leer otras reseñas, verla sobre el escenario, paladear la reacción de los asistentes... y conocido el mimo artesanal con el que se ha logrado poner en pie la función, uno cree que las sonrisas plenas de actores y director a la salida significan que prevén gira y larga vida al proyecto.
*** 'El hambre', de Renato Gabrielli, versión de Roberta Pasquinucci, dirección de Ignasi Vidal. Teatro del Barrio, Lavapiés (Madrid). Del 22 de mayo al 9 de junio.